Agua del camposanto
bebí una tarde
la muerte, codiciosa,
quiso cobrarme.
Yo dinero no tengo.
—Véndete el alma
me dijo la señora
de la guadaña
—La tengo hipotecada
desde hace tiempo.
—¿Quién es el prestamista?
—Mi propio cuerpo
—Yo puedo liberarte
de la hipoteca.
—Tú quieres engañarme
vieja alcahueta
espera que las sombras
cubran la tarde
y el agua que bebí
podrás cobrarte
—Si quieres ganar tiempo
yo no te apremio
falta de liquidez
no la padezco
tengo entradas en “caja”
diariamente
salidas, no hay ninguna
¿Qué te parece?
—Espléndido negocio
tienes montado
¿No te afecta la crisis?
—Ni la he notado
¿Y a ti?
—Estoy parado.
—Un mal asunto,
que no podrás pagarme,
ya me barrunto.
—La crisis se ha llevado
mis ahorrillos.
—¿No guardas algún euro
bajo un ladrillo?
—Nunca fui muy sobrado
de capitales
tengo algunos papeles.
—¡Eso no vale!
mira que te propongo,
una partida
de dados, y si ganas
saldrás con vida
—¿Qué pasará si pierdo?
—Vendrás conmigo
—¿Donde piensas llevarme?
—Al paraíso
—De juegos, no te quiero
por compañera,
pues dicen que la muerte
es muy fullera
—Te juro que de trampas
no haré ninguna
—¿Lo juras por tus muertos?
—¡Qué diablura!
¿Cómo se te ha ocurrido?
Jurar no puede
la muerte, por sus muertos
¿No lo comprendes?
—Pájaros más extraños
surcan el cielo.
—¿Es la vida un engaño?
—Podría serlo.
—Bueno, vamos al grano
que ya la tarde
está muy avanzada.
—Pues adelante.
—¿Es que no te da miedo
el resultado?
—¿Qué quieres que te diga?
—¿Estas cansado?
En mi reino descanso
tendrás de cierto,
allí nadie trabaja
—¿Y los impuestos?
¿Es que nadie los paga?
—Entre los muertos
no existe tal costumbre.
—No lo comprendo.
—Pájaros más extraños
surcan el cielo.
—¿Es la muerte un engaño?
—Podría serlo.
Fuimos a un mausoleo
puso, solemne,
sobre la negra losa
verde tapete
y sacando los dados
y el cubilete
comenzó la partida,
¡Vamos al nueve!
Por ser acreedora
tiró primero
— Cinco y cuatro, son nueve.
Ten, compañero,
ahora te toca a ti.
Tiré los dados,
tres y cinco, son ocho
¡-Ya te he ganado!
—¿No me darás revancha
noble señora?
—No suelo darla nunca
—¿Tampoco ahora?
—¿Por qué pides revancha?
¿No estás contento
de abandonar el mundo
con sus defectos?
—La perfección me asusta,
señora mía,
permíteme pensarlo
algunos días.
Del juego, triunfadora
vio con disgusto
que, pese a sus defectos,
yo amaba el mundo
más que la fría tumba
que allí me ofrece,
se siente despechada,
no lo comprende.
Con fría parsimonia
dobló el tapete,
soberbia y orgullosa
me dijo, vete.
Yendo hacia la salida,
a mis espaldas
oí un triste gemido.
Vi que lloraba.
Volví sobre mis pasos:
Ningún consuelo
pude proporcionarle,
sólo el pañuelo
le di, con gesto amable
de caballero,
y ella para sonarse
alzó su velo.
De su rostro no quise
ver el misterio.
Por eso, la mirada
bajé, discreto.