Vengo de Mérida con la mirada llena de Ifigenia, Hécuba, Polixena, Clitemnestra. De todas las historias que nos han ocultado, que nos han cambiado para mayor gloria de padres, maridos, amantes. En el escenario del teatro romano de Mérida, donde se perdona la incomodidad y el calor, soñando con el imposible de entender la sociedad que dos mil años atrás contemplaba las desgracias de unas mujeres sacrificadas, cegando sus vidas o su fama en nombre de la patria, del honor y la guerra, negando la vida por parte de unos hombres despiadados que, en nombre de nobles intenciones y deseos de poder y riquezas, ocultan un patriarcado que ya era una realidad en tiempos de la Grecia clásica.

Los hombres representados en los mitos y tragedias griegas, pienso, de forma inconsciente se erigen en protagonistas de la Historia porque son ellos los que “luchan y arriesgan la vida”. Su relación con el mundo es racional. Intentan comprender el Universo y en ese intento se alejan de las relaciones emocionales, ocultándolas, van creando una sociedad de hombres donde el deber ante los demás, el cumplir con el papel de fortaleza, de voluntad de ir más allá en sus conquistas desarrollan unas relaciones ausentes de emociones y cuidados.

Mientras, las mujeres, que crean la vida, desarrollan unas relaciones de amor, de las emociones necesarias, cuidando a las crías de nuestra especie que necesitan, por sus  características,  durante mucho tiempo ser amamantadas y protegidas,  Así,  poco a poco las mujeres fueron siendo ocultadas y negadas en favor de los hombres que se sintieron fuertes y dueños de la vida y el poder.

No pretendo afirmar con lo anterior que todo ello fuera desarrollándose a propósito, pero, una vez instalado el patriarcado, de eso se trata, como vemos en las tragedias griegas y en la Ilíada y la Odisea, no hubo marcha atrás hasta que, pasado mucho tiempo, con la llegada de la posibilidad de que las mujeres se liberaran en parte de los cuidados y lo compartieran o intentaran compartirlo, las relaciones de hombres y mujeres entraron en el siglo pasado en unas nuevas formas que muchos no admitieron ni admiten, dando lugar a conflictos que duran hasta nuestros días.

Sin embargo, nada es ya igual a pesar de que se dan pasos hacia atrás en la igualdad entre hombres y mujeres, engañosas modas de volver a los colores azul y rosa que inocentemente en apariencia van marcando el género desde el nacimiento o las nuevas tradwife que ocultan un mundo de sumisión y dependencia. No seamos Ifigenia que camina al sacrificio en aras de la patria y la obediencia al padre. Seamos Clitemnestra, que no acepta la sumisión vengando a su hija con la muerte de su esposo, Agamenón, que sacrificó a su hija por honor y por la gloria de Grecia…

(Fotografía de El Periódico de Extremadura)