Los vaqueros eran intrépidos conquistadores del oeste que irrumpían en el "saloon" luciendo espuelas y cartucheras brillantes, bebían whisky como si fuese jarabe, siempre acababan retando al matón del poblado y acababan matando o muriendo en medio de una balacera de la que no se salvaba ni el apuntador. En el mundo del vaquero, la velocidad en el manejo del revólver era la medida de todas las cosas. Eso era al menos lo que pasaba en las películas del cine Avenida de la calle Mayor, allá en un poblado llamado Fuentes de Andalucía.
No demasiado lejos de allí, vaqueros sin cartucheras se esforzaban tratando de conquistar el paraíso de forma bastante más callada ordeñando diez o doce vacas lecheras compradas con enormes aprietos. Aquellos vaqueros del poblado llamado Fuentes eran capaces de sacar adelante a sus familias con apenas un puñado de vacas y hasta de aumentar poco a poco el número de sus cabezas de ganado y hasta de modernizar sus establos. Todo sin adiestrarse en el manejo del revólver. Eso era así porque los cuatreros del monopolio lechero todavía no habían asomado por la quebrada de los cerros de San Pedro. En ausencia de cuatreros, diez vacas daban para mucho.
Por aquellos parajes del poblado de la campiña andaba Sebastián Caraballo "Chico Monumento" jornalero harto de emigrar a Suiza y a Jaén, que un día cogió el dinero ganado a fuerza de cargar la maleta a cuestas y montó un establo con cinco vacas. En Suiza se ganaba en los años setenta, unas 250.000 pesetas en seis meses de temporada. Un cuarto de millón, decía la gente. Cada vaca le costó a Chico Monumento unas 35.000 pesetas -siete mil duros, decía orgulloso- y le daba alrededor de 25 litros de leche al día. Como no tenía dónde tener las vacas, su amigo "Manolillo Arropía" le prestó un sitio. Fuentes solidario. Peseta a peseta, el jornalero metido a vaquero ahorró para otras cinco vacas, que compró en Santa Juliana. Corría octubre de 1975 y aquello ya le daba para sacar a su familia adelante.
Había vaqueros que tenían las vacas en sus casas. Fueron los casos de Cristóbal Ayora "Palmarate", Manuel y Cristóbal López "Posadero" y Genaro Crespillo. Los vecinos se quejaban del olor de las vacas y pedían que hicieran como otros, que tiempo atrás habían llevado a las vacas a las casillas, por donde pasaba el camión a recoger el preciado líquido. El ordeño era a mano y muchas casillas carecían de luz y agua. La luz era de bombonas de camping gas y el televisor y frigorífico de batería. Los vaqueros viajaban en carro y, cuando llovía, cosa que ocurría con frecuencia, sufrían lo indecible para recorrer el camino de la laguna la Romana hasta llegar a Fuentes. Las vacas tenían nombre propio y sufrían sanguijuelas cuando bebían en los pilarillos.
A las vacas se les echaba pienso, pulpa, paja, verde, hojas de remolacha, remolacha picada... Pienso en otoño y yerba fresca en primavera para refrescarlas y que dieran más leche. Había dos lugares donde entregar la leche, ancá Gazpacho de la Puerta el Monte, y en la central lechera que había en el barrio la Rana. Allí trabajaba José Luis Arropía, que el siempre dijo que tenía un puesto de trabajo muy esclavo. Todos los días y todas las tardes recibiendo leche. También los Malaspatas hacían pienso para las vacas. De las vacas se aprovechaba hasta el estiércol, que iba a Málaga para abonar pepinos, berenjenas, tomates, pimientos y calabazas. Todos los veranos se limpiaban las estercoleras.
Puri vendía leche recién ordeñada en su casa de la calle Mayor un buena clientela. Las malas lengua decían que algún vaquero avispado bautizaba la leche, aunque nadie osaba poner las cartas sobre el tapete cada noche los vaqueros dejaban las cartucheras en el guardarropa para jugarse en el casino el futuro económico del poblado, después de haber pasado el día limpiando boñigas y quitándole mierda a las patas de las vacas para hacerles la cama con paja. A su llegada al casino, el olor anunciaba al vaquero como el rayo anuncia al trueno.
En el oeste de Fuentes -en el norte, en realidad- aún desprovisto de cuatreros, el oro tenía cuatro patas, dos cuernos y abultadas ubres. Los hermanos Garrancho, Francisco y Andrés, empezaron con dos vacas. Francisco había sido fontanero más allá de Río Grande hasta que se hartó y emprendió la aventura de hacerse con la mayor manada de búfalos lecheros de todo el contorno. No había lugar con mejores vaqueros que los de Fuentes ni pilarillos de los que manara más agua para la sed. La principal dificultad, sorteado el obstáculo inicial del dinero, era por entonces disponer de un macho para preñar las vacas. Antes de la llegada de la inseminación artificial, el mejor vaquero no era el más rápido con el revólver, sino el que tenía a mano un buen macho.
Un día corrió como la pólvora la noticia de que había llegado al poblado un pistolero -veterinario- llamado Francisco Cabrera, portador de unas jeringas capaces de mandar al paro a los machos. ¡Las nuevas vacas engendradas por la jeringa daban 40 litros de leche al día! Fue como la llegada del ferrocarril recorriendo el camino de hierro. La revolución. Oro blanco manaba de las ubres y el poblado prosperó como nunca antes lo había hecho. El que tenía diez vacas pasó a tener veinte y después cien, doscientas, mil vacas. Polígono vaquero le llamaban a El Dorado del nuevo Fuentes lechero. Cientos, miles de vacas daban para llenar cada día las cisternas de acero inoxidable que pintaban destellos plateados en el horizonte de la Cruz Juan Caro, mientras en el "saloon" corrían el whisky y la alegría.
Y entonces apareció el más rápido del oeste, cuatrero y matón, patrocinador del monopolio del mercado lechero. Una sanguijuela profesional capaz de sangrar al vaquero más fornido. El precio impuesto por el monopolio de la recogida. Lo tomas o lo dejas, esto es lo que hay. Llegó a Fuentes igual que a todos los poblados encontrando desprevenidos a los vaqueros. El mercado más rápido del oeste se hizo amo y señor de la leche. Ni con diez ni con cien vacas había forma de sacar mucho más que un famélico salario. Qué hacer, preguntaban los vaqueros, en un duelo bajo el sol frente a frente con el forastero más rápido del oeste vaquero. Este poblado es pequeño para los dos, forastero. Al día siguiente, el polígono vaquero amaneció barrido por un viento más polvoriento que el desierto de Arizona.