No creí a la primera persona que me dijo que su cultura y religión no permiten amar antes del matrimonio. Y lo hizo después de relatarme su historia. Tras finalizar sus estudios universitarios fue forzado por su familia a casarse con una mujer a la que no amaba. Un joven formado, lleno de ambición, de mentalidad abierta y libre pensadora obligado a pasar el resto de su vida con una mujer a la que nunca dio un primer beso extasiado de ganas, con la que nunca tuvo una primera cita lleno de nervios, a la que nunca se planteó amar y respetar el resto de su vida. ¿Cómo puede eso salir bien? Y, sin embargo, no creí lo que me dijo. Hasta que las chicas lo confirmaron.

Sobre las 15:00, las periodistas de Radio Mulher se reúnen en el patio trasero de la radio alrededor de un tupper de arroz, verduras y pescado que todas comparten. “Los hombres de aquí son todos unos “safados” –mujeriego en criollo– muchas mujeres también”. “Pero vosotras tenéis novios de aquí, ¿por qué lo aguantáis?”, pregunto. “Estamos acostumbradas”, responden. No es que en Europa no exista la infidelidad, pero en este país parece estar extendido y normalizado. Claro que aquí no todas las parejas están formadas por enamorados, fenómeno que también ocurre en Europa, solo que aquí parece generalizado.

“No suelo ver parejas paseando por la calle o tomando algo. ¿Qué planes hacéis con vuestros enamorados?”, interrogo a las chicas. Según cuentan, las parejas no quieren ser vistas, las familias no lo permiten. “Nuestra religión nos prohíbe enamorarnos y tener relaciones sentimentales largas antes del matrimonio”, confiesan. La cultura musulmana en Guinea Bissau, tal y como Aruna me dijo, defiende que el hombre y la mujer –por supuesto, nada de homosexualidad- deben acostumbrarse a su compañía tras el matrimonio, no enamorarse locamente para que la alianza suceda. Como consecuencia, las familias prohíben los noviazgos. “Los padres no nos permiten que tengamos novios, la mayoría de las relaciones se mantienen en secreto”. “Si no tienes una relación sentimental con el que será tu marido, ¿cómo puedes saber que es el correcto?”, pregunto asombrada. Me responden con gestos de resignación.

La misma resignación con la que aceptan la infidelidad por parte de sus parejas es la que permite que la corrupción –especialmente la política– campe a sus anchas. En una de nuestras conversaciones en el restaurante Samba, Aliu –manifiesto defensor del gobierno actual- nos habló del estatismo conformista en el que se había sumergido el anterior ejecutivo en sus 50 años al mando. En Bafatá, segunda ciudad más poblada de Guinea Bissau, las calles están formadas de tierra y hoyos. Tan solo hay una “strada” pavimentada, y, como aclara Aliu, fue hecha por los portugueses. “¿En 50 años no han podido arreglar las calles de la segunda ciudad más importante del país?”. Hace cinco años, un nuevo partido logró alterar el status quo derrotando al eterno ganador y desarrollando desde entonces un nuevo sistema de Seguridad Social que permite, entre sus beneficios más populares, pagar pensiones a los jubilados.

Sensibilizar

A veces se me olvida que estamos en un país sin sanidad gratuita. Las chicas se confiesan enfermas continuamente y mi respuesta siempre es “debes ir al hospital”. Nunca acuden, y no es porque no les apetezca. Muchas de ellas no pueden permitírselo y sin dinero en la cartera no eres atendido. La novedosa Seguridad Social que están pretendiendo desarrollar en Guinea tiene también como objetivo a largo plazo la universalización de la sanidad y la educación. Pero para que existan servicios públicos universales, la población debe consensuar el pago de impuestos. Y en un país con el 45´5% de alfabetización y un 47% de la población viviendo en la pobreza, es difícil que cale el discurso socialdemócrata de la contribución económica de todos los ciudadanos en pro del equilibrado desarrollo de la sociedad. El sistema de la social democracia requiere de multilateralidad, de ser impuesto, no se sostendría. Por tanto, el gobierno de Guinea Bissau lleva desde los inicios de su proyecto organizando campañas de sensibilización.

