Vienen tiempos de cambio climático y todo lo que sea exigirle más a la madre tierra va en detrimento de los seres humanos a largo plazo. Y los cultivos súper intensivos exprimen más el ecosistema con demanda creciente de producción. Más producción se traduce aquí en más residuos químicos, más erosión, más consumo de agua. Cuando la tierra está pidiendo a gritos todo lo contrario. El olivar tradicional apenas pedía nada. Un poco de agua y algo de cobre para eliminar el repilo (Spilocaea oleagina). Tenía el inconveniente de la vecería, pero poco más. El cultivo en seto aumenta enormemente la producción, elimina la vecería, pero reduce drásticamente la vida útil de la planta y genera más enfermedades que exigen tratamientos químicos. Olivos sin conciencia ecológica.
Deprisa, deprisa. Los cultivos de la nueva revolución agroindustrial tienen que dar el máximo rendimiento en el menor tiempo posible. Olivos supersónicos que viajan en el tiempo con el combustible del agua a pie de planta y el uso masivo de fertilizantes, plaguicidas y herbicidas. Con el consiguiente agotamiento y contaminación de los acuíferos y embalses. Las lluvias arrastran a los embalses y acuíferos ingentes cantidades de productos químicos que acaban apareciendo en las estaciones potabilizadoras, obligadas a gastar toneladas de carbón activo para neutralizarlos o, de lo contrario, afrontar crisis sanitarias en los suministros públicos de agua.
Uno de esos contaminantes de los embalses es la simazina, herbicida prohibido en 2002, que en 2022 sigue fluyendo por los torrentes. El glifosato está en el punto de mira y los expertos abogan ya por su prohibición. El ingeniero de Montes Iván Casero asegura que "a más exigencia de producción, mayor consumo de productos químicos y la consecuente herencia de residuos que dejamos a las generaciones futuras". A través del espejo de la caza menor se ve todo el daño que sufre la tierra con los aditivos añadidos por la agricultura, según este ingeniero. Las liebres han desaparecido y las aves insectívoras, que eligen los frondosos setos de olivos en espaldera, son las principales víctimas de la recolección mecánica de las aceitunas. Tanto, que la Junta se ha visto obligada a prohibir las recolecciones nocturnas para intentar paliar ese daño al ecosistema.
El uso de maquinaria para la recolección suele generar una importante pérdida de fertilidad de las tierras debido a la siembra aprovechando la "curva de máxima pendiente". Esto se hace para evitar posibles vuelcos de las cosechadoras, necesariamente estrechas y altas. La consecuencia es que los surcos se convierten en torrenteras cuando llueve y arrastran fácilmente la capa fértil a los arroyos. Las tierras pierden así gran parte de los nutrientes por el lavado que sufren cada vez que llueve. De ahí que las aguas de escorrentías bajen con abundante lodo en suspensión y acaben colmatando embalses y cauces. La tradición recomienda plantar en "curva de nivel", pero la agroindustria planta en "curva de máxima pendiente" porque prima el rendimiento económico inmediato que sólo ofrece el uso indiscriminado de las máquinas.
Del olivo se suele decir que es el árbol que olvidó que es de secano. La plantación masiva de olivos de regadío en espalderas puede entrar en crisis poco tiempo después de ponerse de moda. Las alarmas se han disparado con la actual sequía, paliada sólo mínimamente por las lluvias de la primavera. En Fuentes, la construcción de pozos corre paralela a la bajada de los acuíferos como consecuencia de la escasez de lluvias. Es verdad que han empezado a proliferar los setos de olivos de secano, pero todavía predomina el uso del regadío mediante pozos. Muchos pozos para la poca agua que cae del cielo. Y aquí entra el principal motivo de incertidumbre para la agricultura andaluza: ¿hay y, sobre todo, habrá agua en el futuro para tanto campo?
Las proyecciones que se hacen a medio plazo indican que no. El cambio climático es una evidencia que no niegan más que los incautos o los mal intencionados. El planeta sufre ya un calentamiento anual medio de 1,1 grados centígrados. Todo el mundo ha puesto el foco en ese aumento de la temperatura y en la subida del nivel del mar a consecuencia de el deshielo de los casquetes polares. Pero parece que nadie quiere mirar de frente a los cambios que va a sufrir el régimen de las lluvias en todo el planeta y sus consecuencias para la agricultura. Es decir, para la alimentación y la economía.
Mariano Barriendos, doctor en Historia y Arqueología, experto en Paleoclimatología de la Universidad de Barcelona, asegura que las previsiones para este siglo son que las precipitaciones sufrirán una disminución del 30 por ciento. Que habrá largos periodos de sequía combinados con episodios de lluvias torrenciales. "Lo poco que va a llover, especialmente en las últimas décadas del siglo, será de forma concentrada en pocos días del año. Esto es lo peor que puede pasarle a la agricultura". Barriendos cree que "en dos o tres generaciones, la sociedad que exista será muy distinta a la actual a consecuencia del cambio climático. Nadie sabe cómo será porque no hay precedentes de lo que está ocurriendo a causa del efecto invernadero que sufre el planeta, pero nada igual a lo que existe ahora.
Especialmente modificada será la agricultura, algo que ningún gobierno se ha tomado en serio. Ningún organismo andaluz se ha puesto a estudiar la viabilidad futura de los olivos con el cambio climático. Los invernaderos de la costa almeriense están condenados a desaparecer con la subida del mar. La empresa Torres ha estudiado seriamente la viabilidad de las viñas y las conclusiones indican que casi todas las denominaciones de origen españolas tendrán que dejar de producir vino a consecuencia del cambio de la climatología. Los viñedos sufrirán un desplazamiento a zonas de montaña de los Pirineos (Andorra ya ha empezado a organizar futuros campos de cultivo) y el norte de Francia. Incluso Inglaterra desarrollará los viñedos que perderá o reducirá de forma drástica la península ibérica.
La incertidumbre es el rasgo más destacado de la agricultura de los próximos cincuenta o cien años. Mariano Barriendos lleva años pidiendo que se empiece a trabajar pensando en la agricultura del futuro. Está en juego la alimentación de la humanidad. Este experto en climatología histórica asegura que la sociedad actual sufre el "síndrome del sapo en la olla de agua". La actitud general es no hacer caso a lo que viene o dejarse llevar por la inercia y los intereses a corto plazo. Las cumbres del clima sirven para hablar mucho, pero sin hacer nada. El sapo siente que cada vez la temperatura sube más, pero espera que el calor sea temporal. Llegará el invierno. Lo que ignora es que el agua va a entrar en ebullición con el sapo dentro. Y cuando eso ocurra será demasiado tarde para saltar fuera.