De niño, cada domingo iba al cine. Los cines de mi barrio eran de reestreno, allí se proyectaban películas de romanos con mucha frecuencia. Los Péplum me fascinaban porque, aunque vivían en tiempos bíblicos, sus personajes se parecían mucho a nosotros. Eran morenos de pelo corto, como los chavales de mi clase, como la gente que veía por la calle, como yo. Aunque en las películas los únicos que no eran figurantes eran los ricos, la élite del imperio; sólo había dos clases sociales en aquel mundo, los patricios y los plebeyos. El tercer grupo social no tenía categoría humana, eran considerados posesiones. Este tercer grupo sobrevivía generación tras generación formando estirpes de esclavos. Todo el peso de la economía descansaba en sus desgastados hombros. Aunque no la probaban, sólo eran carne.

Se distinguía muy bien el estatus de cada cual. Los poderosos cuanto más lo eran, más abajo se sentaban, más cerca del espectáculo. A medida que disminuía la categoría de la persona, más ascendía en el graderío del Coliseo, más pequeño veían todo. Los patricios era pocos, se conocían todos. Coincidían en los lugares de moda, en Capri cerca del emperador Tiberio, en Bayas, en Herculano o más lejos, en Tebas y Luxor, en Lesbos o Rodas. Eran unos sibaritas, bebían el mejor vino de la Hispania, comían los mejores faisanes de Guinea, los más jugosos gallos de Persia, las mejores ostras de Tarento, el mejor garum de Baelo Claudia. Eran unos pijos que hacían cosas de pijos.

Hoy los ricos siguen siendo ricos, pero ya no se reconocen como patricios, queda feo. Ahora todos somos iguales (lo dice la Constitución), todos con DNI. Pero los ricos son los ricos y el resto no. Sin embargo, todos los no millonarios somos de clase media, que no de clase trabajadora (qué viejuno) ni de clase obrera (qué ordinario) ni proletarios (eso es de rojos) ni asalariados, ni operarios, ni autónomos, ni inmigrantes sin papeles. Todos, salvo cuatro, somos de clase media, prácticamente patricios, pero eso tiene que notarse.

¿En qué momento nos hemos convertido en escaparates itinerantes de las marcas registradas? Nadie es lo que es, sino lo que tiene o lo que aparenta tener. Tanto vendes, tanto vales, es el lema de este siglo XXI, cambalache, problemático y frívolo. En este mundo de pavos reales e imaginarios, sólo importa, “o´sea, lo quimporta de erdad, ¿saes?, es ser fasionvictim total, no arecer chusma, o´sea”. Muchos piensan como pijos y hacen cosas de pijos, pero no nos llamemos a engaño, son unos pijos. Se creen patricios, pero son una mezcla entre plebeyos y esclavos del consumo que alardean de la oquedad de sus cabezas. Millones de trabajadores que no saben lo que son sostienen gobiernos que van en su contra, en contra de los que tienen para ir tirando. Se creen la élite sin serlo, corriendo tras la gloria sin descanso. “Hazte millonario en un pispás, sólo es cuestión de ambición”, aunque como no hay éxito pa tanta gente, tendrán que pisar más cabezas que Santiago Matamoros.

Cuánto pobre, cuánto pobre, pensamos mirando a los países del sur y del este y de casi todas partes. Claro, nosotros somos de un país notable, aquí no hay pobreza. Han conseguido engañarnos, ahora todos somos ricos. Hijos de la sociedad opulenta de la marca España, con grandes equipos de fútbol y grandes bancos, con grandes multinacionales, grandes cantantes y los mejores friquis. Somos un país con una población anestesiada, primero con la tele, después con las redes “asociales”, en la que unas niñatas/os horteras e indocumentados alardean de nada.

Marcan tendencia convirtiéndose en guías espirituales de millones de chavalas que quieren tener todas la misma cara y chavales de grandes músculos, mucha testosterona y cerebros como un guisante lágrima -que por lo visto es el “caviar de los guisantes”- aunque seguro que sólo saben a guisante.

Desde los lejanos tiempos de mi infancia me gusta la historia. Hace que relativice la realidad y comprenda que todo es efímero. Echamos un vistazo y nos vamos, la vida no da para más. Los imperios caen, las civilizaciones se hunden en su esplendor, la nuestra no será menos. La decadencia ya ha empezado, ha triunfado el individualismo, ha triunfado el yo. Nadie recuerda Fuente Ovejuna porque nadie recuerda nada que importe algo. Pero muchos pueden recordar cuántos goles y en qué minutos se marcaron en el partido del siglo de hace diez años o en qué puesto quedó Irlanda en Eurovisión hace veinticinco.

Patricios y plebeyos, esclavos del consumo y esclavos sin papeles, autónomos sin autonomía y parados de larga duración, desencantados y encantados de conocerse, todos formamos parte del orbe. A veces estamos arriba y otras abajo, cerca del espectáculo. Nos guste el circo o no, todos necesitamos pan, todos somos mortales. Sólo el poder público puede equilibrar la trucada balanza romana. Pero para poder cambiar esta sociedad injusta lo primero que hay que saber es quiénes somos, qué somos.