Elogio de la mujer fuerte y humanitaria conocida como la Mosquita. Doña Mercedes nació en la última década del siglo XIX y murió en el año 1963. Era una mujer delgada y nerviosa con una capacidad de trabajo fuera de lo común. Junto con su marido, don Lorenzo, que le sacaba cabeza y media de altura, formaban una pareja singular. De la casa se encargaba el hombre, que no tenía ninguna vergüenza, en aquellos años de machismo dominante, de ponerse de rodillas a limpiar el suelo con una aljofifa delante de todos los que pasaban por la calle Calderero, que era donde vivía.

Su negocio más conocido eran dos cines, uno de invierno en la calle Mayor y otro de verano enfrente de un montón de tierra que llamaban la Montaña. Entraba en competencia con el cine Avenida. En más de una ocasión, cuando el Avenida ponía las entradas más baratas, don Lorenzo a la salida del cine iba devolviendo la diferencia a los espectadores. En aquellos tiempos, antes de que la televisión se extendiera, ir al cine era el pasatiempo por excelencia de la gente de Fuentes.

Además, doña Mercedes daba dineros a rédito a los pequeños y medianos agricultores que lo necesitaban con un interés muy ventajoso. Es muy posible que fuera la primera jefa de sucursal de una caja de ahorros. Hubo quien la llamó la salvadora de los mayetes. Era un rabo de lagartija que siempre estaba moviéndose. Iba a Sevilla todas las semanas a hacer gestiones y a comprar y vender lo que le encartaba. No recuerdo a nadie hablar mal de doña Mercedes. A su desbordante energía unía una formalidad insuperable. Lo que decía lo cumplía y no había más.

La gente de Fuentes la conocía por sus actividades empresariales, pero sólo los de la calle Calderero sabían de su humanidad. En aquellos tiempos había mucha miseria y no faltaban en la calle familias que no tenían ni para comer. Doña Mercedes era la que más les ayudaba y coordinaba la ayuda que en aquellos tiempos prestaban los vecinos menos pobres a los pobres de solemnidad. Me cuentan mis vecinas y amigas, Magdalena y Rosalía, hijas de la Pepa la Pintá que eran sus vecinas de la casa de más arriba, que había en Fuentes dos hombres con ligeros problemas mentales a los que invitaba a comer cada cierto tiempo a su casa. Los sentaba a su propia mesa y les servía todo lo que tenía con su mejor cubertería y vajilla.

El matrimonio tenía una sobrina que vivía con su marido, maestro, y su hija, en la misma casa. A veces se quejaban a los vecinos de las cosas de su tía. No les parecía mal que ayudara a la gente, pero el trato que daba a aquellos dos les parecía demasiado. Doña Mercedes se fue a Sevilla, donde había nacido, y allí murió. Todas las vecinas que pudieron fueron al entierro de una mujer como no hubo otra en Fuentes en el siglo XX. Se llamaba Doña Mercedes López de Tejada y Burgos y tenía a mucha gala contar a sus vecinas más cercanas que ella se juntaba en Sevilla con la flor y nata de la nobleza. Doña Mercedes la Mosquita, una mujer excepcional.