La Argamasilla y el cortijo Zahariche el Bajo hablan solos con su tristeza en la tierra donde viven. Inmensos campos, cuyo término se pierde en el horizonte entre Fuentes y Carmona. Surcos que se juntan y se confunden a lo lejos como las varillas de un abanico, entre la Gloria y la Herradura, Te Perdiste y el Travieso. Las perdices ya encolleradas, cantan bajo las hojas de un trigo que se mueve con el viento a la caída de la tarde. Tierras labrantías de Fuentes donde un hombre puede caminar horas enteras sin salir de la propiedad de un solo dueño y que ya sólo pueden ser cultivadas por gigantes como los que aparecían en los cuentos de Don Quijote y Sancho, labrándolas con bestias que tuviesen pies y alas.
La tierra... una tierra negra que lleva en sus entrañas quizá los restos de Turdetanos y viejos brazos mercenarios que buscarían la Vía Augusta, donde el hombre se resignaría y conformaría con aceptar lo que ésta quisiera darles. Quizá el cielo fuese más azul y sereno, con más eterno verdor sus arroyos, quizá luciera el sol con más fuerza; pero bajo la lluvia de oro de está tarde en la Campiña, la tierra andaluza se muestra triste y silenciosa como si pesase sobre ella la muerte bajo el rumor de sus arroyos. Zahariche, se encuentra próximo a la autovía A-4. De cuyo esplendor de antiguo cortijo sólo se conservan ruinas.
Las modernas cosechadoras reemplazaron a las viejas herramientas y a las antiguas costumbres. El campo se queda cada vez más solo. Solo vuelven cada año las golondrinas, los vencejos y las tórtolas, que suelen anidar en cortijos abandonados, con los tejados hundidos y las paredes semi derruidas. O a olivos apartados y aparentemente ensimismados. A pesar de todo, la belleza del campo no ha desaparecido. El campo descansa en silencio, ya han quedado atrás los hombres hechos al polvo y a la pena, surco va, surco viene, al arado, a la hoz o al azadón. Hombres uncidos a la tierra, nobles hombres del campo, hombres de sol a sol, en el olvido y la memoria que un día pasaron por aquí.