París fue una fiesta, pasada por agua, pero una fiesta al fin. La mecánica torre de acero relucía olímpicamente ante todos al caer la noche, para mostrar la grandeur de Francia. Grandeza que vive en la ilusión del recuerdo idealizado y que nunca llegó a ser tan memorable como cuentan. Esta decadencia coincide con la de toda Europa, con la del universo mundo. Francia tiró de orgullo patrio y vendió (se les da muy bien) lo que son, una potencia cultural y económica. Pero también apostó por desafiar a la carcunda mundial neofascista, que tiene, aparte del capitalismo salvaje, la mentira y la intolerancia por bandera. Francia demostró que pese a renquear, sigue siendo una de las sociedades más avanzadas del mundo.

Bailarines de todos los colores danzaban a sus anchas, entre el rap de los suburbios y los ritmos africanos, también de los suburbios. Dragqueens desfilaban sobre los puentes del Sena haciendo alarde de la moda francesa. Los discapacitados estuvieron presentes mostrando su existencia. Las mujeres fueron homenajeadas en una ceremonia que podríamos denominar como feminista. La palabra sororidad sonó mucho. ¡Ah si el misógino de Pierre de Coubertin levantara la cabeza!

El lema revolucionario liberté, egalité y fraternité se repetía tratando de conjurar los malos espíritus que acechan. De manera cómica, se alardeaba de haberle cortado la cabeza a María Antonieta en la revolución más famosa de la historia. En 1789 hubo muchos charcos de “sangre impura” derramada a los pies de la señora Guillotine. Se habla poco del terror que vino después y que acabó devorando a los líderes de la rebelión. La libertad no se otorga, se conquista de manera terrible.

El estado francés podría haber presumido de haber creado el Citroën 2 caballos, el petisú, el Burdeos, los leotardos y a Brigitte Bardot o, ya puestos, a Georgie Dann. En lugar de eso, ha mostrado algo de lo que pueden estar muy orgullosos. Le han recordado a todos su diversidad, porque la libertad, la de verdad, está en peligro, como los bosques, como el agua limpia, como el aire respirable. Aunque algunos, muchos, demasiados, lo nieguen.

Hace unas semanas, media Europa contuvo la respiración, la otra media se quedó con el champán en remojo. Finalmente, Marine Le Pen y sus muñecos no consiguieron el poder (de momento). De haber ganado, podían haber cambiado el famoso lema revolucionario por otro que dijera “Francia, qué facha eres” y haber confinado a los “negros” y a los “moros” en la Banlieue. Eso sí, saldrían de noche para hacer el trabajo sucio que los franceses de origen francés no quieren hacer. También podrían hacer lo que proponía el ex primer ministro del Reino Unido, el anglo-indio Rishi Sunak, haberlos confinado en cárceles flotantes o deportarlos a los países de sus ancestros, sobornando a algún líder corrupto africano. Ya lo dice el refrán: ni pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió. La derecha tradicional coquetea sin empacho con la escoria, triste.

También podrían esconder a tanto “maricón”, tanta “tortillera”, tanto “travelo” en un gigantesco armario. Mostrar a las mujeres, muy madres y muy cocineras, trayéndoles las zapatillas a sus mariditos al llegar a casa. Le enseñarían al mundo la faz de la “verdadera Francia”, muy “machirulaire” y con la piel blanquita, la baguette bajo el brazo, con una copa de Pastis (con sus cinco partes de agua correspondientes) en la otra mano… no, no me olvido del mondadientes. Ese prototipo de francés “castizo” es homologable en todo el mundo occidental. A ese hombre deslucido, o sea sin muchas luces, no le importa nada más allá de comer, beber, dormir y el fútbol. Su misión en la vida consiste en nacer, crecer, multiplicarse y morir. A estos individuos, de los que cada vez hay más especímenes, el gran escritor marroquí Mohamed Chukri les llamaba “aparatos digestivos”.

Desprecian lo mejor de cada casa, lo mejor de la sociedad: la diversidad. No viven en la opulencia, al contrario, sus números casi siempre están en rojo. Pero los han convencido de que la culpa la tienen los que aún viven peor que ellos. El poder acaba convenciendo a la mitad de los pobres para que acabe con la otra mitad.

Estamos viviendo una competición no olímpica en la que los pobres aúpan al poder a vagos y maleantes. Inútiles de libro, niños de papá que nunca han doblado el lomo salvo haciendo pilates. Gentuza que ensucia la palabra libertad, manoseándola a su antojo para justificar su egoísmo repugnante, su racismo y su xenofobia. Viven en el orgullo de la ignorancia, alardean de ello. Quieren destrozar un mundo y sustituirlo por otro para ellos solos. Lo peor es que pueden conseguirlo.

El mensaje de fraternidad universal flotó sobre el cielo de París, esperemos que sirva para concienciar a mucha gente. Pero me temo, que quien de verdad se servirá del cielo y de la tierra será el dinero, como siempre.