Durante mis primeros días aquí, me llamaba la atención que de forma usual oía a lo lejos coches con altavoces que hablaban de “Seguranza Social”, eran esas las dos únicas palabras que captaba del discurso en criollo. Ahora lo entiendo: en primer lugar, el gobierno pretende introducir el discurso de su nuevo proyecto en el entendimiento de sus ciudadanos por todos los medios; en segundo lugar, quedan meses para las elecciones. No es posible conseguir la aceptación de un sistema tal sin formación y los líderes actuales de Guinea Bissau lo saben. Hoy comienza en Bafatá un ciclo de conferencias para “formar formadores” sobre la legislación alrededor de las propiedades de las tierras y el nuevo “impuesto fundiario” –impuesto sobre la producción agrícola–. Fatumata será la encargada de cubrir el evento y yo la acompaño.

Cartel del curso de formación

La charla inaugural debía finalizar a las doce, pero esa resulta ser la hora a la que comienza. El presentador trata de captar la atención de un público que ni siquiera silencia sus móviles. Sus ojos desprenden un brillo que las gafas de pasta no pueden ocultar –para que luego digan que todos los ojos negros son iguales–. Se trata del consultor de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), su tarea es instruir en el impuesto fundiario. Las conferencias, que se desarrollarán en tres días diferentes, tienen la misión de formar a quienes, con los conocimientos adquiridos en las charlas, partirán hacia las tabancas –aldeas- para divulgar lo aprendido a los aldeanos en una materia cuya práctica conocen a la perfección, desconociendo por completo la teoría. En un país como Guinea Bissau, cuya principal actividad económica –siendo la única en las aldeas- es la agricultura, es vital que todos conozcan las leyes que ajustan sus actividades y los futuros impuestos que deberán pagar.

Los asistentes, al menos 30, reciben llamadas y las contestan libremente, incluso alguna pone el altavoz. Me viene a la memoria un comentario que me hizo Aruna y que logró desconcertarme. Mientras me contaba una de sus muchas historias, detuvo su narración para exclamar: “Wow, I really have all your attention”. “Por supuesto, estás hablándome”, respondo en inglés, afirmando la evidencia. Lo es en Europa, pero no aquí. Gracias a esa reacción entendí que la incapacidad de concentración de las chicas durante las formaciones de periodismo o durante cualquier conversación no es nada personal. Gracias a esa reacción entiendo ahora por qué los asistentes a la conferencia parecen estar aquí sentados solo para pasar el tiempo. No es que no les interese, es que esto es África. El bueno del presentador consigue captar la atención en cuanto encarrila su discurso a través de una declamación entusiasta, sin titubeos. Una chica reparte botellas pequeñas de agua a los asistentes, que permanecen sin una gota de sudor en sus frentes gracias a los aires acondicionados. Ni bolsas de plástico para beber ni calor insoportable, se nota que es una conferencia financiada por la ONU.

Mesa de formadores

Hay 30 personas en la sala, pero el presentador se dirige a mí: “¿En qué idioma prefieres que hable, portugués o criollo?”. No es la primera vez que un grupo decide comunicarse en portugués para facilitar mi entendimiento. Es algo que solo ocurre en este atento y generoso país. En su discurso, el presentador introduce el objetivo principal de las formaciones: “Debemos preparar los mensajes que vais a transmitir a los destinatarios y traducirlos a su idioma, que lo entiendan. Deben entender para así reducir la resistencia a los impuestos”. La mesa de los formadores se compone de cinco especialistas en la materia. Uno de ellos es ingeniero agrícola y en su alocución pone el foco en el sinsentido de que haya guineanos pasando hambre con la cantidad de tierra fértil que tiene el país: “En portugués, en criollo, en fula, en balanta… Los agricultores deben saber que el impuesto sobre la producción agrícola se verá después recompensado a través de mejoras en el sector”.

Al comienzo de cada discurso, una caravana de periodistas se acerca a la mesa de los formadores para plantar sus grabadoras. La actitud de los profesionales de la información es tristemente pasiva, se limitan a recoger los discursos de principio a fin, como si fueran meros comunicadores y no periodistas. No preguntan, ni toman notas, ni denotan interés sus rostros por una cuestión como la que hoy se trata, tan fundamental para los ciudadanos a los que pretenden mantener informados. Es la principal carencia que identifico en Radio Mulher: no tienen hambre de conocimiento ni de justicia. Dudo que sepan para qué sirven los impuestos o qué es la socialdemocracia y qué la diferencia del liberalismo. Tampoco creo que los compañeros de la competencia lo sepan. Cómo hacer que Radio Mulher sea diferente es fácil dilucidarlo, solo requiere de la conversión de sus comunicadoras en periodistas con pensamiento crítico y cultura política y general. Como si de un equipo de justicieras se tratara, Bafatá las necesita, pero las necesita formadas.