Los jóvenes representan el 64% de la población de Guinea Bissau. Así lo afirma el director del liceo regional de Bafatá en el discurso de graduación de sus alumnos. Las carencias básicas que sufre este pueblo incentivan a los hombres imberbes y a las mujeres a tomar los dos únicos caminos que podrán sacarlos de la pobreza: la unidad comunitaria y la formación individual. De ambas he sido testigo esta semana.
Altruismo
Aissatu aparece sorprendentemente temprano en la radio. Son las 8:30, viene a tomar una de las grabadoras para hacer un reportaje sobre la limpieza del mercado. Yo decido ir con ella. Al llegar al “mercado pequeño” de Bafatá nos reunimos con un grupo de jóvenes que portan palas y escobas. Junto a ellos, una montaña de basura aguarda ser quemada. Los jóvenes comienzan a colocarse mascarillas y me ofrecen una. Sigo sin entender quiénes son, qué hacen aquí y por qué llevan mascarillas. No es algo común en Bafatá. Hablando con unos y con otros consigo captar su propósito: van a limpiar las calles del mercado.
Identifico una cara conocida en el grupo, se trata de un colaborador de la radio, lo conozco y habla inglés, así que me esclarece los hechos. Resultan ser una asociación de jóvenes que desde el año 2018 acude dos o tres veces al mes a los dos mercados de Bafatá para hacer limpieza. “Somos los únicos que limpiamos el mercado, y antes de nosotros nadie lo hacía”, aclara el chico. En fila, chicos y chicas van esquivando puestos de frutas y verduras pasando sus rastrillos y escobas por las estrellas calles del mercado. A su paso, las vendedoras ya tienen preparadas sus bolsas de basura. Trabajo en equipo: unos barren los deshechos y otros los tiran a los carrillos de mano donde los amontonan.
Mientras todos trabajan, yo hago fotos y Aissatu entrevista a las vendedoras para preguntarles cómo estos chicos han cambiado su entorno de trabajo. Algunas de las chicas de la asociación me ofrecen un rastrillo para limpiar. No prolongo demasiado mis labores, en mi defensa diré que no es fácil barrer con un rastrillo. Al salir del mercado, los portadores de los carrillos acumulan los desperdicios en una montaña de basura. Todos lucen frescos, llenos de buenas intenciones. Es sorprendente que un grupo de más de 20 jóvenes pase sus sábados con una escoba y una mascarilla, entre desperdicios de carne y pescado. Lo hacen de forma completamente desinteresada, movidos por un sentimiento de comunidad que los une al mercado de Bafatá, igual que a sus trabajadores, y a todos los que tienen como nacionalidad la guineana.
Referentes
Aquel profesor de inglés del discurso motivador en la graduación del liceo ha sido mi salvación durante esta semana, en la que todos mis fieles han estado ausentes. El nuevo personaje de esta novela, Aruna, es en sí mismo una dualidad. Su singular acento británico, sus ansias de liberación y sus muchas inquietudes intelectuales y empresariales contrastan con la devoción religiosa que profesa y que le ha impedido beber una sola gota de alcohol en sus poco más de 30 años. “Tienes que soñar hasta que tus sueños te asusten”, demanda siempre a sus alumnos. Él también sueña alto, pero vuela en una sociedad sin alas.
Aruna es profesor de inglés, pero también empresario. Combina las lecciones a los alumnos del liceo regional de Bafatá con la gestión de un club deportivo y el desarrollo de una televisión local. El último proyecto podría sonar potencialmente próspero en Europa, pero estamos en Bafatá y no hay luz eléctrica. Son pocas las viviendas iluminadas por placas solares que pueden disfrutar de los informativos de TV-Cabo. Pero él lo tiene todo bajo control, no cree que a estas alturas sea suficiente con predicar valores, debe actuar. “Cuando mi presidencia en Coneaguib –asociación de estudiantes– pase a otra persona, haré carrera política. Uno de mis objetivos será devolver la luz a la ciudad. Quiero cambiar las cosas, dejar mi huella en Bafatá”, sentencia. Quizás sea ese el motivo por el cual permanece en la ciudad en la que a menudo se siente encarcelado. El profesor no deja nunca de inventar sueños futuros, entre los que se encuentran estudiar Psicología o Filosofía y abrir una academia de inglés de innovadores métodos. Promete llevarme a una de sus clases en el liceo.
Son las 10:35 de la mañana de un día lectivo cualquiera y Aruna llega tarde a su clase de las 10:25. Hoy tienen examen oral, deben hacer una breve autopresentación en inglés, lo que no saben es que, además del profesor, una extraña presencia intensificará sus nervios, ya de por sí alterados ante la prueba. Son alumnos del penúltimo año del liceo, pero Aruna me adelanta que el nivel no es demasiado elevado. Al entrar en el aula, todos los estudiantes reciben con relativo orden a su profesor y con visible intriga a la blanca. Oigo un “es española” entre los murmullos. Aruna lleva a sufragio la decisión de realizar el examen hoy o dejarlo para cuando no haya una presencia extraña que los altere. No por unanimidad, pero por aplastante mayoría, deciden continuar con sus planes.
El aula arde. El calor es intenso apenas a las once de la mañana. El nerviosismo de los alumnos se refleja en sus manos inquietas y apretadas cuando salen frente a sus compañeros para completar su examen de “self introduction”. Algunos incluso olvidan retirar las maletas de sus espaldas antes de salir a escena. Han aceptado que haga fotos, pero me parece cruel para quien le toque entrever a su lado una réflex apuntando a su cara mientras se juega el suspenso. Decido aplazar la sesión fotográfica. El ambiente es familiar y desordenado. Mientras uno de los alumnos trata de recordar cómo decir su edad en inglés, sus compañeros escuchan música con auriculares, hacen deberes de otras asignaturas o simplemente duermen. El aula se llena de luz a través de alargadas aberturas en las paredes que comunican con el exterior, donde otros estudiantes se detienen para asistir al espectáculo desde la barrera.
No consigo adivinar si es la blanca observadora la que los mantiene en tensión o solo el blog de notas de su profesor. Imagino que ambos. Uno por uno van abandonando sus pupitres dobles de madera para, durante no más de dos minutos –los más veloces–, recitar las mismas frases alterando solo sus datos personales. Mientras tanto, encuentro la mirada perdida de algún estudiante, que la aparta tímidamente cuando yo los miro.
Al finalizar el examen, Aruna me invita a tomar la palabra. No sé muy bien qué decir, pertenezco a su misma generación, así que no puedo más que tratar de lograr que empaticen. Les cuento que con quince o dieciséis, hace no mucho tiempo, yo no era una estudiante brillante. Carecía de la motivación necesaria para salir de la oscura caverna del desinterés y el conformismo. Pero descubrí la cultura. Tuve la suerte de toparme con profesores que me hicieron amar la literatura y el cine. En ese momento fue sembrada en mí la semilla de la curiosidad, el hambre y la pasión por lo que me rodea. Les aconsejo que busquen referencias, autores, músicos, cineastas, personas a las que admiren.
Ante la pregunta “¿Quién quiere ir a la universidad?” la respuesta es casi unánime, todos levantan la mano con ilusión en sus caras. La gran mayoría asegura querer estudiar inglés, y dan sus razones, como la admiración que sienten por los que hablan un idioma que no es el suyo, pero me da la sensación de que es a quien profesan admiración es a su cool profesor. Él parece ser el referente de sus alumnos. Para terminar, Aruna traduce y mejora mi discurso, exigiéndoles lo mismo que se exige a sí mismo: “Soñad tan alto que vuestros sueños os asusten”.