Hay personas que parecen haber venido al mundo para la rebeldía. Son incompatibles con las injusticias. Personas tocadas por el don del inconformismo, alérgicas a la vida en rebaño. Francisco Caro Caro "Kiko Margarito" tiene mucho de todo eso. También cultiva el verbo, aunque sería más acertado decir que se deja crecer la palabra, como la melena. Las palabras brotan de su boca como un torrente incontenible capaz de arrastrar a su paso los muros de contención de toda conversación ordenada. El razonamiento de Margarito es por momentos un río de montaña, rápido e impetuoso, y por momentos un río de llanura, abundante en meandros que van a perderse en las frondas del bosque de los recuerdos infantiles. Desde hace 55 años vive en Mallorca, pero ha venido tanto a Fuentes que parece seguir viviendo donde siempre, en la Puerta del Monte.
Pregunta.- El regreso cada año del emigrante tiene mucho de viaje a la infancia. ¿Es así en tu caso?
Respuesta.- Ahora hacía más tiempo que no venía por culpa del covid, pero nunca había dejado pasar una buena ocasión para estar en Fuentes. Incluso cuando no había móviles estaba en permanente contacto con el pueblo y con el carnaval. Sí, venir a Fuentes es como cruzar la puerta de los recuerdos. Los años primeros de la vida nunca se olvidan. No me acuerdo de lo que hice hace dos años, pero sí de cuando tenía catorce o quince años. Y cada año, por la feria, venimos porque es una ocasión para el reencuentro con los amigos de entonces. Cada uno anda perdido por esos mundos, porque hay gente de Fuentes hasta en la fábrica de monedas, pero al llegar la feria hay que echarse el petate al hombro y volver a la juventud y a la infancia. Yo espero que cuando vuelva a haber feria podamos recuperar esa costumbre del reencuentro.
P.- ¿La infancia es la verdadera patria de uno?
R.- Yo estoy muy integrado en Mallorca y hasta hablo el mallorquín. Lo hablo cuando no me obligan a hacerlo. Si me quieren obligar, me niego, aunque también creo que es una barbaridad decirle a un mallorquín, como hacen algunos, que hable "cristiano". Los mallorquines son muy cerrados, pero cuando se abren los tienes de amigos para toda la vida. He encajado en Mallorca muy bien porque me aplico aquello de "donde fueres, haz lo que vieres", pero sin perder de vista que mi tierra es Fuentes. Incluso cuando vivía en Fuentes, yo no era sólo de la Puerta del Monte. Lo mismo estaba con los chavales de la Estación, que del barrio la Rana o de la Alameda. Organizábamos guerras de unas calles contra otras, a pedradas, pero yo unas veces iba con los de la Puerta del Monte y otras con la calle Nueva o con la Estación. Nunca me he parado en puertas. Soy de allí donde cuelgo la gorra.
P.- ¿La rebeldía por bandera?
R.- Sí, por supuesto. Pronto me expulsaron del colegio de los Salesianos de Fuentes. Por respondón. Porque llevaba muy mal que los hijos de los señoritos se sentaran en las primeras filas, en las del medio los hijos de los mayetes y a los pobres nos mandaran a los últimos bancos. Yo era un "taleguero" que no debía estar en aquel colegio porque era de la gente pudiente y eso hacía que los maestros se ensañaran conmigo. Me llevaba todos los golpes y castigos. A los hijos de los señoritos no se atrevían a tocarles un pelo, pero a mí me levantaba Pepe Pinito del suelo tirándome de una oreja. O me ponía con los brazos en cruz y libros en las manos, de cara a la pared. O me daba una paliza con una vara. Lo mejor era cuando Don Diego se dormía en clase y los niños nos dedicábamos a jugar.
P.- Y el recreo, ¿no?
R.-Nuestro patio de recreo era la Alameda, en la que intentábamos robar moras. Pero el guarda de la Alameda estaba siempre a esa hora esperándonos con una vara en la mano porque vendía las moras en cartuchos de papel. A saber lo que ganaba el pobre con su trabajo de guarda. En casa no teníamos luz eléctrica y nos alumbrábamos con un quinqué de petróleo. Mi madre me mandaba a comprar café de cebada y con ocho o diez años ya estaba cuidando cuatro pavos y dos cabras por el campo. A esa edad tenías que ser un hombre de día y un niño de noche. Con quince años echaba una peoná arando con una yunta de mulos o cortando maíces con una navaja o cogiendo algodón por cuenta. Los hombres no dejaban a los niños las colleras de mulos más difíciles de uncir para reírse de nosotros. Los manijeros nos ponían el cántaro del agua al final del tajo para que no perdiéramos tiempo bebiendo y si protestábamos nos decían "más chicos son los pájaros y van a beber al río". El único reloj que valía allí era el del manijero. Luego, por la noche, jugaba un partido de fútbol con una pelota de trapo que hacíamos los niños de la Puerta del Monte.
P.- Una vida dura.
