El agua dulce es un bien cada vez más escaso en nuestra tierra, al aumentar demandas de consumo continuamente debido a múltiples factores, desde la tropicalización de nuestro clima, con subida de la temperatura media, nuevas variedades y cultivos con mayor productividad, incremento de necesidades del turismo, hasta el mundo de internet y a la irracionalidad de alguno de nuestros actos, por acción u omisión.

Veo en plena ola de calor, con viento de levante viajando por una carretera nacional hace pocos días, varias parcelas de algodón regándose por aspersión a la una de la tarde. Eso no cuadra dentro de la definición riego eficiente. Tener concesión, derecho de aprovechamiento de aguas, no puede significar su uso poco responsable o su despilfarro por la gran evaporación que se produce antes de llegar y mojar la tierra. Con prácticas como éstas nunca habrá agua suficiente, ni para todos. Las malas prácticas en el uso del agua han de ser sancionadas, como sucede en otros ámbitos, debiendo ser todos responsables de velar por ella, así como beneficiarios de todo buen uso. Responsabilidad tiene como sinónimos madurez, sensatez, formalidad, fundamento, juicio y seriedad.

Prácticas como cerrar el grifo, emplear la ducha en lugar de la bañera, obligada reutilización del agua depurada urbana en nuestra costa, vigilancia del lavado de barcos, exigencia de riego localizado y uso de variedades autóctonas, incluyendo jardinería mediterránea xérica con bajas necesidades y más aclimatadas a lo que ya tenemos aquí, son ejemplos donde cada uno tiene la facultad de ser responsable y convertirse en actor principal. Imploro a nuestra responsabilidad. El uso de nuestro rico lenguaje no puede hacernos perder su verdadero significado, amparándonos en una terminología tan extensa. Por ello la adquisición del necesario conocimiento en saber, un derecho y obligación de nuestra sociedad.

En esta época, en la que la lluvia cada vez es más escasa, el uso del agua dentro de su ciclo ha de resultar sostenible y responsable por y para todos, un modelo basado en gestión -acción y efecto de administrar- no de reparto o caridad. El baldeo de calles, lavado de coches o la nieve artificial son consumos de agua que hay que someter a la necesidad del momento. Su justificación de uso al ser no potable es sencillamente poco seria.

La potabilización es un tratamiento obligado para eliminar todos los riesgos -virus, bacterias, contaminantes inorgánicos, radioactivos u orgánicos, sales- para nuestra salud humana del esencial líquido elemento a tomar, conllevando mayores costes económicos a sufragar por todos a peor calidad de agua bruta. El recurso agua es escaso, cada vez más, y cada vez hemos de ser más cuidadoso en los usos aceptables. La potabilización, una medida para un uso muy concreto, que no tiene sentido si no tenemos agua. El agua ni se crea ni se destruye, se transforma. El uso indiscriminado de la excusa "no potable" no suprime reales afecciones.