Es sábado y a pesar de que está nublado y puede llover, un grupo de compañeras dispuestas a vivir un día playero, nos vamos a Mazagón, donde afortunadamente siempre ocurre cuando estamos juntas, pasamos un día divertido, amable.  Mazagón, ya sabemos, es zona de fresas, de riqueza y trabajo. Cuando nos adentramos en zona de invernaderos el paisaje se vuelve monótono, los plásticos ocultan la tierra infértil que crea frutos de la nada a fuerza de productos químicos y trabajo de mujeres en la época de recolección.

Llegamos a la playa: el mar plateado refleja a las nubes y nos ofrece calma, el agua casi tibia nos invita al baño, la ausencia de sol al paseo. Montamos el campamento andarín entre risas y jaleo, visitamos el chiringuito más próximo para ir pensando en el almuerzo con pescaíto fresco. Miro al otro lado de la playa donde se observan chalets con jardines y paisajes de pinos frondosos que prometen sombra cuando el sol, hoy perezoso, aparezca en el cielo. De pronto, a lo lejos veo dos mujeres con hiyab, sin duda marroquíes que trabajan en la fresa. Van cargadas con bolsas, no puedo dejar de hacerme preguntas: ¿vienen de los invernaderos que vimos desde la carretera? ¿van hacia donde sea que se alojen? ¿van, vienen de comprar?

No sé sus nombres, ni con qué sueñan, ni si han dejado hijas, hijos, en su pueblo. Sé que las prefieren con familias en Marruecos para así tener la seguridad que una vez terminada la campaña se marchen sin problemas a su país. Es la vida del emigrante. No el bulo que propagan algunos, que dice tiene casa, paga y móvil nada más llegar a España. Esa España que las necesita, igual que a las mujeres que cuidan de nuestros mayores. ¿Nos hemos preocupado de conocer la ley de extranjería que dice que una o un emigrante tiene que permanecer empadronado tres años en España para poder empezar a pedir los papeles, para ser legal? Como si un ser humano se convirtiera en ilegal por el hecho de llegar a una tierra extranjera.

Es hora de volver al autobús, no sin antes echar las últimas risas entre compañeras, recoger hamacas, neveras, sombrillas que hoy han permanecido horizontalmente olvidadas en la arena. Tenemos que repetir comentamos unas, pronto dicen otras, mientras las mujeres con hiyab han desaparecido en la lejanía. Son las vidas que pasan rozando unas con otras, pero no podemos ignorarlas porque somos la misma especie que un día nos adueñamos del planeta. Unos más que otros, mucho más.