Según recoge José Moreno Romero en su libro Crónicas del Siglo XX, en el apartado de letras de murgas de los años de la República, en el año 1934 la de los Marinos compuso una copla dedicada a las tabernas de Fuentes. La letra era de Jincapiedra, el que tocaba el bombo, y decía así: Señores vamos a contarles / de lo que nos hemos enterao. / A varias tabernas de Fuentes / creo que las han cristianao. / La primera en la fila / bajo el cielo de Montecarlo / el huerto del tío Martín / que con mucha gracia es el republicano / La casa de la Troya / es la taberna del Vito. / La de Pepe Hidalgo / el secreto del vicio. / Y los socialistas / el huerto del francés / que todo el que entra / sale sin parné. / La Cueva los hurones / es la taberna del pedrero. / “La de Paco del Postigo / la posá del Gato negro. / El castillo del silencio / es la taberna del Parro. / La agrícola es la banda de los encapuchaos / los terratenientes son los paniaguaos.
A mí en el año 34 aún me faltaban unos cuantos para venir al mundo. No sé cuál era la intencionalidad de la murga al relacionar la taberna de Paco con la posá del Gato negro. Tampoco conocí al gato, ya que mis recuerdos sobre Paco datan del año 55 en adelante y supongo que para esas fechas el Gato ya se habría muerto. Andaría Paco entonces por la cuarentena bien cumplida y era un mocetón que a mí me hacía pensar en el Goliat bíblico. Soltero y creo que con pocas ganas de casamiento, al menos por aquel entonces.
Tenía Paco una novia, María Antonia, hija de María del Carmen la del Carrillo Verde, que creo que cansada de esperar a que Paco se decidiera, acabó yéndose a Barcelona. Ella tampoco era ninguna chavalilla. Por María Antonia aseguraba el Noventa, también conocido como el Boquino por tener el labio partido, que se tiraría desde la torre. Cuando la veía pasar por la calle Humildad camino de su casa le soltaba una retahíla de piropos tan subidos de tono que le hacía subir los colores a los adoquines y a nosotros nos hacía reír de mala manera, más que por el contenido de los mismos, que muchas veces no entendíamos, porque la mitad se le escapaba en forma de silbidos por el corte que tenía en el labio.
La taberna de Paco estaba situada en la esquina de la calle Humildad con el Postigo. Tenía enfrente la barbería de los Lunita, al gitano el jeringuero y, a la derecha, estaba el carrillo de Paco de la Chocha, que a su vez lindaba por la izquierda con la puerta del puesto de los Pintaos. A la derecha del carrillo quedaba como un metro de acera que luego giraba hacia la calle la Rosa y era donde muchas tardes nos sentábamos a tratar de nuestros asuntos y donde por la proximidad al carrillo, el día que disponíamos de pecunio, comprábamos alguna chuchería.
La clientela de Paco solía ser gente de las calles próximas a la taberna y durante buena parte del año era un establecimiento discreto del cuarto o el medio litro de vino con tapa de asadura o sangre con tomate. El interior del bar era algo oscuro, no muy espacioso y con algunas mesas. Nada que ver con las tabernas en boga en aquel entonces, como la del Parro o el Catalino. Pero en las tardes de verano, Paco llenaba el centro de la calle Humildad de mesas y sillas que, sobre las tres de la tarde, en riada continua, iban ocupando los jornaleros de las calles adyacentes. A cambio de la modesta consumición de un café, pasaban la tarde jugando al dominó.
