Medio siglo retratando a los fontaniegos. De 1956 a 2003. De su cámara han salido los retratos de varias generaciones. En Fuentes, Talavera es sinónimo de fotografía. De retrato, mejor dicho, porque él presume de ser retratista, no fotógrafo. Fotógrafo lo es cualquiera, argumenta, pero ser capaz de captar el alma de la persona retratada sólo está al alcance de pocos. Además de tener una cámara y dominar la técnica, hay que "saber ver", dice Juan Talavera. De haber nacido en mejor situación económica tal vez hubiese sido pintor, pero tuvo que hacer fotografías para salir de la miseria. Nacido en 1938, en plena guerra, y jubilado hace veinte años, Talavera asegura que ahora la gente de Fuentes vive mejor que quiere, pese a que inexplicablemente cunda el malestar, un fenómeno que nace en la abundancia y en "la proliferación de chuminás".

Pregunta.- ¿Qué tiene que ver el Fuentes de 2024 con el de 1940?

Respuesta.- Absolutamente nada. Ahora tenemos de todo y entonces no teníamos de nada. Las casas de Fuentes son estupendas, todo el mundo tiene coche, los bares están siempre llenos, hay trabajo y no es fácil encontrar albañiles, carpinteros, fontaneros, pintores, mecánicos... ¿Has visto la cantidad de coches de alta gama que circulan por Fuentes? La verdad es que cuesta entender que la gente esté descontenta. Será que no lo entiendo por las necesidad que pasé en aquellos años, en los que más de una noche mucha gente se tenía ir a dormir sin haber comido.

P.- ¿Cómo se hizo Juan Talavera fotógrafo? Perdón, retratista.

R.- Mi abuelo, Juan Talavera Caro -me llamo como él- era vaquero en el castillo de la Monclova y mi padre, Sebastián Talavera, le ayudaba, pero se rompió un brazo descargando un carro, por lo que se le quedó encogido. Intentó seguir trabajando en el campo, pero no pudo. Así que se arrimó a uno que llamaban el "Chatito", que vendía marcos para fotografías. La gente les daba retratos pequeños de sus seres queridos fallecidos para hacerles una ampliación, enmarcarlos y colgarlos de las paredes como recuerdo. Era una costumbre muy extendida y eso le permitió a mi padre ganarse la vida. Ponía un puesto en la puerta del mercado de abastos y ofrecía sus servicios de ampliar y enmarcar. Las ampliaciones las hacían en Sevilla, por lo que tenía que viajar allí en tren y en el viajero. También ponía puestos en los pueblos de alrededor, sobre todo en Palma del Río.

Juan Talavera, de joven en la calle la Huerta, entonces General. Franco.

P.- ¿Quién tenía dinero para hacer ampliaciones y enmarcar?

R.- No había dinero, pero mucha gente hacía el esfuerzo porque era un homenaje en recuerdo de los fallecidos, especialmente los hijos o maridos muertos en la guerra. Estoy hablando de los años 40, poco después de acabar la guerra y todas las casas estaban llenas de retratos de fallecidos. Muchas veces el retratado llevaba el gorro militar de la República, lo que obligaba a manipular el retrato para borrarle el gorro y añadirle la frente y el pelo. Por eso no hay fotos de soldados republicanos. Cuando mandábamos a Sevilla aquellas fotos para la ampliación había que escribir detrás el tipo de pelo -moreno, rubio o castaño, liso o rizado- que tenía el muerto. Había mucho trabajo, no sólo en Fuentes, sino en los pueblos de la comarca. A veces, mi padre se pasaba toda la semana en Palma y yo tenía que ir y venir en bicicleta a llevarle los cuadros encargados. Yo trabajaba en la carpintería de Pedro Román en la calle la Huerta y tenía que estar de vuelta antes de las 12 porque, si no, me descontaba 2,5 pesetas, la mitad del jornal. Salía a las 6 de la mañana y recorría los casi 80 kilómetros de ida y vuelta en seis horas.

P.- Pero eso no era hacer fotografías

R.- Claro que no, hacíamos ampliaciones sobre todo en 24x30, que costaban 30 pesetas. Fuentes fue donde mi padre hizo menos ampliaciones y marcos porque la gente de aquí prefería a los que venían de Marchena y Paradas. No sé decir la causa, pero era así. A lo mejor porque nadie es profeta en su tierra. Yo dejé la carpintería con 15 o 16 años para irme a trabajar con mi padre en el negocio de los marcos y las ampliaciones. Una vez, uno de los fotógrafos que nos hacían las ampliaciones me dijo que yo podía ganarme la vida haciendo retratos. Con menos de 18 años, yo no tenía ni idea de hacer fotos ni dinero para comprar una cámara, pero juntamos las 300 pesetas necesarias para dar la entrada de una King Regula que costaba 1.600. El resto lo fui pagando a plazos. Fue así como me hice retratista. Cobraba 9 pesetas por tres fotos y recorría todas las ferias y romerías de la comarca. Una vez vine contentísimo porque había hecho cien fotografías en una comunión de la capilla del cortijo Pavía. Las del carnet de identidad costaban 10 pesetas y había mucha gente que no podía pagarlas. En el 70 por ciento de las casas y chozos de Fuentes no había un duro ni para comer.

Con una foto en la que aparecen su padre, su madre y su hermana.

P.- Autodidacta.

