Los pintores de Fuentes tienen en común el haber pintado alguna vez en sus vidas una copia de la Inmaculada de Murillo y un cierto sentido de orfandad con respecto al público de Fuentes. Una tendencia al arte clásico y un notable amor por Fuentes. Amor poco correspondido, al menos en el ámbito artístico. Los dos rasgos adornan a Camilo Gómez, creador polifacético y prolífico que, pese a la vocación artística vive de la destilería Rigo, creada por su abuelo en los albores del siglo XX. De Camilo Gómez podría decirse, como de los otros artistas, que el coronel no tiene quien le escriba. En este caso sería el coronel no tiene quien aprecie sus cuadros. Fuentes da notables artistas, pero escaso público. Eso hace que los artistas asuman una especie de ensimismamiento que raya la clandestinidad. Esto que sigue es lo que dice Camilo Gómez.

Pregunta.- ¿Para quién pinta Camilo?

Respuesta.- Básicamente, pinto para mí, porque me gusta y porque aquí no hay a quien pintarle. La gente no va a las exposiciones ni compra cuadros. He pintado mucho y hecho muchos trabajos sin cobrar un duro. Mi casa está llena de cuadros, están por todos los rincones. Los pintores aquí estamos condenados a trabajar por amor al arte. En Fuentes he hecho de todo, desde pintar la pañoleta de la caseta de la hermandad de Jesús Nazareno, hace ya 25 años, hasta el escenario y el vestíbulo del colegio Santa Teresa. Hace mucho que dejé de pintar para que me halagasen. Ya no me interesa. Pinto porque necesito crear y lo mismo hago maquetas que caretas o esculpo figuras con papel maché. Soy creativo cuando estoy en esa fase.

P.- Hablando de pañoletas. Llevas varios meses en esa tarea.

R.- Sí, desde enero llevo pintadas veinticinco o treinta pañoletas para las casetas de la feria de Sevilla, lo que me obliga a ir todos los días a la ciudad. Por cierto, bien pagadas. También estoy pintado mesas típicas sevillanas, de las que llevo setenta u ochenta. Alrededor de la feria de Sevilla se mueve mucho dinero y es una ciudad donde sí se le da valor al trabajo del artista. Nunca había ganado dinero pintando.

P.- Hay otras sensibilidades.

R.- Claro, es por eso. Tengo que aclarar que yo no me considero un artista. Artistas de verdad eran Murillo y Velázquez. Yo no pinto nada. Pero cuando voy al museo del Prado se me caen dos lagrimones mirando aquellos cuadros. Nunca nadie me enseñó a pintar, he aprendido leyendo libros y copiando a los clásicos, que es la mejor forma de aprender. Al principio copiaba cualquier cosa, pero pronto me di cuenta de que si copiaba a mediocres me hacía mediocre. En el arte pasa como en la vida, hay que intentar imitar a los grandes en todo. Hoy en día se aprende mucha técnica a través de Youtube, pero los de mi generación tuvimos que buscar en libros y mirando muchos cuadros.

P.- Eliges los clásicos.

R.- Sí, los clásicos y el barroco. Murillo y Velázquez, especialmente. Con ellos se me erizan los vellos. De lo más moderno, el impresionismo. Algo de Dalí y un poco menos de Picasso, aunque reconozco el valor que tienen. Los que pintamos nos acercamos a los cuadros de otros artistas con ojos diferentes a los que no pintan. Nos fijamos en detalles -un brillo, un reflejo, un color...- que pueden pasar desapercibidos al público.

P.- Creas un poco de todo, pero tiendes a la pintura al óleo.

R.- Es lo que me da más satisfacciones, aunque he experimentado con todo. Desde dibujos para tatuajes hasta todos los Cristos de Fuentes. Uso el carboncillo, el óleo, la acuarela y hasta el esmalte sintético. Todas las técnicas se aprenden, pero la sensibilidad para el arte viene de la cuna. Mi abuela, Dolores la del Potro, era una artista cosiendo y pintando. Mi hermano Ricardo le da al diseño y mi hijo Camilo, que es arquitecto, pinta de maravilla. Yo tengo rachas, en parte porque me debo al trabajo en la destilería, pero en estas fechas tengo más tiempo para pintar gracias a que las tardes son más largas.

P.- ¿El aguardiente sirve para pintar?

R.- No lo he usado nunca, pero podría hacerlo. Por razones obvias, he pintado mucho sobre el aguardiente, pero nunca con aguardiente. Hemos ganado premios con nuestro stand de Rigo en las ferias sobre productos hechos en la provincia. El trabajo en la destilería ha sido bueno para unas cosas y malo para otras. Bueno porque me ha permitido ganarme bien la vida, junto con mi hermano, pero también un lastre para mi vocación por el arte. De no haber contado con su amparo tal vez me habría aventurado a adentrarme más en el mundo del arte. No digo que pude haber sido un gran artista, pero al menos me habría hecho profesor de arte o algo así. En otras circunstancias tal vez habría llegado más lejos, pero me quedé en la zona de confort de la empresa.

P.- ¿El confort corta alas?

R.- Creo que sí, tanto como la ausencia total de condiciones. La historia está plagada de talentos malogrados por falta de medios para dedicarse al arte y por lo contrario. A los hijos hay que empujarles para que salgan del nido. A mis hijos les he dicho siempre que estudiaran o que estudiaran. Y si no querían estudiar, su futuro no era seguir con la destilería. Universidad, campo o albañiles. Al final han salido buenos estudiantes, igual que los de mi hermano, lo que tiene como consecuencia que la destilería está abocada al cierre cuando nos jubilemos. Mi hijo trabaja de arquitecto en Morón.

P.- Los jóvenes de Fuentes lo tienen difícil.

R.- Fuentes es muy complicado para todo. La vida para los jóvenes es imposible. Todo el que tiene alguna inquietud se ve abocado a marcharse. Al menos a Sevilla. La tragedia es que aquí se vive muy bien, pero los trabajos a los que ellos aspiran están en Alemania, Inglaterra o Australia. Menos mal que no les asusta el mundo. Aquí no hay ninguna iniciativa. No hay más que ver los polígonos medio abandonados. No sé decir cuál es la causa, pero cualquier pueblo de la comarca tiene más empuje que Fuentes.

P.- Te atrae la docencia

R.- Mucho. Mi otra vocación era el ejército, pero tampoco di el salto para salir de entre los algodones que era la fábrica. Ocasionalmente he dado clases de pintura a niños y a personas mayores y disfrutaba como nunca lo he hecho. He descubierto que en Fuentes hay gente que es buena pintando, gente que cree que es buena pintando y gente que no sabe que es buena pintando. Lo que falta es público para la pintura. Vuelvo al principio, mi sueño siempre fue vivir de lo que más me gustaba hacer, pintar. Ahora que por primera vez me pagan -y bastante bien- por pintar, aunque sea pañoletas para la feria de Sevilla, me doy cuenta del privilegio que supone ganarte la vida haciendo lo que realmente te gusta.