Por aquí un prado de margaritas, más allá un campo de trigo verde, en el horizonte un cerro de olivos, el barrancón con la laguna hasta arriba y, justo al lado del agua, un campo pelota lleno de fontaniegos y fontaniegas apoyando a Padis, la flor que más luce todas las primaveras. El milagro de cada primavera es que Fuentes siempre gana -gane o pierda- el partido de fútbol en favor de Padis. Lo de menos es quién gane en el campo. En esta ocasión, los veteranos del Sevilla. Lo demás es que Fuentes se vuelca con su gente del Patronato Municipal de Discapacitados.
Arroces como soles en paellera cocinan en los vestuarios Matías y José Antonio. Como soles los sirven en las barras una legión de voluntarios y voluntarias. Aquí colabora hasta el Gato, Ricardo, al mando de la plancha que despacha como churros montaditos de lomo y hamburguesas. Como churros pasan las cervezas de mano en mano, de boca en boca. Sacos de cascos reciclables. En el césped artificial corretean entremezclados futuros futbolistas y viejas glorias del Sevilla y del Fuentes. Blancos y negros, europeos y africanos. Allá va Alí en pos de un balón descarriado, aquí el herrero Adul persiguiendo una fotografía con la cantera sevillista con la que presumir de regreso a Bafatá.
Todo lo que se escriba aquí es poco para contar la fiesta de la solidaridad que todos los años florece en el antiguo Barrancón, recuperado para el deporte y el humanismo. Buenismo le dicen a esto quienes no creen que construir un mundo mejor sea posible. Pero que es posible lo demuestra lo que ocurre en el Barrancón todos los años por estas fechas: todas las primaveras nace allí una flor al que todos en Fuentes, tan certero en poner nombres, llaman el partido de Padis. Un prado plagado de solidaridad.