La sanidad privada le está ganando la batalla a la pública. Sólo hay que recorrer las calles de cualquier ciudad y hasta de cualquier pueblo para comprobar cómo va el pulso entre lo público y lo privado. La prueba más palpable de ese triunfo de lo particular sobre lo común es que en cada esquina florece una clínica privada. A las dentales de toda la vida se han ido sumando las clínicas estéticas, las de análisis y las que ofrecen atención médica especializada de todo tipo. El resultado es que ya hay más clínicas que bares en muchos barrios de Sevilla. Clínicas, gimnasios e inmobiliarias proliferan como setas, lo mismo que antes abundaban las oficinas bancarias. Las oficinas bancarias son cada día más escasas por el desvío de los clientes a los cajeros automáticos y a las aplicaciones del móvil.
Las grandes compañías aseguradoras han sustituido a los bancos como principales inquilinos de locales en los edificios urbanos. Los anuncios de las aseguradoras aparecen por todas partes y hasta invaden los teléfonos móviles. Sanitas, Mapfre, Santa Lucía, Alianz, Mutua Madrileña, DKV, Helvetia... ofrecen sus servicios a cambio de una cuota mensual. Las entidades bancarias son muchas veces propietarias o accionistas de las aseguradoras. Así, los empleados bancarios dedican más tiempo a ofrecer seguros de salud que a responder a las necesidades de los titulares de las cuentas de ahorro. Además de esas potentes empresas de servicios sanitarios, florece una constelación de pequeñas clínicas creadas por profesionales particulares que tratan de hacerse con el estrecho hueco que queda entre la sanidad pública y las aseguradoras.
Estas aseguradoras son las que están captando ahora a cientos de usuarios que esperan durante meses y hasta años una cita de sus centros sanitarios o que deambulan por los pasillos de los hospitales en busca de una consulta médica que o no llega o no soluciona sus problemas. Los profesionales tratan de suplir con su buen hacer las deficiencias y la escasez de recursos del sistema, cada vez más escuálido. La verdad es que si el sistema sanitario no acaba de derrumbarse del todo es por la voluntad y el empeño de sus profesionales, muchos de ellos trabajando a favor de los pacientes contra sus propios jefes, empeñados en liquidar desde arriba el sistema público para arrimar clientes a los seguros privados.
Ocurrió igual en el Reino Unido cuando gobernaba Margaret Thatcher. En Andalucía lo está haciendo Juanma Moreno desde la presidencia de la Junta de Andalucía. Un día no muy lejano habrá que lamentar la pérdida de la sanidad más equitativa, universal y eficiente de Europa, la joya de la corona del estado del bienestar. No hay en el continente otro sistema sanitario comparable, tal vez por eso buscan su extinción con ahínco. El neoliberalismo avanza en todo occidente, donde todo ha de ser negocio, reduciendo la sanidad pública al tamaño que tenía la vieja beneficencia para los pobres. Pronto imperará el "tanto tienes, tanto vives". El triunfo de lo privado que reflejan los luminosos de los hospitales y clínicas privadas es la derrota de la población. Derrota cómplice porque si bien ha acudido a manifestaciones, no lo ha hecho con la suficiente contundencia para doblarle el pulso a las políticas neoliberales.
Los carteles luminosos de las clínicas y hospitales privados ofrecen rapidez a quienes necesitan ser atendidos u operados sin más demoras. Siempre que tengan la posibilidad de pagarlo, claro está. Escrito en el paisaje urbano de las ciudades está el reflejo del triunfo de la sanidad privada sobre la pública. Se trata de la crónica de una muerte anunciada a través de los escaparates. Las fachadas de las ciudades han reflejado siempre las inquietudes y los anhelos de sus habitantes, así como sus diferentes posibilidades económicas. Ha sido así desde las cuevas de Altamira. No hay más que asomarse a los escaparates para entender el sueño humano de cada momento. Ahora, el sueño es el cuidado médico.