María Aurora Martín Ruano es hija de un tiempo y de un país donde los corsés sociales llegaban a asfixiar la vida de las personas, de forma especial la vida de las mujeres. Hijos del agobio y del dolor, cantaba Triana por aquellos años. Mujeres hijas de familias rancias, de pueblo apaleado, de país arrasado, de personas perdidas en el laberinto del orden. Porque el exceso de orden, el orden impuesto a sangre y fuego, lleva a la confusión y a la duda. Nacida en la calle Lora, segura de nada, insegura de casi todo, pudo haber optado por el espejismo de sentirse señorita de la calle las Flores, pero vio a la gente pobre de la calle el Bolo. No le irritaba tanto la visión de la pobreza, a la que había que estar acostumbrada entonces, como la actitud servil de algún pobre. Y se sintió de la calle el Bolo, impulsada a erradicar el servilismo como secuela de la pobreza.
Pregunta.- El activismo político y social y la docencia definen tu trayectoria. ¿De dónde te viene el activismo?
Respuesta.- Me lo he preguntado a veces y no lo sé bien, pero es probable que venga de cierto sentimiento de haber sido injustamente tratada de niña por tener dificultades para hablar y por poseer un cuerpo más grande de lo que se consideraba normal para la edad que tenía entonces. Del rechazo de aquella injusticia pudo nacer el rechazo a todas las injusticias.
P.- El ambiente de tu casa no era precisamente igualitario.
R.- ¡Qué va! Mis padres eran de derechas y mi hermano Pepe, por ser el varón, siempre tuvo preferencia sobre las mujeres. Siendo de derechas, a mi padre tampoco le gustaba el mundo en el que vivíamos y decía que había que cambiarlo, equivocadamente, pero quería cambiarlo. Me marcó un hecho que presencié andando un día por la calle Lora. Una mujer de la calle el Bolo se cruzó con una señorita de la calle las Flores y le habló de forma tan servil que me sentí ofendida. Luego, al terminar su conversación, se dirigió a mi diciéndome "has visto qué buena es la señorita". Aquello me produjo un profundo sentimiento de rechazo y sentí que la pobreza era el arma de los poderosos para someter a los serviles. Me dije que los míos no estaban en la calle las Flores.
P.- Si te dieran a elegir un único cambio en el mundo, ¿cuál harías?
R.- Elegiría suprimir el miedo porque es lo que nos impide ser libres. ¿Por qué no salimos muchas veces a la calle a protestar por tantas cosas injustas? Por miedo a peder lo que tenemos, aunque sea poco. La valentía es un elemento primordial del ser humano. Yo no soy una mujer valiente, sino todo lo contrario, y quizá por eso valoro tanto ese rasgo de la personalidad de quienes lo son.
P.- ¿A qué le tienes miedo?
R.- A nada físico, pero sí a aquellas cosas que escapan a mi control, a que mis hijas no sean felices, a que pase algo que me rompa, a lo imprevisto.
P.- ¿Te has sentido diferente de la gente de tu entorno?
R.- Sí, era diferente porque rechazaba que me trataran de forma desigual por el hecho de ser mujer. No había oído hablar del feminismo, pero me molestaban los mensajes continuos para que aceptara ser inferior por ser mujer. No he llegado al extremo de sentirme oveja negra, pero diferente sí. Ha habido épocas de mi vida en las que me he adaptado más al papel que me tenían asignado, tal vez por responsabilidad, y otras menos.
P.- Activismo político y docencia. ¿Qué ha supuesto tu profesión de maestra?
R.- Yo no tenía vocación docente. Quería ser antropóloga, pero mi posición social, mi entorno, me empujaba a dejar de soñar imposibles, ser buena chica, hacerme maestra y fundar un hogar. En cierta forma, me sometí a ese dictado social. Luego resultó que me sentí bien en la profesión de maestra, me gustaba enseñar y eso me sirvió mucho.
P.- ¿Por qué querías ser antropóloga?
R.- Porque siempre me han atraído otras culturas. Porque me gusta rebatir el discurso de que hay culturas mejores y peores, superiores e inferiores. No hay culturas mejores y peores, hay culturas diferentes. Esa seguridad de algunos al defender lo propio como lo mejor frente a lo ajeno me repugna. Yo no estoy nunca segura de nada y el que lo está de todo me parece sospechoso. La cultura occidental, blanca, nos ha inculcado que es superior a las otras. Pero ¿por qué, por la fuerza, por la riqueza? Lo que veo es que hay diferentes inquietudes en la vida de las personas y que, a lo mejor, lo que interesa a unos no interesa a otros. Eso es lo que hace diferentes a las culturas. No el poder, no el dinero.
P.- Una vez jubilada, ¿a qué dedicas tu tiempo?
