Olía a estufa de cisco en las calles y en las tabernas humeaba el café cuando para ser felices en Fuentes no había más que saberse la lista de los reyes Godos y la historia de los santos que habitaban las húmedas capillas fontaniegas. Ataulfo, Leovigildo, Alarico, Teodorico, Atanagildo... Manolillo Arropía y Novales sumaban más amor por las iglesias que to Fuentes junto. Sentados en el casino de los señoritos, aliviando las inclemencias de enero a la lumbre del carbón y el cisco, pasaban lista del año en el que salieron o no los santos, si llovía, si amenazaba agua o si lucía el sol sobre los campanarios. San Sebastián por aquellos años 70 y 80 aún esperaba la venida de Hilario Humanes para salir en procesión por las calles de Fuentes.
Para regocijo del santo centurión asaeteado y de sus devotos, Hilario tomó el mando de la Veracruz en los 90. Sabia y oportuna decisión. El sabio Hilario, catedrático del devocionario fontaniego, mantuvo siempre abierto el altar del santuario etílico más centrado del pueblo, profusamente decorado con imágenes del devocionario cofrade. Parroquia y taberna se miraban frente a frente entre cerveza y cubata. Olía a sahumerio y copita de aguardiente. Olían las calles a cisco y en la parroquia de Hilario a anís Rigo cuando algunos lugareños provistos de gruesas pellizas salían a los campos a colgar el pájaro. En la atardecida, avivados por ese solecito reparador de escalofríos que asoma algunos días de enero, andaban rumbo a los lampiños trigales que teñían de verde los cerros.
Al mando de su R-4 amarillo, Antonio Corzo salía a los campos con su repertorio de pájaros, reclamos y escopeta. Antonio escogía la caza frente a la enumeración de los reyes godos y a los santos del beaterio fontaniego. Sin duda anteponía guardar memoria para historias más alimenticias, tales como elegir los mejores puestos donde colgar la perdiz y porfiar en el mostrador del bar de Diego. Una vez instalado a uno de aquellos puestos, auténtico púlpito desde el que Antonio Corzo predicaba el amor universal a la feligresía del incauto pájaro perdiz agazapado en el sembradío. Aguardaba el zurrón de Antonio presto a albergar al traicionado animal que creía acudir a la llamada de la perpetuación de la especie y que, en realidad, dirigía sus pasos a la cazuela.
Vísperas del Maestro Perdigón y su padre Juan rumbo a la Verdeja donde Manolo Chipé les dejaba colgar el pájaro. Entrenadores expertos en el manejo de una amplia cantera de pájaros para dar con uno válido. La cacería, el fútbol y el reino de los cielos tienen en común que muchos son los llamados, pero pocos los elegidos. Los aficionados acérrimos a la cuelga del pájaro, verdaderos hooligans, llegaban a pagar sumas importantes por uno que valiera la pena. Decía Rubio Monumento que salir con pájaros malos era lo mismo que pasar una tarde de frío de enero y volver con el zurrón vacío, amén de cabreado y sin poder contar las peripecias de la hazaña en la tertulia del bar de Diego. Como ocurre con el fútbol.
En enero olían las calles un poco a santos en procesión, un poco a murga y un mucho a cisco y al alpechín de la cooperativa. A candela de cisco con la alhucema a incienso de la iglesia y a procesiones. El Margarito, murguista por delegación, andaba por los viñedos de Francia añorando los ensayos que a esas horas disfrutaban el Negro Herrero, el Gato y el Carriles. Muchos años, en vísperas de San Sebastián los mayetes clamaban al cielo agua para los barbechos. Y si no llovía, sacaban al Señor de la Salud, esa costumbre tan ancestral como incongruente. El Señor de la Salud sabe si el agua escasea en los campos de Fuentes sin necesidad de mirar directamente al cielo. Como Ceres, el dios de la fertilidad agraria, con sólo ventear enero, sabía que los Camorros ya molía aceituna. Sebastián el Penco recogía aceitunas negras en el olivar de la casilla de Pepe Ricardo en Verdeja.
Para san Sebastián despuntaban los espárragos y para el Jueves Lardero ya pintaban de verde las tortillas camperas. Los alcauciles elevaban sus puños al cielo reivindicando mejores temperaturas y las vacas clamaban en el desierto de los piensos la misericordia del verde de los cardos. Adelantado a su tiempo, San Sebastián era el precursor de la Semana Santa, el abanderado. San Sebastián, el madrugador de la Semana Santa. El centurión acribillado que se hizo patrón de aquel Fuentes de Andalucía que era feliz repitiendo una y mil veces la letanía de los reyes godos y los años en los que el cielo, ultrapasados los rigores de enero, superados los excesos del carnaval e idos definitivamente los perfumes de abril, dejó salir por fin los santos en procesión. Amén.