"El secreto de la eterna juventud está en mantener el cerebro activo y abierto a lo nuevo. Tengo 88 años, llevo 23 jubilado y, aunque me siento cada vez más torpe, mentalmente soy un chaval de 30 años. Será porque ni me rindo ni me amargo. Vivo solo, limpio, cocino y plancho y, sobre todo, camino cada día más de una hora y siempre que se presenta la ocasión me río de mí mismo, que es algo muy sano y recomendable para no acabar tus días siendo un amargado. Hablo conmigo mismo, con mis hijos aunque no estén conmigo y leo mucho, aunque esto último lo he hecho siempre. Hago de todo menos aburrirme. Me levando a las ocho de la mañana y no me acuesto nunca antes de las doce de la noche, pero el día se me queda corto. ¡Hay tantas cosas que hacer y conocer!"
Con este capítulo termina la serie "Memorias de un hombre inquieto". A lo largo de once capítulos, Paco Bejarano ha ido desgranando para Fuentes de Información sus recuerdos y vivencias con el único objetivo de que no se pierdan para la gente nueva. Once semanas para repasar toda una vida y para poner de manifiesto que sigue pendiente de lo que ocurre en el mundo.
"En la jubilación, igual que en la vida laboral activa, no me ha ido mal. Trabajé mucho, exigí mis derechos y por eso cuando me jubilé me quedó una paga decente, suficiente para vivir con desahogo. Tuve un compañero de trabajo, Feliciano Pérez, de Isla Cristina, al que le quedó una paga bastante menor que la mía porque él prefería cobrar las horas extras en negro. Las horas se las pagaban mejor que a mí porque no cotizaba por ellas, pero cuando nos llegó la hora de la jubilación él se quejaba de que me hubiese quedado una paga 20.000 pesetas superior a la suya. Siempre he tenido claro que el trabajador que le hace trampas al estado se las hace a sí mismo.
He sido un hombre feliz, ahora algo menos porque hace ocho años murió mi compañera, Fernanda Ruano, pero estoy contento de estar aquí hablando contigo, viendo a mis hijos y nietos y asistiendo a las cosas que pasan en el mundo, que no son pocas. Cómo estará el mundo para que los camioneros brasileños salgan a la calle pidiendo la intervención del ejército contra la victoria de Lula en las elecciones. ¡No son millonarios, sino trabajadores tratando de que gobierne un tipo llamado Bolsonaro, que negó la existencia de la pandemia de covid y que apoyó a Trump! A pesar de todo eso, yo disfruto en este mundo, aunque no me olvido de que hay millones de seres humanos que carecen de lo mínimo para tener una vida digna, mientras a otros les sobra.
Hay quienes se oponen a que el Gobierno ponga un impuesto a los bancos diciendo que van a repercutirlo a sus clientes. Será a los clientes ricos porque a mí me pueden repercutir poco. Lo que pasa es que la gente se está conformando más de la cuenta, no sé si por influencia de las tecnologías, que la tiene todo el día pendiente del teléfono. El conformismo es el cáncer del progreso. El conservadurismo nos mantendría todavía en las cavernas. Estaría bien que se leyera un poco más. Yo recomiendo la serie de "Los hijos de la tierra", cuya protagonista, Laila, es expulsada de la tribu por inconformista. No aceptaba que los hombres dictaran las reglas y a las mujeres se les relegara a la servidumbre y la esclavitud.
Con mujeres como Leila la humanidad salió de las cuevas y llegó a la luna. Con los camioneros de Bolsonaro volvemos a las cavernas. "Los hijos de la tierra" son seis tomos de gran valor pedagógico que ayuda a entender cómo se mueve el mundo. He sido un simple encofrador, pero eso no me ha impedido leer infinidad de libros, estar obsesionado por saber lo que ocurre en el mundo e intentar mejorarlo en la medida de mis posibilidades. Eso sí, no he leído tonterías. Un libro magistral es "Guerra y Paz", de Leon Tolstoi. Echo de menos "La Madre", de Máximo Gorki, que debí de prestarlo y no me lo han devuelto. Empiezas a leer porque eres sensible y la lectura te hace más y más sensible, a la vez que te llevar cada vez más lejos porque la mente no para de pensar en lo que has leído. Es una pena que se lea tan poco, con lo importante que es. Ahora estoy leyendo "El mercader de libros", de Luis Zueco, un libro ambientado en la Sevilla de Carlos I.
