Durante estos días, hace justo ochenta y cinco años en nuestro país se puso en marcha la mejor máquina diabólica de intentar hacer silencios perpetuos.
El arte de la retórica o de la comunicación verbal es la herramienta que todo ser humano tiene a mano para interactuar con sus semejantes. A través de las palabras empleadas en el lenguaje podemos provocar una serie de reacciones que actúan a modo de reactivo con diversas situaciones sociales, que, si las analizamos desde el punto de vista de la desigualdad, pueden dar origen a armas arrojadizas tanto para una defensa como un ataque a discreción.
Una palabra puede actuar como una bala, a modo de diana, y cuando se lanza todos sabemos que dicha bala no tiene efecto de retroceso ni posibilidad de corrección.
Y he aquí cuando los humanos empiezan a utilizar los silencios.
Cuando una palabra se lanza a modo de bala, se dispara pudiendo crear una herida. Si la herida es profunda se crea un silencio eterno, si la herida es parcial se crea un silencio para intentar recomponerse.
¡Cuántas palabras desacertadas hemos lanzado al aire en nuestras vidas, y cuantas veces hemos callado cuando podías provocar un dolo!r. Parafraseando el refranero: "De los cobardes nunca se ha escrito nada”, ... pero es que de los valientes sólo se habla cuando la memoria viva los rescata.
¿Es un castigo no hablar de los cobardes al pasar ochenta y cinco años?
¿Es un premio hablar de los valientes después de ochenta y cinco años?
Allá cada cual. Que en su paz mental permanezcan esas dos preguntas. Que cada cual considere si es necesario hablar o no de los atropellos del pasado. Lo que está claro es que para ser justos en nuestro leve paso por la tierra, silenciar no es la mejor de las opciones. Silenciar provoca el mayor blanqueo de las tropelías humanas.
En toda Andalucía existen agujeros de silencio, se localizan pozos con fondo de almas recluidas en la oscuridad. Hay otras que empiezan a ver la luz al final del túnel, hay otras que por silencios humanos quedan en el limbo terrenal. Luego, fuera de estos pozos sin fondo conocido, existen los otros silencios, el de los vivos, aquellos que formaron parte de una literatura provocada por palabras acusatorias sin justificación alguna.
Vidas sesgadas que durante 36 años enmudecían en las tertulias de calles y plazas, cerraban sus bocas por miedo a más represalias o de aquéllos que por evitar más sufrimiento a sus familias eran capaces de sonreír y hacer música para los oídos de los ejecutores de sus hermanos de sangre.
He aquí el paso del tiempo, he aquí el dilema del SILENCIO, el callar para no señalarse, el callar para sobrevivir o el callar para ocultar, el callar para justificar o el callar para ajusticiar.
Que en el recuerdo de todos los fontaniegos silenciados estos días hace ochenta y cinco años sean días de luz para sus familiares y de sosiego para la búsqueda al final de un nuevo túnel.