Suenan fanfarrias, el público enardecido corea sus nombres, ondean banderas al viento, laurel para el vencedor ¿Hemos ganado o han perdido?  Todos somos ellos siempre que ganen. Queremos selfis y camisetas, fetiches del éxito ajeno, pruebas de haber estado cerca de la victoria, aunque sea desde el sofá de casa, cerca de ídolos que pronto convertiremos en barro, cenizas, polvo y nada, como hacemos con todo lo efímero.

La diferencia entre la gloria y la debacle dista una fracción de segundo, un milímetro, una brazada, una zancada. Para los que ganan, oro, incienso y mirra ¿Quién quedó segundo? ¿Y tercero? Nadie los recuerda, que se lo digan a Buzz Aldrin y más aún a Michael Collins, el astronauta que rozó la Luna con los dedos a través de una ventanilla, sin poder tocarla.

Hay quien dice que se conoce a los ganadores en la línea de salida. A los ganadores y a los perdedores. Dicen que se nota por su actitud, por la sed de triunfo que destilan, por la ambición que les lleva a creer que nada es imposible. Si quieres, puedes. Luego el que no puede, en realidad es porque no quiere. Resumiendo, todo perdedor es un indolente falto de carácter e incapaz de sacrificarse.

De ahí viene el mito de los prohombres, los que se han hecho a sí mismos. Los que empezaron vendiendo periódicos y se hicieron multimillonarios. Son puro pundonor, valentía, inteligencia y perseverancia, según ellos mismos. De lo que no se suele hablar es de que, a menudo, estos éxitos son la consecuencia de la falta de escrúpulos, la ausencia de honradez y empatía, el egoísmo enfermizo que les lleva a ser profundamente infelices por insaciables. Su único lema es quiero más. Más a costa de lo que sea, de quien sea. Es fácil hacerse rico, si eso es lo único que se quiere ser en la vida, claro que tiene que ser lo único. Lujosos panteones de mármol de Carrara albergan los restos fosilizados de millonarios que se hartaron de contar monedas de oro. He ahí su único legado.

¿Qué es triunfar, qué es fracasar?

Todos somos perdedores en algún momento, la mayoría de los ganadores son perdedores habituales, que un día excepcionalmente ganan. Luego están los suertudos, ésos que cuando salen del baño, dejan una fragancia a ámbar y almizcle. Pero la mayoría de los mortales, cuando nos sentimos ganadores es porque nos ha tocado el reintegro. Buscar la suerte es absurdo, no existe. Uno ha de prepararse, pelear en serio, esforzarse al máximo y luego, ya si eso…, si no llueve, si la temperatura es la apropiada, la velocidad del viento es correcta, si el horóscopo es propicio o si no te adelanta un enchufado mediocre con poderosos padrinos, igual tienes la oportunidad de participar del banquete.

Perder o ganar es relativo. Los que pierden en lo “importante” a veces arrasan en lo “insignificante”. Los hay pobres en dinero y ricos en amigos, en amores, en experiencias, en aptitudes y actitudes. No tienen liquidez, pero sí solidez, no tienen fama, pero sí prestigio. Me resulta cómico ver actuar a los aparentes, los gazmoños, los lechuguinos sin palco, los que se creen de la Jet set pero viajan en Easyjet, los que alardean de lo que carecen y arengan sobre lo que ignoran. “Pa cuatro que tenemos dinero”. En su fantasía, llegan a creerse triunfadores pese a vivir en el lodo. Nada en la nevera, ropa de marca, coche de marca, estupidez de marca registrada; que se vea bien el logotipo. Demasiada pompa para tan poco trigo.

El mundo está lleno de perdedores, todos lo somos. Venimos al mundo tras perder la seguridad uterina y lo primero que recibimos es un golpe que nos provoca llanto. A partir de ahí, todo o casi todo son pérdidas y decepciones. Naturalmente, yo soy un perdedor de libro, pero de libro de país rico. Un país que no comprende a los niños africanos que sonríen siempre porque no creen haber perdido nada. Cuando nada se tiene…

Sin embargo, son perdedores desde antes de nacer, carne barata, carne a la venta, carne de niña que será violada muchas veces, carne de cayuco y patera, carne de yugo. Serán tratados como delincuentes sin haber hecho otra cosa que nacer en un país saqueado. Solo habrá redención si el deporte los convierte en campeones, entonces serán aclamados gladiadores. Entonces estaremos orgullosos, todos seremos ellos, su triunfo será nuestro. Sonarán himnos y más de una lágrima rodará reconociendo su heroísmo.

Dejaremos sobre la Tierra algún legado más allá de nuestra huella de carbono, pero me temo que de la mayoría de “logros” no estarán orgullosos de nuestros supervivientes. Perder, ganar, perder ganando, ganar perdiendo, los matices parecen todo, pero no son nada porque en realidad siempre pierden los mismos. El mundo está lleno de heroínas y héroes cotidianos, nadie les da una medalla, nadie celebra sus victorias, nadie llora sus fracasos porque para nadie existen.