R.-Sí, pero yo he sido feliz en la infancia. Mi padre, que era un hombre de su época, pobre y casi analfabeto, me dejó en herencia el mayor patrimonio que te pueden dejar: me enseñó a ser libre. Su único papel era trabajar como un burro y luego entregar el jornal en casa. Mi madre era la que llevaba la casa sobre los hombros y éramos cinco hijos, tres varones y dos hembras. Ahora decimos que hace calor, pero donde hacía calor era en mitad del maizal, segando pimpollos y sin agua que beber. Teníamos una hora para comer, engullíamos un cacho pan con morcilla chorreando grasa por el calor y si nos echábamos a descansar un poco a la sombra de los maíces, venía el manijero y nos clavaba el palo de la escardilla para ponernos a trabajar. Calor calor, en la era trillando o acarreando grano o mazorcas con las angarillas.
P.- Los Margaritos sois toda una institución en Fuentes.
R.-Somos conocidos. La primera Margarita fue mi bisabuela, Margarita Barceló Vicent, conocida como la Mallorquina porque llegó de Mallorca siguiendo al que iba a ser mi bisabuelo, Juan Martín. (Otro día contaremos la historia de la Mallorquina) Tuvieron tres hijas, Gertrudis, Josefa y Margarita. Esta última fue mi abuela, Margarita Martín Barceló. Mi madre también se llamaba Margarita y yo fui el primer Margarito. Me lo puso don Antonio el médico por ser el hijo de Margarita. Luego, como yo me fui muy pronto a Mallorca, le pasé el mote a mi hermano Miguel. Mi padre era Manolito Zacarías. Hasta mi bisabuela no había ninguna Margarita en todo Fuentes, fue ella la que sembró Fuentes de Margaritas y Margaritos.
P.- ¿El carácter os viene por la rama de Margarito?
R.- No, por la rama de los Zacarías. La estatura la tenemos de la Mallorquina, que medía casi dos metros. El genio no lo da el pueblo, lo tenemos de los genes Zacarías, que todos sacaban una vena artística. Tenemos una forma peculiar de ver y contar las cosas de la vida. La gente de Fuentes sabe cómo somos los Margaritos, así que no hace falta que lo cuente.
P.- Y llegó el momento de emigrar.
R.- Fue en febrero 1966, hace la friolera de 55 años. Éramos cinco amigos que decidimos buscar trabajo fuera, cada uno donde tenía un familiar o un conocido que pudiera echarle una mano en los primeros momentos. Yo busqué a Juan Romero, amigo de la calera de Caco que trabajaba en Mallorca, que llegó a hacerse uno de los mejores cocineros de la isla y profesor de cocina, y a Cristóbal Gavella. Entré de pinche en la lavandería del hotel Victoria. Apenas había turismo en aquellos años. Luego me pusieron a servir vino y agua a los clientes. ¡Yo no sabía descorchar una botella! Después yo me he llevado a trabajar en Mallorca a un montón de gente de Fuentes, lo mismo que mi hermano Miguel a Francia.
P.-¿Mejores condiciones de trabajo, mejor sueldo?
R.-¡Hombre, claro! Yo no fui a Mallorca de vacaciones, sino que le echó de Fuentes el hambre. En la lavandería ganaba tres mil pesetas al mes y en Fuentes, a mi padre y mi nos daban diez duros de porqueros. Y en la temporada del algodón, a real el kilo, entre los dos sacábamos 8 duros. Cuando llegué a Mallorca mandaba algo de dinero a mis padres. Me pagaban tres mil pesetas y me daban comida y casa. Luego cambié de hotel y como éste, que era de cinco estrellas no incluía alojamiento, alquilé por 500 pesetas al mes un cuarto hecho donde había habido la cochinera de una casa cerca del trabajo. Después me llegó la hora de hacerla mili, el año y medio más tontamente perdido de la vida de cualquier chaval en el momento más importante de su vida, y tuve que irme al Sáhara.
P.- ¿Y después?
R.-Después volví a Mallorca, subí de categoría y tenía que llevar esmoquin, que me costó un salario comprarlo. Entonces ganábamos 12.500 pesetas más las propinas. No teníamos convenio y los empresarios contaban las propinas como sueldo y así pagaban menos. En 1973 entré a trabajar en la recepción de mercancías de Galerías Preciados, junto con un gallego y un manchego. Estuve 23 años, hasta que en 2001 pedí la cuenta y monté una cooperativa familiar de mantenimiento de jardines, a la que le puse "Verdolaga", que es una planta rastrera, y en el rótulo de la furgoneta hice pintar flores de tres colores, rojas, amarillas y moradas. La bandera republicana. Y la gente me decía, "estás loco para montar una cooperativa republicana llamándote Caro Caro. Así ¿quién te va a contratar? Pues me contrataron y sigue funcionando después de haberme jubilado en 2015. Tengo tres hijos, Margarita, Luis y Kiko. Todos Margaritos.