Escribía Hannah Arendt que "el secreto -eso que de forma diplomática llaman discreción-, así como el engaño, la falsedad deliberada y la mentira descaradas empleadas como medios legítimos para alcanzar fines políticos, forman parte de nuestra historia desde que tenemos memoria". Tal vez por eso ahora que los tejados se llenan de paneles solares, ya podemos hacer uso de la energía eléctrica sin preocuparnos. Pongamos la secadora, aunque el sol esté haciendo chiribitas, adornemos la casa y las calles con luces, que es Navidad y al niño Jesús le gusta verlas. Como no las había en su Belén natal, que las disfrute ahora, aunque en su tierra estén masacrando a un pueblo.

Me compro un coche eléctrico, añado a mi ordenador todas clases de artilugios innecesarios en el black friday, así como ropa barata por internet que luego devolveré o regalaré porque el vestido que parecía que me quedaba bien, no me queda tan bien. No nos preocupemos, que no estamos contaminando. Nos lo dicen los que saben: los políticos, los tertulianos que cada día se levantan siendo expertos en lo que haga falta, los influencer, que vienen a ser lo mismo, los periodistas, que sirven a intereses ocultos, igual que muchos de los anteriores. Para nuestra tranquilidad, llegó la transición ecológica, esa que salvará al planeta sin que cambie nada, sin tener que renunciar a nuestro modo de vida occidental.

Sin embargo, la tecnología, esa que podrá producir energía limpia, es en realidad más extractiva de materiales necesarios en su composición que los sistemas basados en combustibles fósiles. Con esto no quiero decir que los fósiles no contaminen ni dejen de destruir el ecosistema. Sin embargo, deberíamos escuchar a las voces de las comunidades humanas que están viendo cómo se destruye su modo de vida, sus tierras, cómo desaparecen los hábitats de especies necesarias para la vida, la nuestra también, aunque no queramos verlo o no nos dejan verlo.

Así, en las altas mesetas de los Andes, a más de 3.000 metros de altura, una empresa canadiense explota cerca de 18.000 hectáreas de lagunas y salares, lagos disecados porque se puede extraer litio, necesario para producir, prácticamente, todas las baterías que se utilizan actualmente en los coches eléctricos, en móviles, ordenadores portátiles. Sí, este ordenador con el que escribo ahora mismo.

Celia Izoard, periodista y filósofa, especialista en las nuevas tecnologías a través de sus impactos sociales y ecológicos, ha investigado la expansión minera relacionada con la transición ecológica y sus consecuencias en Marruecos con la extracción de plata, metal necesario para los aparatos electrónicos que nos rodean y los paneles fotovoltaicos: apropiación de los recursos hídricos, contaminación por plomo, antimonio y otros metales. La transición ecológica se basa en parte en una carrera por los metales necesarios para la tecnología sin tener en cuenta la contaminación, la destrucción, en una pura contradicción.

¿Por qué ocurre esto? nos podemos preguntar. Sencillamente porque no estamos dispuestos a renunciar a nuestra forma de vida, a cambiar nuestro consumismo. Yo, entre los demás. Sin darnos cuenta de que nos queda poco tiempo para salvarnos, para salvar el planeta. Estamos cómodas y cómodos instalados en la mentira que nos venden envuelta en papel de celofán verde y luces resplandeciente.