Es difícil opinar sobre algo que no conoces bien, especialmente si ese algo lleva consigo dolor, sufrimiento, abandono de la comunidad internacional, muerte, desesperanza. O ausencia de lo necesario para una vida digna como son la alimentación, el agua potable, la educación, la sanidad, y la libertad –¡ay la libertad!– de poder moverte por tu tierra que ya no es tu tierra, de volver a tu casa que ya no es tu casa. Sí, hablo de los palestinos y de las palestinas que llevan 75 años refugiados, en su propio territorio unas veces, en países cercanos otras.
Es larga y negra la historia del pueblo palestino. Después de pertenecer al Imperio Otomano fue un protectorado británico. Francia y Reino Unido se repartieron el pastel de Oriente Próximo y Palestina le tocó como un trofeo más a Gran Bretaña. Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo horrorizado, una vez más después de mirar para otro lado al igual que ocurrió y ocurre en Chechenia, Nagorno Karabaj, Ruanda, Yemen, Afganistán y en tantos otros lugares, hizo que las Naciones Unidas declarara el Estado de Israel en 1948, dividiendo una vez más un territorio como si de un pastel se tratara. Por supuesto, esto condujo a la ocupación ilegal de tierras por parte de Israel, el desplazamiento y asesinato de palestinos desde el comienzo.
Eso que muchos llaman “guerra” pero que nunca fue un conflicto entre dos partes iguales. Aquello el pueblo palestino lo recuerda como la Nakba, es decir, la catástrofe. Más tarde empezó una guerra entre los países árabes e Israel y a partir de aquí todo fue de mal en peor para los palestinos: setecientos mil palestinos fueron expulsados de sus hogares y nunca han vuelto. No se han respetados los acuerdos de Naciones Unidas surgidos entonces, ni los posteriores. Constantemente, los israelitas han ido ocupando tierras que según la ONU pertenecen a Palestina, creando colonias donde antes existían pueblos palestinos, desde donde hostigan a los palestinos y palestinas que viven a escasos kilómetros, incluso escasos metros.
No es mi intención dar una clase de historia. Los expertos lo hacen mucho mejor y hay libros, artículos –serios, que no bulos– que aclaran o intentan aclarar históricamente el problema. Lo que hace daño y crea desinformación son los comentarios en las redes, en ciertas tertulias e incluso de algunos ciudadanos que creen saber lo que realmente pasa en Palestina y “saben quiénes son los malos". Comentarios que a veces te hacen taparte lo ojos y los oídos literalmente para no oír barbaridades, mentiras y verdades a medias, que son las peores que hay que oír. Sólo aspiro a transmitir la angustia, la soledad del pueblo palestino, que ahora está encerrado en la cárcel al aire libre más grande del mundo, Gaza, sin agua, ni electricidad y sin suministros más elementales.
No es ahora cuando ocurren esas cosas, no. Israel facilitaba luz sólo algunas horas al día en la franja de Gaza y era casi imposible salir de Gaza –estos días bajo ningún concepto– Igual ocurre en Cisjordania, donde soldados israelitas disparan sin mayor consecuencia a jóvenes y niños desarmados a la menor provocación, donde son arrestados sin motivación ni acusación de cargos y pueden estar hasta dos años en prisión sin ningún juicio. Para cruzar el muro que separa los territorios israelíes y de Cisjordania tienen que esperar durante horas, aunque la persona que espera lo haga enferma, en una ambulancia y necesite acudir a un hospital.
El pueblo palestino viene sufriendo humillaciones, falta de libertad y robo de su territorio desde hace décadas sin que el mundo haga nada. Ahora, en estos instantes, se está cometiendo un genocidio contra ellos, delante de nuestros ojos, que miran la pantalla mientras hacemos comentarios como “qué barbaridad, qué lastima”, que nos hacen sentir mejor. Incluso apagamos las noticias porque es “demasiado para el cuerpo”. Tiempos vendrán para los lamentos y las acusaciones a los demás. Mientras tanto, “hay que ver cómo está el mundo, menos mal que aquí no pasan esas cosas. Pero que aquí no vengan que ya somos muchos.”