El bar Noventa fue durante muchos años Wall Street en Fuentes. Las cifras volaban, pero en vez de inversiones se hablaba de tajos, que es la moneda mejor cotizada de Fuentes. Que el tajo sube, compra. Que baja, vende. Aquella bolsa de tajos cotizaba cada día en el mostrador del bar regentado por un señor llamado Novena, cuyo nombre oficial nadie o casi nadie conocía en todo Fuentes de Andalucía. Acodados a la barra, los hermanos Cristóbal y Francisco “Jardinero", albañiles aficionados a barajar cifras de salarios con ladrillos de Bailén, preguntaban cuánto ganaba un obrero en una fábrica de azulejos de Castellón. Doscientas o doscientas treinta mil pesetas, con horas extras incluidas. En Fuentes, un maestro albañil ganaba, con suerte, ciento cincuenta mil pesetas al mes.
La bolsa baja. ¿Cuánto cuesta en Castellón un piso de alquiler?, insistían los Jardinero. ¿Y una hipoteca? ¿Y la comida para sostener a una familia? ¿Y un coche de segunda mano? ¿Y nuevo? Las preguntas -y sobre todo las respuestas- volaban amenazantes como los cuchillos de una de esas atracciones de feria en las que una bella joven aparece maniatada contra la diana. La mitad del sueldo vuela en gastos. La otra mitad impacta en la cartilla del banco. Todo un lujo comparado con lo que pasa ahora. Con 64.000 pesetas se podía hacer frente a una hipoteca, que es el burladero contra una fiera que suele llegar cada mes a muchos hogares con el recibo del alquiler engarzado en el pitón derecho. En el otro, el recibo de la luz, el gas, el agua…
En el Noventa, la curiosidad de los albañiles de aquella época no tenía límites. ¿Cómo funciona una fábrica de azulejos, cómo es una de esas fábricas, cuántos empleados tiene, qué cantidad de material produce? Sobre lo curioso que eran los dos hermanos Jardinero que le pregunten a Paco de Maudilio cuando hizo su casa. No es que en Fuentes las casas las hagan los jardineros. Los hermanos Jardinero eran albañiles, aunque tenían el título de Jardinero a modo de mote, heredado de su padre que cuidó de la Alameda. Por así decirlo, eran Jardinero-albañiles, una combinación a todas luces inaudita en Fuentes, pueblo que ha dado albañiles-electricistas, herreros-mecánicos, taberneros-mayetes y hasta practicantes-sacamuelas. Pero jardineros-albañiles, sólo los hermanos Francisco y Cristóbal, curiosos hasta el perfeccionismo haciendo las esquinas redondas de los azulejos y preguntando sobre dineros en los tajos y de las fábricas de azulejos.
Escuchaban prestando mucha atención que la fabricación de azulejos empieza recogiendo en camiones tierra de las canteras, la pasan después por molinos, de allí a atomizadores que eliminan el agua antes de guardarla en grandes silos. Más tarde, pasa por potentes prensas y por esmaltadoras, a continuación, se le aplica un barniz y, por último, entra en el horno. Algún tertuliano del Noventa hacía notar a lo demás que hacer azulejos es, poco más o menos, como hacer pan, para el que primero había que recoger el trigo del campo, llevarlo al molino, amasarlo y meterlo en el horno. Una diferencia nada menor era que en una panadería trabajaban dos o tres y en una fábrica de azulejos de Castellón podía haber cuatro o cinco mil obreros. Para colmo, cobrando casi el doble.
Noventa cábalas sobre salarios hacían los albañiles del Noventa elucubrando -especular era otro cantar- con los tajos. Esta vez la cabeza la tenían puesta los Jardinero en traer azulejos para sus obras. Querían un contacto con alguna de las fábricas importantes de Castellón, pero más bien parecían preparándose para montar una propia en Fuentes. La vida laboral de los que trabajan allí era harina de otro costal. Cristóbal y Francisco querían detalles de cómo un obrero aguantaba en verano los 60 grados de los hornos. “No me lo explico”, admitía Francisco. “Y en invierno el frío que pasan en las líneas clasificadoras bregando con el agua y el esmalte. Cuántos empleados tiene la mayor fábrica de azulejos. Más de 5.000 trabajadores, exporta a 150 países y factura un cerro de millones de pesetas al año. “¡Cuánto talento hay en el mundo para tener esos tajos!
Esa fábrica de 5.000 empleados no deja que sus trabajadores vayan con coches viejos, por lo que les concede préstamos para que cambien de vehículo. ¡Ojú quiyo, lo mismo que en Fuentes! Aquí un albañil era un albañil para todo y hacía de todo. A eso se le llama oficial acabado, que sabe hacer de todo. Pone suelo, alicata, hace techos, pone ladrillos, repella... Y en aquellos años alargaba la vida del coche hasta que arrastraba la rueda de recambio. Cristóbal quería trabajito fino, como poner azulejos, especialista en cocinas y cuartos de baño. El metro de azulejos se pagaba caro. En Noventa cotizaban los tajos de Benidorm, Barcelona, Mallorca, Suiza, Alemania… El fontaniego ha rodado por medio mundo y sabe de tajos más que nadie.
Para hablar de tajos, el Noventa, pero para ver el fútbol, el Seis, que tenía Canal Plus como gancho para atraer a los albañiles. El equipo de moda era el Deportivo de la Coruña, con Bebeto de estrella, que llegó a ser campeón de liga. Cervezas y fútbol fue un cóctel imbatible en los bares de Fuentes. Cóctel para desahogo después de echar peonás interminables. Decían que para ser albañil en Fuentes había que tener mentalidad japonesa: vivías en 40 metros cuadrados, trabajabas 14 horas al día y seguías el mandamiento de amar a la empresa como a tu padre y a tu madre. Había una maldición que decía “De peón albañil te veas”.
Como entonces, ahora en Fuentes nadie quiere entrar de peón de albañil. Los jóvenes huyen de los oficios como gatos escaldados. Ni albañiles ni mecánicos, ni herreros ni carpinteros. Estudian en su mayoría o escapan a la ciudad. Porque con lo que ganan no pueden pagar un alquiler o una hipoteca. Tanto poder adquisitivo se ha perdido, que los jóvenes prefieren tener una mascota en vez de un hijo. Es difícil calcular qué se ha perdido más, si poder adquisitivo o capacidad de lucha obrera. O a lo mejor es que una cosa es consecuencia de la otra. La respuesta sigue estando en la cotización de los tajos de la barra del Noventa.