Soy de buen conformar. No es que me dé todo igual, qué va. Lo que pasa es debemos adaptarnos a las circunstancias. Cuando mi compañera se puso peor con la artrosis tuve que coger a una familia que nos echara una mano en ella y con la casa. Era una familia de venezolanos jóvenes con un niño que vivían aquí con nosotros, además de cobrar su salario. Magníficas personas. Cuando falleció Fernanda les dije que siguieran aquí, pero se fueron porque querían traerse a los padres de Venezuela y a otros hermanos y, claro, todos aquí no cabían. Desde entonces yo lo hago todo en casa. No es nada nuevo para mí porque siempre cociné. Recuerdo que me iba con mi suegro Fernando al cortijo El Marmol, de Hermógenes, en el término municipal de La Campana, y era yo el que cocinaba todos los días. A veces había una casera, pero otras estábamos mi suegro, el pastor y yo. Delante iban los tareros y detrás nosotros limpiando y las ovejas detrás comiendo el ramón.
Ahora lo único que ha cambiado es que tengo que tener más cuidado al subirme a una silla cuando limpio el polvo. Soy menos ágil, pero de cabeza igual que siempre. En la escuela de Fuentes tuve de profesor a don Gabriel, cuya mujer tocaba el piano y le encantaba la poesía. Por eso nos hacía copiar los versos en el cuaderno y después nos obligaba a recitarlos. Creo que de aquello me viene la buena memoria porque todavía le digo a ni nieta Sonia muchos poemas de aquellos. Practiqué tanto, me esforcé tanto en memorizar, que ahora me acuerdo de todo igual que si lo estuviera viviendo. La memoria y el interés por lo que ocurre alrededor son muy útiles para seguir con la mente activa.
Nunca me he encerrado en casa ni me he enganchado horas y horas al televisor, del que veo los informativos, las tertulias y algunos partidos de fútbol. Todo lo demás no me interesa. A veces viene un vecino o alguno de mi hijos, echamos un rato alrededor de una cerveza y nos reímos. Que mientras tanto se me quema la comida, la tiro y hago otra. No me asusta nada ni nada me amarga el día. Lo peor de esta vida es acabar como un amargado y, con la vejez, peor todavía. Mi día consiste en levantarme, desayunar, tomar mis medicinas para la bronquitis crónica que padezco, lavar los platos, hacer la cama y salir a pasear el resto de la mañana. De vuelta a casa compro lo que me haga falta, hago la comida, almuerzo, echo la siesta y, por la tarde, repetición de la jugada.
e La muerte de mi compañera fue un golpe duro, del que aún me resiento, aunque el dicho sostiene que nadie se muere por nadie. Sigo adelante y contento porque cerca de los 90 me desenvuelvo perfectamente solo. Soy de buen conformar y no me siento solo. El día que tenga que depender de la ayuda de alguien me daré el piro cuando toque, sin más problema. No quiero ser una carga para nadie, pero de momento tengo salud para rato, ganas de reírme con todo. En fin, una vida común y corriente, como la de cualquier jubilado. O quizá no tan común".
Puede leer los capítulos anteriores pinchando sobre cada uno de los títulos siguientes:
I -"Yo he visto morir de hambre en Fuentes", publicado el 25 de agosto de 2022
II -"He trabajado de sol a sol por un jornal de 20 pesetas", publicado el 3 de septiembre de 2022
III -"He comido la fruta dulce y amarga de la emigración", publicado el 10 de septiembre de 2022
V -"Pasamos del todo prohibido al prohibido prohibir", publicado el 24 de septiembre de 2022
VI -"Me negué a blanquear la negra conciencia de la Iglesia", publicado el 1 de octubre de 2022
VII -"Fui de visita y me quedé para siempre", publicado el 8 de octubre de 2022
XI -"Sin los inconformistas estaríamos en la edad de piedra, publicado el 5 de noviembre de 2022