Era “Vous-parlez français” O Parlez-vous français? Habrá que preguntarle a Manoli Barcia, la mejor alumna de Juan Selfa en el colegio de la estación. “Se puede decir de las dos maneras por la entonación interrogativa, pero la más correcta es parlez-vous française. Barcia recuerda que la primera lección de francés que recibió en su vida fue aprender un texto de memoria que comenzaba “la famille Martin a passé les grands vacances en Espagne, à la frontière on fait le control du bagage...”

Aunque los franceses fueron expulsados de España a principios del siglo XIX, después del levantamiento del Dos de Mayo, la lengua de Pepe Botella (José Napoleón) quedó incrustada en el sistema educativo durante al menos un siglo y medio más. Había que ilustrar a los escolares en una lengua extranjera y cuál mejor que la del vecino más cercano. Luego vino el imperio de la lengua británica, que perdura hasta nuestros días en todos los ámbitos de la enseñanza y hasta en la vida cotidiana. Pero en Fuentes los valientes escolares resistían contra viento y marea aquella invasión gala capitaneada por una escuadra de esforzados profesores, al frente de la cual estaba don Juan Selfa.

“En 1° de BUP tuvimos una severísima profesora que en una clase de 40 solo aprobó a dos personas”, recuerda Manoli Barcia. “Para mí fue muy frustrante porque yo era muy responsable y jamás había suspendido y menos para septiembre. Me puse a estudiar intensamente en verano con la ayuda de mi prima Isabel, maestra en Fuentes y obtuve la mejor nota de las pocas que aprobamos en septiembre, un 8. Eso creó en mí un espíritu de superwomen porque entendí que podía estar capacitada para esa lengua y me entregué a ello. Pero aquí todo era gramática y realmente no nos enseñaban a comunicarnos. Al final, lo aprendí gracias a un chico francés que conocí en verano y que me escribía y hablaba con él cuando venía”.

Como le ocurrió a Manoli Barcia, los idiomas en aquellos años entraban mucho más por la vía de las amistades veraniegas que por las soporíferas clases de los voluntariosos profesores. También hubo en Fuentes quien aprovechó su chapurreado de francés y sus conocimientos de inglés para hacerse un hueco atendiendo guiris en los establecimientos hosteleros de Palma de Mallorca. Fue el caso de Francisco Javier López Moreno, que vivía frente al cine y una vez culminó la gesta de salir victorioso de la traducción del francés de un vertiginoso viaje en tren.

La enseñanza del francés en el siglo pasado forma parte de las crónicas de la nostalgia de Fuentes de Andalucía porque estudiábamos en un libro de Maurice Renard cuyo encabezamiento rezaba “Les vacances de monsieur Dupont (suivi de Eux, Quand les poules avaient des dents, Sur la planète Mars” ¡Casi na! Cuando habías acabado de memorizar el titular ya andábamos en puertas de las vacaciones de Navidad y cuando volviéramos con la tripa llena de mantecaos ya lo habíamos olvidado todo. Vuelta a empezar.

Solo los más avispados lograban leer y enterarse de algo. Nivel elemental decíamos entonces. Una pasada para los alumnos de EGB, que rozaban con los dedos el BUP.  Aquellos profesores de las escuelas de la Estación y Puerta del Monte no disponían de los medios adecuados para una formación adecuada, como eran los discos, vídeos, novelas… Ni los alumnos disponían de motivación. Para coger algodón en Lora del Río para qué necesitaban saber francés, decían muchos. Lo más difícil no era aprender la gramática, la teoría, sino lanzarse por el despeñadero de la conversación. Podríamos decir que la naturaleza no había dotado a los fontaniegos.

Las mentes del común de los mortales estaban tapiadas por un muro infranqueable a la hora de decir “Bonjour, je m'appelle Manuel et je veux un billet de train pour Marseille”. Ante el maestro podíamos repetir como loros aquello de “Mon chien est rouge, mes habits son rouges, ma copine est belle, pero ¡ay cuando tocaba salir a la calle a enfrentarse con una conversación! El vértigo del abismo sin la red de don Juan Selfa al lado echaba para atrás al más pintado.

Y eso que aquellos profesores eran rigurosos y los alumnos entrábamos en clase como corderitos, mirando de reojo la regla que amenazaba desde lo alto de la mesa. El francés era importante en aquella España de mediados del siglo XX, pero más aún el orden y la disciplina. Amaban los maestros el cine -era lo que había- en aquellas pantallas grandes y sonido envolvente, todo adornado con el sentimiento de estar participando en un ritual con fuerte carga de arte. El séptimo arte le llamaban entonces al cine, siempre detrás de la arquitectura, la escultura, la pintura, la música -que incluía el teatro- y la declamación -que incluía la literatura, y la danza-.

El séptimo arte visto desde del séptimo cielo, que para los fontaniegos consistía en encaramarse al puente de la Lagunilla para intuir desde allí la evolución de las películas del cine de verano sin pagar entrada. El francés era bastante menos atractivo que aquellas funciones de cine bajo las estrellas. Había que memorizar los acentos agudos, graves, circunflejos y los apóstrofos que permiten evitar una palabra cuando va ante una vocal, especialmente la e muda y teníamos que escribir “L'avion décolle à 21 heures de l'aéroport de Londres. Decían los sesudos profesores que el francés es más rico que el castellano, que con el uso a lo largo de siglos había sido “limpiado”. Eso lo entendíamos a la perfección porque los andaluces le hemos aplicado al castellano un notable lavado de letras inútiles.

Avoir, aller, être, faire, pouvoir, venir, prendre, voir, devoir. Le présent, le passé compose, l’imparfait, le passé récent, le passé simple, le plus-que-parfait, le passe antérieur, le futur proche, le futur simple, le futur antérieur. Los maestros sentían devoción por los adjetivos, de los que decían que les dan color a las palabras y a la vida, por los pronombres, los artículos, las preposiciones y las conjunciones.  Tu, il, el, nous, vous, ils, elles, le, la, le, a, de, par, pour… A final del curso, casi todos sabíamos decir sin titubeo bonjour, bonne nuit, au revoir, merci, de rien, excuse-moi, Je suis désolé. Luego estaban los “cerebritos” del francés, como la Barcia, que a nosotros nos parecía que bien pudieran haber nacido allende los Pirineos.

Algunos profesores, ya jubilados, dicen ahora que ha bajado el grado de exigencia académica. Sienten nostalgia de aquellas traducciones en las que los diccionarios echaban humo. Había que memorizarlo todo. Antes de dar la lección en clase había que estudiarla en casa para no llegar colegio con la mente en blanco porque no es lo mismo una mente cultivada que una mente sin cultivar. Y nuestra mente se iba sin remedio a los trigales de los Cerros de San Pedro y a los eriales del Castillo de la Monclova. Pero en francés, que sería algo así como “les champs de blé des Monters de San Pierre et les friches du Château de la Monclova ».