El cultivo del arte no ha sido tradicionalmente bien visto en el mundo rural. Reclamaban toda la atención otros cultivos más prosaicos, alimenticios. En el Fuentes de los sesenta y setenta, ponerse a pintar un cuadro era visto como una forma de perder el tiempo haciendo "pamplinas". Cosas de gente ociosa, entretenimientos superfluos en unos tiempos en los que hacían falta todas las manos para lavar, limpiar, acarrear agua, ir a la escuela, cuidar a los hermanos menores. No había tiempo para "tonterías". Pero el arte acaba siempre encontrando el camino para salir a flote, para lo cual sólo necesita de la perseverancia de la artista y de un resquicio por el que colarse. La artista de esta historia es Carmen Aliaga, autora de cientos de cuadros creados contra no pocos obstáculos.
Pregunta.- ¿Cuál fue ese resquicio en el caso de Carmen?
Respuesta.- El resquicio fue la boda con el que fue mi marido, Francisco Pérez García, Paco el de la Tienda. Hasta entonces no pude pintar con libertad porque mi madre cada vez que me veía la intención me decía "déjate de pamplinas y ponte a trabajar". En aquellos tiempos sólo había interés por trabajar, más aún en el caso de las mujeres. Para pintar no teníamos medios, ni poder y ni siquiera estaba bonito. Y eso que en mi familia paterna, los Aliaga, la pintura la llevamos en la sangre. Todos mis tíos y mis primos han pintado, lo mismo que mis hijos.
P.- ¿Cuál es el origen de los Aliaga?
R.- El apellido parece ser de origen árabe. La familia de mi padre, Donato Aliaga, procede de Andújar y llegó a Fuentes a trabajar con Paco Pérez Ávalos en la tienda de ropa que todavía existe y lleva mi hijo Jaime. Mi familia materna era la que llamaban los Cascabeles, que tenían la panadería más grande de Fuentes en la calle Mayor, donde ahora está la notaría. A Paco Pérez Ávalos lo habían mandado a Fuentes a abrir la tienda de ropa propiedad del marchenero Fernando Peña. Paco, que pronto se quedó con la propiedad de la tienda del marchenero, contrató como dependiente a Donato Aliaga, que sería mi padre después de casarse con Nieves Caro. Yo me casé con el primer hijo de Pérez Ávalos (Paco Pérez García) y así fue como el primer Paco de la tienda, que se había casado con Rosalía García Rigalt, de la confitería de la Carrera, se convirtió en mi suegro.
P.- Hubo boda y hubo pintura, final feliz para una bonita historia de amor.
R.- Fue casarme y empezar a pintar de verdad porque mi marido nunca se opuso a esa vocación mía. Aunque a decir verdad, tampoco lo tuve fácil porque enseguida llegaron los hijos, seis en ocho años, y había que atenderlos. Pero me las ingeniaba para sacar tiempo para pintar. Siempre he sido incapaz de estar quieta y todo me ha atraído. Mi curiosidad e inquietud han hecho que desde niña me haya enganchado a todo. Incluso sacaba algún que otro rato para acudir de vez en cuando a la casa del artista Manuel Mazuelos, el maestro de varios pintores de Fuentes, que tenían su taller aquí al lado, en el callejón de los Alarifes Ruiz Florindo. Mazuelos fue un gran artista y una persona muy especial. Yo disponía de poco tiempo para ir su casa, circunstancia que cubría con más ganas que dedicación. Pintaba sobre todo por las noches, cuando todos dormían.
P.- ¿Ha llegado a vender muchos cuadros?
R.- Bueno, no sé cuántos. Cuarenta o cincuenta, nunca los he contado. Lo cierto es que en mi casa apenas quedan cuadros pintados por mí. Los he vendido o los he regalado casi todos. Tenía una tienda de Écija que me hacía encargos. Casi siempre he pintado por encargo, sobre todo cuadros de flores. Mi especialidad y lo que gustaba a la gente eran mis cuadros de flores. Desde niña pinté flores por todas partes. En las paredes del patio de mi casa todavía aparecen las caras que pinté con restos de café. Cada vez que veía algo atractivo decía "esto lo pinto yo" y enseguida estaba hecho. Lo que pasa es que, como era mujer, nadie me echaba cuenta.
P.- Creatividad y destreza.
R.- Inquietud, destreza, ganas y creatividad, a falta de una mayor formación teórica. Soy autodidacta. Veía una mancha o una gota caída de pintura y rápidamente la convertía en una flor. Encontraba unos recortes de tela y enseguida los transformaba en un cuadro con la imagen de un payaso. Es algo innato que me viene de familia y que he traspasado a mis hijos. Mi hijo Donato, fallecido hace poco tiempo, pintaba de maravilla. Él prefería la técnica de la acuarela y yo el óleo. Pinta Jaime, pinta Nieves... Aquí todos han tenido equipos completos de pintura.
P.- ¿Ningún artista en la familia materna?
R.- Mi madre bordaba de maravilla, pero en aquellas fechas el bordado del ajuar era lo más parecido al arte que le estaba admitido a las mujeres del pueblo. Tengo sábanas bordadas por mi madre que son preciosas, pero luego no era capaz de valorar que yo pintara cuadros al óleo. Mi marido, Paco el de la tienda, tocaba el piano. El aire de esta casa ha estado siempre cargado con la calma que aportaba Paco con la música y con el nervio que añadía yo con el torbellino de querer hacer de todo, abarcarlo todo, pintarlo todo. Tal vez por eso todos nuestros hijos han salido mitad músicos y mitad pintores.
P.- ¿Soñó alguna vez con ser una gran pintora?
R.- Siempre he sentido una admiración y una sana envidia por todos los pintores y los artistas. El saber pintar ha sido una de las cosas que más me entusiasmaba y admiraba. Pero tengo que admitir que he vivido en una época pobre en cultura y en la que se valoraba poco el arte. Por eso tuve siempre claro que el mundo del arte no esta reservado para mujeres como yo. Ese mundo no podía ser mi mundo.