Esta crónica de la nostalgia no se equivocaría si dijese que Fuentes de Andalucía está situada en la campiña, entre la sierra norte y la sierra sur. Para alguien que viva o conozca el lugar tal vez podría ser suficiente definición para situarse en el mapa. ¿Pero lo sería para alguien que no viva o conozca el lugar? Sierra norte, sierra sur, sierra este y sierra oeste son puntos relativos, que dependen del espacio que uno tome como referencia, y tan genéricos que a duras penas sirven para denominar territorios concretos. Hay tantos nortes, sures, estes y oestes como uno quiera.
Sobre todo, duele a los fontaniegos la ambigüedad de llamar “sierra norte” a un espacio que ostenta el privilegio de llevar por nombre propio nada menos que Sierra Morena. Imposible que haya otra Sierra Morena en el mundo. Como no hay en el mundo otra sierra que ostente el lujo de llamarse Bética, en vez de “Sur”. Es como minusvalorar Andalucía llamándola “el sur”. Más que el sur de España, Andalucía es el norte que señala la brújula de los andaluces. O como denominar “Fuentes de A.” -como hacen algunos carteles de la A4- a un pueblo que por derecho propio se llama Fuentes de Andalucía.
Vientos de Sierra Morena -que no del norte- nos llevan, vientos de la Bética -que no del sur- nos traen a los fontaniegos desde tiempos inmemoriales. Vientos frescos del Atlántico o ardientes del África bajo el nombre de Terral, el temido poniente que atraviesa el valle del Guadalhorce y asoma sus llamas de dragón exterminador por los sembradíos del Donadío, El Pozuelo, Las Peñuelas y el cortijo Escalera. Vientos con nombres propios, igual que las sierras y los ríos. Fuentes de Andalucía tiene cuatro puntos cardinales, sí, pero son Sierra Morena a un lado, con el dios Guadalquivir dormido a medio camino, con la cordillera Bética a otro, con la puerta de Córdoba en Carmona sobre un perfil medieval por allá y con las once torres y veinte espadañas de Écija por acá, adornadas con noventa campanas que tañen sobre los meandros de un río moro llamado Genil (el Xennil -mil Nilos- andalusí) nacido nada menos que en Granada.
Aires de Sierra Morena para aligerar las calores veraniegas en las aguas de San Nicolás del Puerto, el Pintado, Isla Margarita, el Martinete y los Lagos del Serrano. Aires de la Bética revolucionaria al son de los cantes del Cabrero y las arengas que llegaban desde el púlpito laico de Sánchez Gordillo. Gustan sobremanera esos dos vientos en Fuentes de Andalucía. Aire fresco, temperaturas atemperadas, para los rastrojos y aire de pueblo rojo y jornalero -al menos en la nostalgia- cuyas nuevas clases medias sueñan ahora todo el año con la llegada de agosto para escapar a Torremolinos y Matalascañas o, cuando no, al menos a la playa serrana de San Nicolás del puerto. Serrana de Sierra Morena. ¡Qué bien los nombres ponía quien puso Sierra Morena a esta serranía!, exclamó Machado. ¡Cómo devaluarla llamándola simplemente sierra norte!
Sierra Morena del exilio para guardias civiles castigados en aquellos años de la transición, cuando el teniente de Marchena montaba en cólera con sus subordinados por quítame de allá esas pajas. La Siberia de la Campiña, a 347 metros de altitud, una barbaridad para gentes hechas a vivir en llano. A la Siberia de Aracena sólo se iba a hacer una parrillada o a comprar chorizos serranos. Más cerca estaba el Charco del Infierno de Lora del Río, al que iban en aquellos años Ramón el enfermero (Barcia) Juanito Pitones, Luis el Churrero y el que escribe. ¡Qué bien nombraba el que nombró del Infierno al Charco! Un chalet en la sierra, allá por Constantina, era el otro sueño húmedo de las todavía embrionarias clases medias del postfranquismo. Húmedo porque, frente al secarral del Cerrojil en verano, estaban los perpetuos arroyuelos que jalonan Sierra Morena. El paraíso no está en el cielo, sino algo más allá del Guadalquivir atravesando La Campana y Lora.
Sierra Morena huele a bellota y a chacina, como la Bética olía a lucha obrera y a cantes del pueblo para el pueblo. Como el jamón tiene su capital en Jabugo, el revolucionario pata negra tiene la suya en Marinaleda. No había otro tema de conversación en tos los bares de Fuentes de Andalucía que el plan de reforma agraria y el canal de regadío de la presa de Cordobilla hasta la finca el Humoso. La pregunta de iba de boca en boca era cuánto dinero había costado aquella revolución agrícola que supuso poner a producir las 1.200 hectáreas expropiadas al duque del Infantado. La banda sonora de la sierra de Estepa era original de un cabrero llamado José Domínguez, el hombre que sacaba sonidos de las raíces de las retamas y los lentiscos.