Fuentes produce -y más va a producir en el futuro- una enorme cantidad de energía eléctrica solar, pero cada vez que llueve un poco los vecinos nos quedamos a oscuras. Nuestra red eléctrica ni siquiera dispone de suficiente capacidad de transporte para responder al previsible crecimiento de la demanda. Una empresa que usara abundante electricidad no podría instalarse en Fuentes, pueblo que presume de tener dos enormes plantas solares y proyectos en cartera para varias instalaciones más. Pero aquí no hay luz. Esa es la sangrante paradoja en la que vivimos. Algo parecido puede suceder en toda Andalucía porque, si los andaluces no andamos atentos, podemos perder una ocasión de oro para el desarrollo económico. Nuestra tierra es ya una de las principales generadoras de energías renovables -y más que lo va a ser- pero ¿quién se beneficia de ello?

Los combustibles fósiles, además de enormes costes, tienen fecha de caducidad. La "descarbonización" de todo el sector energético es el descomunal reto de la economía europea y la alternativa pasa por las renovables, muy dependientes del sol y del viento, dos elementos que abundan en la región más meridional del continente. La locomotora de la industria alemana tiene en estos momentos serios problemas debido a su excesiva dependencia del gas ruso, cuyo flujo ha sido estrangulado por el sabotaje del gasoducto de north stream del Báltico a raíz de la guerra de Ucrania. Alemania no crece, como gran parte de la zona euro, debido sobre todo a los costes de la energía. Francia depende enormemente de la energía nuclear. España, con un crecimiento económico previsto este año cercano al 3 por ciento, se salva por las renovables, especialmente la energía solar.

La disponibilidad de luz abundante y a buen precio va a ser el factor determinante de la ubicación futura de los centros de datos (conocidos como data center) la industria con más futuro del panorama económico mundial. Ese factor hace albergar esperanzas sobre una posible explosión de la llegada de empresas que basan su actividad en el uso intensivo de energía eléctrica, entre las que destacan las vinculadas a la computación, al manejo y almacenamiento de grandes cantidades de datos de internet. No es un sector que genere gran cantidad de empleo directo, lo mismo que las plantas solares, pero sí actividad inducida por medio de la demanda de servicios externos.

Pues bien, a pesar de ser puntero en la producción de energía eléctrica, Fuentes no podría recibir en este momento ninguna de esas empresas porque carece de potencia y no la va a tener, al menos, en los tres próximos años. Es el tiempo que se dan las dos empresas distribuidoras (Endesa y Díaz Gálvez) que prestan aquí su servicio. Que deberían prestar aquí su servicio, mejor dicho, porque lo único que prestan es su negocio. Esto de la luz empieza a parecerse bastante a lo que ocurre en Andalucía con tantas otras riquezas naturales, cuya extracción se hace aquí, pero el valor añadido se va a otras tierras. Ocurre con el cobre, que sale en bruto de las minas de Río Tinto (50.000 toneladas este año), extraído por una empresa con sede en Chipre. Como es de sobras conocido, ocurre con el aceite de oliva. Ocurre con las playas y el sol porque muchas de las grandes empresas que explotan el turismo son foráneas. Ocurre con las naranjas del valle del Guadalquivir. Ocurre...

Las plantas solares destruyen el paisaje, como los aerogeneradores, y restan tierras a los cultivos, pero a cambio generan riqueza con la producción de electricidad. Eso argumentan sus promotores para conformar a los habitantes de las zonas afectadas. El problema es que destruyen nuestro paisaje y nuestra agricultura para generar riqueza en casa de otros. Lejos, demasiado lejos de Fuentes. Sí, ya sabemos que las empresas productoras son unas y que las distribuidoras son otras. También sabemos que los gobiernos no dan órdenes, sino que las reciben, especialmente de las empresas eléctricas. Aquí ni dejan riqueza, ni empleo y ni siquiera suficiente luz para que haya alguna posibilidad de desarrollo futuro. Ya nos conformaríamos, al menos, con que no hubiera que sufrir más de veinte microcortes en una hora cuando llega alguna nube...