Hace cuatro días que febrilmente construyo sin éxito palabras para Paco. Para él trato de levantar paredes de letras que se desmoronan antes de cobrar sentido, erijo pilares hechos de frases que al poco caen despeñados en el vacío de la nada, hilvano párrafos que se desvanecen sin la ligazón del cemento. De pronto comprendo lo que pasa: a las palabras, a las frases y a los párrafos les falta lo esencial, el encofrado. Entonces decido esperar a que Paco Bejarano coja los tableros, el martillo y un buen puñado de clavos con los que va dándole forma al armazón de este edificio de letras. Todo a su debido tiempo. Después, el hormigón empieza a fraguar mientras Paco echa la siesta a la sombra de su olivo.

Paco Bejarano ha vuelto a Fuentes, donde ahora duerme plácidamente aquí al lado. Cuando nadie lo vea, abrirá los ojos para contemplar la silueta de Fuentes bajo la luz cálida de todos los atardeceres del mundo. Esta vez Paco ha regresado para quedarse. No hay más trasegar de Fuentes a Alemania, de Alemania a Fuentes, de Fuentes a Francia, de Francia a Fuentes, de Fuentes a Suiza, de Suiza a Fuentes y de Fuentes a Barcelona y de Barcelona a Fuentes. No es que Paco estuviera cansado a pesar de llevar casi un siglo de acá para allá desde que los ojos le mostraron la primera luz cegadora de esta Campiña, madre cruel y acogedora, tierra que engendra trigos, olivos, girasoles, garbanzos e injusticias. En la hora del reparto, la cosecha del trigo, del aceite, de las pipas y de los garbanzos -y del poder- todos los años es para los señores. Las injusticias y el trabajo son siempre para los jornaleros.

A pesar de llevar trabajando toda la vida, Paco nunca ha estado cansado por la sencilla razón de que ha vivido en una época en que el privilegio de descansar estaba reservado a los mismos que recibían el trigo, las aceitunas y los garbanzos. Una tarde en la calle la Huerta vio cómo un hombre moría de hambre. Con los ojos aún adolescentes, Paco contempló aquella tragedia y se dijo que no cejaría hasta conseguir que nunca nadie más en esta tierra tuviera que morir de hambre para que otros nadaran en la abundancia. Por aquel muerto de hambre y por otras muchas razones, Paco se echó a las espalda la obligación de cambiar el mundo, blandió la hoz para segar injusticias al tiempo que trigales, demandó derechos laborales al tiempo que levantaba andamiajes de veinte plantas y abrió la puerta de su casa para todo el que necesitara un techo.

En aquel tiempo, Paco era joven, rebelde, alegre, optimista, conversador apasionado y generoso. En Fuentes, promovió manifestaciones y huelgas desde la presidencia de la sección social de la Hermandad de Agricultores y Ganaderos. Decía que a la conciencia política hay quien despierta pronto, quien despierta tarde y quien no despierta nunca. Él despertó pronto y se libró por los pelos de ir a la cárcel con Sebastián Catalino, Diego el Tío los Hierros, Bernardino Caro, Fernando González, Salvador Galán... por participar en la lucha contra el franquismo. Paco madrugó a la conciencia política y al ansia de igualdad, como madrugó cada día que encofraba obras en las calles de Barcelona, donde nunca hubo ni habrá encofrador más culto, más leído y más al tanto de lo que pasaba en el mundo. Ni más sensible ante el sufrimiento ajeno.

Segó trigales, exigió derechos, negoció convenios, promovió huelgas, cortó calles y corrió delante de los "grises" que reprimían a tiros las protestas obreras. Pasados los años, aunque no joven, Paco ha seguido siendo alegre, rebelde, optimista, conversador apasionado y generoso. Además de culto, informado y sensible al dolor ajeno. Si fuese cierto que existe el paraíso de los creyentes, también tendría que existir el paraíso de los ateos, al que sin duda irá este santo laico el día que deje de dormir la siesta al pie de su olivo de Fuentes. También puede ser que exista un paraíso común para creyentes y ateos y, en ese caso, el día que Paco deje la sombra del olivo, seguro que le reclamará a su tocayo Francisco -Bergoglio- que deje ya de predicar para los obreros y empiece a repartirles el trigo que de forma tan cicatera la Iglesia guarda en los graneros de Roma.

Este pasado miércoles, con la mochila aún llena de ideas y planes para cambiar el mundo, rebosante de vida y de conciencia política, de conversación y de pasión humana, el fontaniego gigante llamado Paco Bejarano ha emprendido viaje de vuelta subido a una nube blanca como el algodón, dispuesto a descansar eternamente a la sombra de su olivo. Bienvenido de vuelta a casa, hermano.