La calle se animaba con el ruido de las fichas sobre la mesa. Oiase exclamar ¡el cuatro pito! ¡toma, el seis doble! ¡lo ajorqué! ¡capicúa! ¡cierro! ¡a gorda el pase!, entremezclado con comentarios relacionados con el trabajo o la falta del mismo, sobre si tal o cual manigero era más o menos hijoputa que aquel otro, que "en un cortijo grande, el que es tonto se muere de hambre", que en tal cortijo el señorito era tan miserable que na más daba pa cenar gazpacho con cebolla picá. Claro que os gañanes, viendo que no se sostenían en pie por la mañana, tomaron la resolución de repasar el gallinero cuando daban de mano, antes de que pasara la casera a recoger los huevos. Luego, a la hora de la cena apagaban el candil y picaban los huevos duros en el gazpacho. Mientras cenaban por el sistema de “cuchará y paso atrás” iban diciendo "aperaó que güena está la cebollilla". Un fuerte golpe de ficha anunciaba el fin de la partida de dominó.
Como los domingos no había matiné, una de nuestras diversiones era pasar la tarde sentados en la acera con la espalda apoyada en la pared al lado del carrillo la Chocha, contemplando y comentando el espectáculo que de forma gratuita nos ofrecían los parroquianos de la taberna de Paco, pródigos en gestos, hablando lo bastante alto como para que no nos perdiésemos nada del diálogo.
Una de aquellas tardes apareció por la esquina de la calle las Ratas un recovero con la burra cargada con las angarillas. Los chaveas estábamos pasándonos un cigarrito mentolado marca Reno que le habíamos comprado a Paco de la Chocha. Lo compramos todos, aunque la verdad es que pagó el José María de los polos, que era el único que tenía las cuatro gordas que costaba. José María pasaba la tarde apoyándose en las muletas para no perderse el espectáculo. El recovero se disponía a iniciar la ruta pero en vez de tirar hacia el Portillo, tiró hacia la taberna de Paco con objeto de tomar café.
Como no encontró dónde atar la burra, la dejó en la puerta de Cantizano el latonero, le echó el cabresto sobre el pescuezo y fue a sentarse a una mesa próxima con algunos conocidos. Le hizo una seña a Paco, que estaba a la puerta de la taberna, y éste le trajo un café. Estaban los parroquianos enfrascados en las partidas y las conversaciones y nosotros en buscar detalles que nos hicieran reír, cuando vino un chavalote de nombre Domingo y apodado el Tolito, que trabajaba de ayudante en la tienda de Malaspata y nos dijo, muchachos se va a liar una buena, por el Portillo he visto a Fulano que viene para aquí con su borrico que está entero y cuando ventee la burra, no habrá quien lo pare. Hombre, avisa al recovero, que se lleve la burra. Que va, que va, así nos reiremos un rato.
En la esquina de la calle las Ratas, el borrico empezó a rebuznar y exhibiendo lo que llaman el “poder asnal”, salió al galope. El amo pudo hacer nada para controlarlo. El animal se plantó al lao de la burra en un santiamén. La burra, aunque estaba en el momento, debió encontrar excesivo lo que vio y trató de echar a correr arremetiendo contra las mesas y allí fue Troya porque el borrico arremetió detrás alzao de patas y de rabo.
Volaron tazas, platillos, fichas de dominó, boinas y sombreros. Paco y los parroquianos miraron de arrimar las mesas y sillas lo más rápidamente posible a las paredes, esquivando coces, mandobles y culetazos de la burra con las angarillas. Por fin, los respectivos dueños consiguieron hacerse con el control de las respectivas bestias y tiraron uno camino del Portillo y otro por la calle la Rosa abajo, con gran desconsuelo del galán ,que rebuznaba de una manera lastimosa.
Afortunadamente, no hubo daños personales que lamentar y todo quedó en algunas tazas y platillos rotos. Algunos juegos de dominó quedaron incompletos, pero nosotros nos dimos tal hartón de reír, que recordaríamos siempre. El domingo siguiente, Paco volvió a sacar las mesas a la calle a la hora acostumbrada y, a eso de media tarde, aparecieron el recovero y el dueño del borrico, sin las respectivas bestias, y se sentaron a una mesa. Paco les sirvió café, se unió a ellos y, en amable conversación, entre bromas y carcajadas, hicieron un pacífico ajuste de cuentas.