Quien diga aquello de “es más flojo de la chaqueta de un guardia” es que todavía usa el viejo tratado fontaniego de la dureza en el trabajo. Aquel tratado, en desuso desde los años ochenta, sentenciaba que lo más duro del mundo era segar en pleno mes de agosto con una hoz en la mano y con un sombrero de paja como única protección. Cuando se secaba el sudor, la camisa era capaz de mantenerse en pie. También era muy duro montarse en el andamio a las siete de la mañana y no bajar hasta la hora del almuerzo. Como lo era manejar el martillo para moldear el hierro al rojo vivo salido de la fragua, lo mismo que cargar un remolque de remolacha recogiéndolas de la tierra.

El citado tratado sobre la dureza, nunca escrito, pero generalmente conocido por todos, establecía en cambio que los municipales no daban un palo al agua. Más o menos, como los chupatintas de diverso pelaje. Pero los manuales a veces se equivocan porque en Fuentes los municipales han sido siempre unos esforzados servidores públicos, disponibles las 24 horas del día, todos los días del año. En aquellos años setenta, cuando regía el viejo tratado sobre la dureza, los agentes de la autoridad (Reguerita, Guerrero, el Cuervo, Rodrigo, Cristóbal, Fernando Segundo y Pascual) patrullaban todo Fuentes a pie, cayesen sobre sus cabezas los 45 grados de julio y agosto, los aguaceros otoñales o las inclementes heladas de diciembre y enero.

Pongamos por caso que estamos a 15 de julio, pero en vez de 2024, media la década de los setenta. Cincuenta años atrás, en la taberna de Francisco Miranda -más conocida como ancá francisquillo- Juan León, el negro jerrero senior, repasa la página del manual de dureza y sentencia que lo duro de verdad es escalar el Col du Tourmalet en una bicicleta de carreras viendo a lo lejos la espalda a Eddy Merckx. En la calle cae fuego del cielo cuando en la taberna entran Guerrero y Reguerita, oyen en la tele que la “serpiente multicolor” se estira y se encoge como un elástico con ruedas. Son las tres y media de la tarde y el aire que entra por la puerta, con los municipales, es gelatina cocida.

Reguerita y Guerrero van derechos al porrón que bufa, sin sosiego posible, sobre el mostrador de la taberna. Los dos municipales, duros como el tacón de un indio, llevan el sol adherido al uniforme desde que a media mañana el Lorenzo empezó a castigar. “Dura de verdad es la vida del ciclista”, insiste Juan León mientras la televisión muestra un primer plano de la pierna tensa de Eddy, conocido como Caníbal por su capacidad de devorar cualquier reto deportivo que se le cruce. Merckx, despótico rey de las dos ruedas, no da opción a ningún rival las 24 horas del día. Como los municipales de Fuentes, que son servidores públicos desde que asoma el sol por Antequera, aunque a años luz en lo que se refiere a los salarios.

Ancá Francisquillo, ubicada en la esquina de la calle Mayor con la plaza de María la Fresca, cumple estos días de julio funciones similares a la de esos albergues alta montaña equipados con víveres básicos para facilitar la supervivencia de los escaladores que se ven sorprendidos por una tempestad imprevista. Los municipales son náufragos arrojados a la orilla del mostrador por una tormenta solar. Guerrero, hombre sereno y gran aficionado al ciclismo, es el primero en recuperar el resuello y ve a través del televisor la figura de Luis Ocaña disputándole la etapa al Caníbal de Mourenx.

Francisco Miranda ha dejado hace tres años la taberna en manos de los Malapatas para emigrar a Barcelona, pero en Fuentes hay personas que marcan una época y sus hechos perduran mucho después de su marcha. La taberna sigue siendo llamada ancá Francisquillo por más que su antiguo propietario, Francisco Miranda, ande lejos buscándose la vida en menesteres menos sacrificados que la hostelería. Antonio, Manuel y Cristóbal son los tres hermanos Malapatas. En poco tiempo pasará la taberna a manos de los Catalino, que seguirá conservando su nombre original, aunque de eso todavía no toca escribir.

De lo que toca escribir es del tour de Francia y del corredor más celebrado en esa mítica carrera. Los franceses, tan poco dados a rendirle pleitesía a los extranjeros, en general, y a los belgas en particular, se pliegan al imbatible Eddy. Lo dicen los parroquianos de Francisco. El más prolijo en comentarios es el guardia Guerrero. Este año ha llegado el tour hasta Vitoria de la mano del equipo Kas, efecto de las primeras inversiones publicitarias de los albores de la televisión. La publicidad gasta pocas palabras. Kas naranja, Kas limón. Bic naranja, escribe fino, Bic cristal escribe normal. Gior es cosa muy seria y pocas palabras gasta.

El verano en Vitoria está siendo atípico, con frío y climatología inestable. Nada que ver en la esquina de la calle Mayor, donde los adoquines están a punto de derretirse. Franco lleva dos años muerto y los vascos esperan en la explanada de la fábrica de Kas el fin de una etapa que ha salido de Oloron-Saint Marie. Para su sorpresa, el primero que entra en la línea de meta es Nazabal, del equipo Kas, con cinco minutos de ventaja sobre el pelotón. Detrás, una legión de periodistas y representantes de los patrocinadores. Aquella operación de marketing le debió de costar un ojo a Luis Knor, propietario de la fábrica de refrescos y muy aficionado al ciclismo.

En este momento, Reguerita y Guerrero lo que quisieran es tener a mano un Kas de naranja -o mejor una cerveza bien fría- en vez de este porrón de agua. Cinco tours, cinco giros y una vuelta a España lleva ganados Eddy Merckx cuando a los municipales no les queda más remedio que echarse de nuevo a la calle a seguir la ronda. Dice el guardia Guerrero que Luis Ocaña, que ha ganado un tour de Francia y una vuelta a España, lo apodan el Edy Merckx español.

De tanto beber agua del porrón, la taberna de Francisco Miranda cerró definitivamente y el local fue destinado a sucursal bancaria, cuyo primer director era conocido como Bizcochito. Cuentan que entre las paredes del banco se oyó durante muchos años más tarde una voz que parecía la de Antonio Catalina diciendo con sorna “a beber, como los pajaritos, al arroyo”.