R.- A la lectura, a la escritura, al activismo social, siento que de forma insuficiente, a cultivar la amistad y a la familia. Salgo a caminar con mi grupo de las andarinas. Hago yoga y me he apuntado a un curso de escritura creativa porque siempre sentí la necesidad de escribir, cosa que nunca he hecho por falta de conocimiento y tiempo. Durante la vida laboral te dedicas al trabajo, a la familia y te olvidas de ti misma. Ahora que tengo tiempo puedo dedicarme a lo que realmente me gusta.
P.- Todos tenemos una novela pendiente de escribir. ¿Cuál es la tuya?
R.- Si supiera, me gustaría escribir una novela sobre el desengaño de toda una vida, desengaño social claro está. Sobre una persona que se siente estafada en su vida, que siente que le han robado una vida que debió ser mejor de lo que fue. Una vida que debió ser libre, plena de seguridad, desprovista de los corsés sociales que te impiden ser tú misma. Llevo media vida revisando lo que he hecho y lo que no he podido hacer por culpa de esta sociedad tramposa.
P.- ¿Sientes que si hubieras nacido en otro lugar tu vida habría sido mejor?
R.- Depende de dónde. De haber nacido en Sevilla, pero en un barrio como Los Pajaritos, no habría sido muy diferente. Vivir en Fuentes y haber sido hija de Manuel Catalino me ha hecho tener un tipo de vida, eso está claro. Pero no sé cómo habría sido en otras circunstancias. La cuna es determinante para las personas normales como yo. Sólo las personas especialmente inteligentes o valientes, las súper mujeres, pueden romper los muros de sus cunas y volar libres.
P.- ¿Cómo ha sido la vida de María Aurora?
R.- Muy aburrida. Hija de, maestra de y madre de. Hija de Manuel Catalino y de Remedito Tortolera y eso ya es motivo para explicar una vida. Al principio, una vida entre dos aguas: la corriente que me empujaba hacia las señoritas de la calle las Flores y la corriente que me tiraba hacia la calle la Huerta y la calle el Bolo. La tentación pudo haber sido ir en pos de las señoritas de la calle las Flores, pero yo sentía que no era de ninguna de esas dos calles. La mía era la calle Lora. Luego comprendí que algunos llegan a creer que son y piensan como si fueran de la calle las Flores aunque vivan en la calle el Bolo.
P.- Estudiaste, te casaste, tuviste dos hijas...
R.- Primero estudié en la escuela Bejarano, luego en las hermanas de la Cruz, donde la hermana Inmaculada, muy avanzada por la época y probablemente poco conveniente para el lugar, nos habló por primera vez de Darwin y la evolución de las especies... Dejé el colegio a los 14 años para dedicarme a ayudar a mi madre en la cocina del bar. Aunque seguí estudiando e hice el "bachillerato radiofónico", que consistía en escuchar todos los días las lecciones por la radio y acudir dos horas por semana a clases presenciales. Me examinaba por libre jugándotelo todo a una carta. Más tarde conseguí una beca para terminar el bachillerato en Écija y pudo irme a Sevilla a hacer Magisterio.
P.- Y entonces, como por arte de magia, encontraste trabajo.
R.- ¡Uy, qué va! Tarde 7 años en aprobar las oposiciones. Siete años que tuve que dedicarlos a estudiar y trabajar, unas veces en el campo y otras dando clases particulares. Cuando aprobé las oposiciones ya estaba embarazada de mi hija Marta. Trabajé un año fuera y al año conseguí plaza provisional en Fuentes.
P.- Y la política.
R.- A principios de los años 80 fui elegida concejala, como independiente, en la lista del PSOE. El alcalde era Sebastián Martín Caro, del PCE. Luego repetí, ya afiliada al PSOE, formando parte de la candidatura formada por mi hermano Pepe. Salí del ayuntamiento cuando fue mi marido el que lideraba la candidatura. También es verdad que ya entonces empezaba a estar desengañada de la política partidista. La política me sigue interesando, pero desde el anarquismo y el feminismo. Abandoné el PSOE cuando Susana Díaz echó a Pedro Sánchez, no porque estuviera a favor de Pedro, sino en contra de Susana.
P.- ¿Cómo ves la situación política del país?
R.- De mal en peor. La verdad es que vamos para atrás en muchos sentidos, especialmente por la pérdida de derechos ganados con mucho trabajo durante años. Cada vez hay más pobreza, mientras la élite es más y más rica. El neoliberalismo ha hecho bien su trabajo domesticando a la población. Tenemos una derecha salvaje a la que lo único que importa es ganar cada vez más privilegios, tal vez porque se consideran los únicos dueños legítimos del país, por derecho natural. Frente a eso, la población está inerte y enfrascada en aparentar es que alguien. El panorama es sombrío, aunque espero que los jóvenes tengan las cosas claras. Futuro hay, tiene que haber, pero es muy difícil. Eso, si no llega antes el colapso del planeta porque el progreso infinito ya sabemos que no existe. Sobre la visión de futuro mis hijas me enseñan mucho.