Pensar, decidir, planear y emprender un viaje es siempre abrir un camino en busca de un tesoro. Hay viajes que transcurren alrededor de un territorio y sirven para abrir nuevos horizontes. Hay viajes que circundan una idea, un sueño. También los hay que sirven para rescatar la relación con una persona y hasta para reencontrarse con uno mismo. Hay viajes, casi todos, en los que importa más la experiencia del camino que el lugar de destino. En definitiva, cada uno hace de su viaje un objeto propio, un tesoro material o sentimental.

El viaje de Carmen Lora a Marina D´Or en uno de aquellos mágicos autobuses que fletaba Carmela la peluquera tuvo el feliz desenlace de disfrutar, por fin, de su madre, Encarna, para ella sola. Para Juan Ruiz Perea, aquel viaje a la ciudad de vacaciones de Oropesa de Mar (Castellón) tuvo mucho de camino iniciático porque desde entonces buscó en otros destinos, aunque sin tanto éxito, aquella primera dicha que le dio el descubrir lugares, paisajes, culturas nuevas y diferentes. Perea ha viajado después a Roquetas de Mar, Benidorm, Galicia o Navarra, pero dice que como aquel de Marina D´Or, ninguno. Con los viajes, a Perea debe de pasarle aquello de que, como el primer amor, ninguno.

Marina D´Or era todavía un lugar de ensueño, cierto que de cartón piedra, pero de ensueño para aquella cuadrilla de fontaniegos ansiosos por ver mundo. Viajaban en aquel autobús Carmen con su madre Encarna González, Mercedes, Carmela la peluquera, Pascual el municipal, Paco Mojero, Barea de la calle Lora, el panadero Cordón, Atienza, Juan Perea… Un autobús lleno de intrépidos y talludos aventureros en busca del arca perdida. El arca tenía un nombre que sugería oro y playas -algo alejadas, es cierto- hoteles con bufé libre y castillo de Papa Luna, ascensores panorámicos y portadas con tantas luminarias como la feria de abril, pasodobles bailables en salones suntuosos y paseos frente al Mediterráneo. ¿Quién con dos dedos de frente se resiste a semejante tentación?

Ya estaban de moda los parques temáticos, aunque todavía el mundo no era, como ahora, un parque temático global. Había hambre de salir de Fuentes, tan ensimismado en las partidas de dominó en el Trompezón. Hambre de ver cosas sorprendentes y divertidas. Levantar por unos días la mirada de los fogones, la lavadora o las guías de siembra del John Deere y asomarse al mundo. Dejar atrás a los chavales, bastante criados ya, y gastar algo de ese dinero ganado en tantas y tantas horas de campo. La economía de las familias fontaniegas era por fin desahogada para permitir una escapada, que no todo va a ser trabajar en esta vida.

Recuerda Carmen Lora que “hacía como tres años que había muerto mi padre y mi madre aún estaba haciendo su duelo. La convencimos de que hiciese el viaje, que ya había hecho con mi padre años antes, y me invitó a que fuese con ella. Así que le dejé los niños a mi marido y allá que nos fuimos las dos”. Fue un acierto porque pudo disfrutar de ella como no lo había hecho en años. ¿Era o no era un tesoro el hecho de viajar al lado de una madre como Encarna? Muchos de aquellos viajeros -demasiados- han dejado este mundo, pero al menos lo han hecho con la satisfacción de haber disfrutado de unas vacaciones en Marina D´Or acompañados de un buen puñado de fontaniegos, tan aficionados ellos a conocer cosas nuevas. ¡Para cuatro días que vamos a vivir!

Los estragos que ha provocado la lluvia en Valencia han hecho rememorar aquel viaje a algunos de sus protagonistas. A Juan Ruiz Perea, por ejemplo, a quien Valencia le evoca la imagen de la suntuosidad y la diversión en contraste con la destrucción y la muerte de estas semanas. “No vamos bien”, dice. Recuerda que entonces organizaban una especie de San Fermín a la valenciana, incluida la suelta de unas vaquillas por las calles de Marina D´Or. También que los llevaban en autobús a todas partes, entre otras a visitar el castillo del Papa Luna, en Peñíscola. “No sé cuántas civilizaciones han pasado por aquel lugar”. Y Sagunto, aquel pueblo mítico que resistió el asedio de los cartagineses de Amílcar Barca en la segunda guerra púnica, pero que sucumbió definitivamente en la reconversión de los Altos Hornos del Mediterráneo en los primeros años 80 del siglo pasado.

Sagunto espera volver a ser lo que era gracias a una factoría de baterías para coches, pero Marina D´Or sigue siendo la sombra de lo que fue a lo largo de la primera parte de sus veinticinco años de existencia. Tal vez el Papa Luna, encastillado en su Peñícola, siga acumulando civilizaciones como un coleccionista de rarezas extranjeras. Los berberiscos que desembarcan en la costa levantina ya no aspiran a la conquista de su castillo, sino a ganarse el derecho a un jornal recolectando pimientos y berenjenas bajo un mar de plástico. Fuentes hace mucho que dejó de sembrar la remolacha que con tanto esfuerzo sacó adelante la familia Perea y ni siquiera dejan hacer los pantanos para guardar agua que le trajo la prosperidad al volante de aquellos potentes tractores enganchados a una traílla. El mundo cambia a velocidad de vértigo.