En otros tiempos mucho más políticamente incorrectos y primitivos que estos aún, la gente sencilla también bromeaba con trazo grueso. No estaba mal visto hacer chistes machistas, homófobos y “gordófobos”, que se apoyaban en todo tipo de fobias devenidas de la ignorancia. Tras ver en la tele cómo un “masa” le cortaba un pie a Kunta Kinte, se declaraban no racistas y no lo eran, hasta que se hablaba de los gitanos. Cualquiera que fuese diferente, aunque fuese solo un poco, estaba condenado a la burla continua. Un día escuché un insulto que me hizo (y aún lo hace) reflexionar. ”Qué feo es el hijoputa”. Se supone que el poco agraciado al que se referían era culpable de su fealdad, culpable de no coincidir con los cánones de la belleza. Ser feo y mala gente era lo mismo.
Ni Ava Gardner, Cary Grand, Rita Hayworth, Warren Beatty, Marilyn Monroe, Gary Cooper o Kim Basinger hicieron nada para ser adorados, más allá de su talento interpretativo, que por otra parte no era valorado por la mayoría del público. Ni siquiera Sara Montiel le debía su éxito a fumar pacientemente. La belleza física es una casualidad genética, igual que la fealdad. Sin embargo, tratamos de buscar un equilibrio, una compensación, una especie de justicia en verso. Por eso a la hermosura se le suele adjuntar un pero: “tu cabeza es hermosa, pero sin seso, le dijo la zorra al busto”, según Samaniego. Por el contrario, con mucha facilidad se le atribuyen bondades e inteligencias a los feos, lo cual no es demostrable. Tampoco la belleza está en el interior porque hay gente fea, poco inteligente y maleducada que son auténticos canallas.
“¡Que se mueran los feos!”
Siguiendo estos razonamientos simples, se cataloga de tontas a las venus rubias y a los morenos apolíneos para compensar envidias de más de alguno o alguna. Definitivamente, piensan, las guapas/os son tontos de caerse, entonces… ¿Por qué todo el mundo se empeña tanto en ser guapo/a? ¿Quieren parecer estúpidos? No, los y las guapas tienen éxito por el hecho de serlo y muchas veces hay que pagar un alto precio para conseguir la ansiada belleza.
Quizá por eso triunfan las redes sociales del postureo activo. La corte de Instagram mira con lupa a los que se ofrecen en el escaparate virtual, destrozando a quien cogen despistado. Lo importante es vender, salir guapo en la foto, aparentar lo que no se es. Mucha gente sueña por encima de sus posibilidades. Lo hacen tanto que llegan a formarse una imagen superlativa de sí mismos. A ciertos especímenes, podríamos comprarlos por lo que valen para venderlos después por lo que dicen que valen. Sería un gran negocio. Somos en parte el resultado de la genética, pero en mayor medida somos el resultado de nuestras circunstancias, como decía Ortega y su amigo Gasset.
La juventud, sin arrugas, sin memoria, irreflexiva, impaciente y manipulable, encierra la belleza de la ingenuidad. Se le rinde culto al candor de la juventud y se desprecia la madurez. Muchas mujeres jóvenes y guapas han sufrido las consecuencias de ser tratadas como objetos decorativos, en el mejor de los casos. En el peor... No olvidemos a la hermosa estrella de Hollywood Hedy Lamarr, quien no pudo desarrollar su talento científico por ser tan bella. Aun así inventó el salto de frecuencia, sin el cual hoy no existirían el WI-FI o el Bluetooth. No le dejaron inventar nada más, era mujer y tan guapa…
Cierto es que existen casos contrarios. Miguel Bosé siempre me pareció un cantante mediocre y un peor actor (por supuesto, esta afirmación es personal, como todo este artículo). Lo llevo diciendo toda la vida, pero siempre me respondían: ya, pero es tan guapo… Solo cuando la edad ha marchitado su cuerpo, las mismas personas que me decían eso ya no lo disculpan y han reconocido su necedad.
Así que los que no tenemos los ojos de Paul Newman y nos marchitamos sin ser estirados ni recauchutados, tenemos la suerte de saber que no nos quieren por nuestra belleza, solo por nuestro talento, si lo tenemos, por nuestra generosidad si no somos cicateros, por nuestra bondad si existe. Feos del mundo, adefesios, contrahechos, repelentes, cayos malayos y gentes poco agraciadas, pensad que es mejor ser más feo que Picio, que más tonto que Abundio. Pensad que lo importante no es la belleza física, que se diluye con los años, sino conseguir ser querido, admirado y respetado por lo que uno es, no por lo que parece.
Sobre la belleza: “Toda es vana arquitectura; porque dijo un sabio un día que a los sastres se debía la mitad de la hermosura” (Lope de Vega).