¿De quién son estos olivos? La respuesta a esta pregunta que se hizo el poeta Miguel Hernández hace casi cien años todavía es fácil, pero en el futuro no parece que lo vaya a ser tanto. La revolución agroindustrial en marcha puede acabar difuminando la propiedad de los campos, como ya ha ocurrido en otros sectores. El relevo generacional inusual del campo hace que los agricultores tradicionales sean ahora sustituidos por herederos que no pisan la tierra y dejan la explotación en manos de empresas especializadas. Pero ese fenómeno es sólo un paso intermedio que abre la puerta a la llegada de poderosos inversores que meten dinero hoy en el campo y mañana nadie sabe dónde.
Este periódico tituló la semana "Olivos llave en mano" la crónica sabatina centrada en analizar el modelo de explotación súper intensivo de la tierra y el relevo generacional en el mundo rural. Esta semana es "Olivos sin alma", aunque podría haber sido también "Campos sin identidad". La semana que viene será "Olivos sin conciencia" para ver las consecuencias ambientales del modelo agroindustrial que se impone. La estructura de la propiedad de la tierra, las formas de cultivarla y el paisaje que se crea con ello son tres elementos consustanciales de la identidad de los andaluces como pueblo. Somos lo que somos porque vivimos donde vivimos y en las condiciones en que vivimos. Eso es lo que viene a decir Mario Ortega, doctor en Ciencias Ambientales por la Universidad de Granada y presidente de la asociación "Andalucía y Democracia".
Andalucía vive una transformación profunda de su sistema productivo y, con él, de la identidad cultural. El olivar súper intensivo es al campo lo que las macro granjas a la ganadería, el pladur a la construcción o el resort al turismo, dice Mario Ortega. Todos esos modelos de explotación intensivos, sea el agrario, el ganadero o el turístico, suponen un cambio radical de la relación entre el sistema productivo y el ser humano, con multitud de consecuencias económicas, ambientales, sociales, culturales y políticas. Afirma Mario Ortega que "la primera consecuencia, nada menor, del cultivo en espaldera es la ruptura emocional con el paisaje". En el imaginario andaluz, un seto es lo que se forma con la sucesión de plantas de romero o de arrayán. Los setos están en los jardines de la Alhambra. Los olivos, en el campo. El árbol andaluz por antonomasia no es sólo la fruta que da. Es también la sombra y el alivio de la solanera. Campo, campo, campo, y entre los olivos, los cortijos blancos, escribió Antonio Machado.
No en balde, el paisaje del olivar andaluz es candidato a patrimonio universal de la UNESCO. Un seto hecho de olivos es, de entrada, algo extraño, ajeno a la cultura andaluza. Lo mismo que una superficie de espejos solares para producir energía eléctrica. No forma parte del ser de esta tierra. ¿Lo será en el futuro? Probablemente, pero no ahora. Lo mismo que los invernaderos de El Ejido de Almería. Por cierto, El Ejido es uno de los pueblos con mayor renta per cápita, pero también con mayores problemas sociales de desarraigo y extrañamiento cultural. La prueba más palpable de que una sociedad no progresa ni se cohesiona sólo con dinero. El Ejido simboliza la abundancia en mitad de la nada cultural, la ausencia de raíces. Curiosamente ha sido uno de los primeros en echarse en brazos del fascismo.
Todo Fuentes conoce a Paco el tendero y el acto de ir a comprarle la carne da pie a charlar un rato con él, saber qué siente o piensa de lo que sucede en el pueblo. También Paco sabe de las preocupaciones de sus vecinos y puede echar una mano cuando se presentan dificultades. Eso es cultura, raíces, modo de vida. ¿Alguien sabe quiénes son los propietarios de Carrefour, por poner un ejemplo? Probablemente no lo sepan ni sus propios empleados. A algo así está abocado el mundo de la agricultura con la generalización de la industrialización de las labores de siembra y cosecha, descrita en el artículo de la semana pasada.
Son olivos sin alma porque dan una vuelta de tuerca en la concentración de la riqueza y del poder, fase anterior a la llegada de grandes conglomerados de capital. Ha ocurrido en todos los otros sectores donde ha irrumpido esta forma de industrialización. Ha ocurrido en el turismo de la Costa del Sol, en los invernaderos de Almería, en la construcción, en el comercio, en el sector bancario, en la generación eléctrica, en las macro granjas, en los medios de comunicación o en el petróleo. Nadie conoce a nadie. En el campo no va a ser distinto. El futuro se pinta con colores de inmensos campos de cultivos cosechados por máquinas robotizadas dirigidas vía satélite desde oficinas situadas vaya usted a saber dónde. Cuyos propietarios nadie es capaz de descubrir, pero con una capacidad de presión sobre los ayuntamientos y los trabajadores sin precedentes. Consecuencias políticas de una nueva estructura productiva.
Campos sin identidad porque la baza económica principal de este sistema es prescindir de la mano de obra. Llegan, invierten, cambian de cultivo de la noche al día y cuando les conviene se van con su dinero a otra parte porque nada les ata al territorio ni a las personas. Máxima rentabilidad en el menor tiempo posible. A velocidad endiablada. Intensivo es aquí sinónimo de urgente. Aunque los campos queden esquilmados, los acuíferos secos, eriales de vida humana, espacios entregados a las máquinas. Compran la tierra y la tecnología y expulsan a la población, abocada a la emigración o a otros sectores. Ahora una cosechadora manejada por un hombre hace en tres días el trabajo de una cuadrilla de 20 en diez días. En el futuro sobrará también el maquinista.
La aceituna genera en Andalucía 19 millones de jornales al año, de los que dos millones son del verdeo, según el Sindicato Andaluz de Trabajadores. "La mecanización supondrá la desaparición del 95 por ciento de ese empleo", asegura el sindicalista José Caballero. El campo ofrece salarios y firma de peonadas para tener acceso al desempleo agrario por unos meses. ¿Hasta cuándo?. Por poco tiempo si el campo sigue siendo lo último. Porque nadie quiere el trabajo en la agricultura. Otros sectores, como la construcción, son menos penosos y más gratificantes desde el punto de vista de los salarios y la cobertura social como el desempleo. Entre el campo y la construcción hay un trasiego de mano de obra que va y viene al son que marcan las crisis recurrentes del ladrillo. Ahora van al pladur, donde pueden ganar unos 500 euros más al mes.
El olivar es el cultivo más importante para el campo andaluz. Lo es menos en Fuentes porque aquí los olivos fueron arrancados en los años setenta. Pero precisamente por eso aquí hay menos resistencia a la transformación. Al no haber olivos tradicionales es más fácil introducir el intensivo y el súper intensivo. Nuevos olivos y nuevas formas de relacionarse con el campo. Los hijos de los mayetes no quieren ser mayetes y dejan las tierras en manos de empresas de gestión, primer paso para romper con las raíces del campo. Mario Ortega anuncia que ese paso, a simple vista sin mayores consecuencias, es previo a la entrada de inversores foráneos, lo mismo que está ocurriendo en otros lugares y sectores. Y que eso tendrá efectos muy importantes en la vida de las personas que habitan en el medio rural. Viene otra forma de vida, otra cultura. Otra Andalucía.