Algún que otro vergajazo en el culo se llevó más de un vivo por colarse en la fila para entrar al cine Avenida en los años sesenta y setenta. Cuando la cola llegaba a la calle Osuna. Son hechos que se pierden en la noche de los tiempos. Casi habría que decir que era otro Fuentes. Ahora, ni hay cine, ni cola, ni municipales con mando en plaza. Vivos sigue habiendo, qué duda cabe. Los municipales, como tantos profesionales, han tenido que adaptarse a las nuevas formas. De eso trata la crónica de la memoria de este lunes, que tampoco en esta ocasión añora tiempos pasados: la democracia se distingue de la dictadura, entre muchas otras cosas, por tener una policía que elude el uso la violencia indiscriminada.

Vergajazos aparte, que tampoco es que se prodigaran en Fuentes con demasiada frecuencia, para acceder a un puesto de municipal entre los años cuarenta y ochenta del siglo pasado se requerían pocas habilidades más allá que la consabida inquebrantable fidelidad a los principios del movimiento y las cualidades físicas útiles para la disuasión: corpulencia, puños contundentes y modos rudos. El cuerpo de la policía era sobre todo eso, el cuerpo. Medios materiales, mínimos. El miedo mantenía por sí solo el orden público y las costumbres de urbanidad y decoro. Formación, la que podía haberse adquirido descargando sacos. Capacidad intelectual, cero. El prototipo de municipal de la época podría ser el personaje encarnado por el actor Álvaro de Luna en el Algarrobo de la serie Curro Jiménez. El mejor candidato era el capaz de derribar un olivo de un cabezazo.

¡Cuánto han cambiado las cosas desde entonces! Los municipales de ahora tienen que saber más normas y leyes que un jurista y tener más autocontrol que un monje tibetano. El cuerpo ya no es sólo el cuerpo, con porra y gorra de plato. Ya no patrullan a pie, como antes, lo mismo cayera un sol de justicia que un aguacero, sino en coche con aire acondicionado. Las peleas tumultuarias son tan de tiempos remotos como las trébedes para el carbón con el que se guisaba el potaje. Las peleas -a las que los municipales siempre llegaban cuando ya habían acabado- eran frecuentes por un quítame de allá esas pajas a la salida de la discoteca Herradura, en la caseta municipal durante la feria y todo el año en la taberna de Paco España de la plaza de María la fresca y en el bar Benito de la calle la Huerta. Esa era una función esencial de los municipales, además de auxiliar a los civiles en las redadas contra los rojos, que empezaban a conspirar contra Franco, y hacer mandados para el excelentísimo señor alcalde y su señora.

El orden público sufría pocas alteraciones en aquellos años. Imperaba más el bostezo que el garrotazo en el Fuentes de la época y, a falta de emociones locales, los fontaniegos se veían en la necesidad de calentar sus tertulias echando mano de inquietudes foráneas tales como El Lute, aquel salteador de caminos lanzado al estrellato por el desarrollismo de los sesenta y setenta y cuyas trapacerías hacían temblar a media España y enamoraba a la otra media. Por aquellos años había regresado con éxito a la tierra la nave Apolo 13, a Richard Nixon le quedaban tres telediarios en la Casa Blanca, falleció el guitarrista Jimi Hendrix y en las salas de cine porno de medio mundo -a España el cine llamado X llegó en 1984- causaba furor la película Garganta Profunda protagonizada por Linda Lovelace.

Hubo excepciones ocasionales en la quietud del Fuentes de los setenta. Impactante fue la noticia de varios robos de vacas, con nocturnidad y alevosía se decía entonces, uno en las cercanías del campo pelota y otro en la Fuente la Reina. Sonado fue el robo de un mulo, también en las cercanías de la Fuente la Reina, que estaba en la cuadra y los dueños en la cocina comiendo. Los ladrones actuaron a plena luz del día sin que los dueños se dieran cuenta.  Los municipales debían de andar vigilando la cola del cine no fuese que algún muchacho osara acercarse a una muchacha más allá de lo que aconsejaba el manual de urbanidad.

Los municipales de los años 70 eran Reguerita, Cuervo, Guerrero, Rodrigo, Santos, Fernando Segundo, Cristóbal y Pascual. El primer coche que tuvieron los municipales fue un Renault 4, resistente y duro para los servicios del pueblo. Las malas lenguas decían que se iban con el coche detrás del campo pelota a dar una cabezada. Malas lenguas que iban con el cuento al alcalde. Nadie quería ser municipal porque cobraban poco y estaban mal considerados. Preferían hacerse albañiles o trabajar en el campo. En los ochenta, la cosa empezó a cambiar con la compra de un coche patrulla y ahora los mayetes quieren que sus hijos sean municipales, funcionarios con la tranquilidad que da tener un sueldo fijo.

Funcionario municipal de lunes a viernes y el campo para los domingos. Mayete dominguero es la clase social emergente del Fuentes del siglo XXI. El municipal de ahora se mide por los recursos que tiene a la hora de hablar y expresarse, por su capacidad psicológica para evitar incidentes. La forma física no se adquiere derribando olivos a cabezazos, sino en gimnasios con sala de sauna y ducha caliente. Nada de puñetazos. Prueba del grado de aceptación de los municipales de Fuentes es que desde los años setenta sólo ha habido tres jefes: Reguerita, Fernando Segundo y Ramón. En Madrid premian al policía que más denuncias pone, todo lo contrario que en Fuentes. La policía local de Fuentes maneja el talonario de llamarle la atención a uno. ¡Dios, cómo han cambiado las cosas!