R.- No era fácil que alguien te enseñara. La técnica del retratista era un secreto para evitar la competencia. Tuve que aprender por mi cuenta yendo a Sevilla simulando que necesitaba hacerme fotos para fijarme en cómo lo hacían, la manera de poner los focos... Luego, con apenas 18 años, me colgué mi Regula King y me eché a hacer ferias. Los retratistas teníamos que ir preguntando a todo el mundo ¿foto?. Cuando decían que sí, le hacíamos la foto y después teníamos que repartirlas por las casas. La mayoría las compraban y así pude juntar mis primeras 10.000 pesetas, que empleé en empezar a hacerle una casa a mis padres y que salieran del colgadizo con goteras de la rinconá de la calle San Francisco. Los albañiles eran amigos de la familia y di las 10.000 pesetas a Perico el de la Sargenta para empezar a comprar los materiales, pero cuando me di cuenta le debía a Perico 40.000 pesetas. ¡No sabes lo que pesaban entonces 40.000 pesetas! Yo evitaba cruzarme con Perico hasta que un día me llamó y me dijo "de mí no tienes que huir, no te preocupes porque sé que puedo fiarme de ti". Respiré tranquilo. (Se emociona cuando recuerda que con 22 años y ya era responsable de la casa familiar).

P.- ¿Y después de las ampliaciones de las víctimas de la guerra y las ferias?

R.- En el año 1965 o 1966 cree mi primer estudio. Se lo compré a "Fotos Iris" por 2.000 pesetas y estaba donde ahora está la administración de lotería de la calle Lora. El estudio de revelado lo tenía en casa. Era la época en la que hacía retratos para mandarlos a Alemania y que los emigrantes vieran cómo estaban sus esposas e hijos. Hicimos miles y ahí no había problema para cobrar los encargos. Mudé el estudio a la calle la Huerta. A mediados de los años 60 dejé de hacer ferias y me dediqué a hacer fotos de bodas en el estudio. Había necesitado 14 años para sentirme seguro con el retrato. En aquella misma época se puso de moda que las muchachas se hicieran fotos para los novios. Algunas las hacíamos con los dos juntos, aunque después muchas acababan cortadas por la mitad o con una de las dos cabezas cortada. Los chicos querían un retrato de cuando se tallaban para irse a la mili...

Con su primera cámara, una King

P.- Las víctimas de la guerra, las ferias, los emigrantes, las novias, los soldados, las bodas... ¿Qué vino detrás?

R.- Detrás vino el revelado de los carretes de los catalanes. Hasta entonces, los únicos que llevábamos cámaras colgadas del cuello éramos los retratistas y los japoneses. Pero llegaron los emigrantes que venían de vacaciones y, con ellos, las cámaras y los carretes que había que revelar. A mediados de los años 70 había empezado las fotografías en color y en los 80 se extendió la venta de cámaras. En verano no dábamos abasto mandando carretes a Sevilla a revelar. Como casi todos los fotógrafos de la época, compré un laboratorio para revelar color en casa, pero enseguida me di cuenta de que aquello era una ruina porque era mejor mandar a revelar a Sevilla que revelar en casa. En Sevilla estaban "Color 75" y "Ultracolor", que recibían los carretes y devolvían las copias muy rápido. A nosotros, revelar nos suponía demasiado trabajo, así que hubo que elegir entre hacer fotos y revelar en color. Muchos fotógrafos se arruinaron con los laboratorios. Yo elegí dedicar mi tiempo al retrato y acerté.

P.- ¿Los ricos de Fuentes no se hacían fotos?

R.- ¡Uy, no, los pudientes iban a Sevilla a hacerse las fotos! ¡Igual que los trajes! De las calles de Fuentes hice algunas fotografías porque el alcalde Herrera Blanco quería que quedara constancia de las obras. En 1975 viajé a Barcelona para asistir al primer seminario internacional de la fotografía. Entonces ya era un profesional difícil de batir en toda la comarca manejando una cámara y venía gente de todas partes a que les retratara. Hasta de Sevilla y Badajoz vinieron a que les enseñara a hacer retratos. Mi padre no pudo ser profeta en Fuentes, pero yo sí lo he sido.

Juan Talavera en su estudio de la calle Lora.

P.- Los armarios de Juan Talavera contendrán la historia de Fuentes en fotografía, ¿no?

R.- La verdad es que no. Me da pena decirlo, pero he quemado todo lo hecho. Ten en cuenta que entonces lo que me importaba era ganarme el pan y en otros tiempos no se valoraba lo antiguo. Guardaba los negativos un año y después los quemaba, que era obligatorio por ley, para evitar que alguien se pudiera apropiar de ellos y los usara indebidamente.

P.- ¿Cuál es el secreto de un buen retrato?

R.- No hay ningún secreto. Como te decía al principio, hay que saber ver. Lo importante no es tener una buena cámara, sino un buen ojo. Una buena cámara ayuda, pero no lo es todo. Hay fotógrafos que hacen maravillas con una mala cámara. Cuando conseguí hacerme con el oficio yo veía mucho y no había nadie que me hiciera sombra en muchos kilómetros a la redonda. Ahora es más fácil porque se pueden hacer muchas fotos y borrar las que sobren, pero entonces había que acertar en cada disparo porque los carretes eran caros y después venían las copias en papel. Lo que no ha cambiado con la técnica es el arte de hacer fotos con alma. Una retrato sin alma no es un retrato. Será una foto, pero no un retrato. En cambio, un buen retrato tiene mucho valor. Yo he llegado a cobrar 40.000 pesetas por el retrato de dos hermanas.

P.- ¿Un buen retratista es lo más parecido a un pintor?

R.- Creo que sí. Un fotógrafo es el que hace ferias y cuatro chapuzas, mientras que un buen retratista viene a ser un pintor con una cámara. Me ha gustado pintar, aunque nunca he hecho un cuadro. Tal vez si hubiese nacido en mejores condiciones económicas me habría dedicado a la pintura, el sueño de mi vida, pero como nací pobre tuve que hacerme retratista.