La semana santa de Fuentes es pura expresión de clase obrera andaluza. Roja y verde. El rojo de la Humildad y el verde del Betis. Rosario Díaz, conocida como " la malagueña", vivía en el barrio la Rana, costurera de profesión, y todos los martes santos salía con un cirio en la mano señalándole el camino al Cristo de la Humildad. Habrá palabra más de clase obrera que "humildad". Rojo es el color del Señor del Postigo, aunque los rojos sólo vinieran de visita una vez al año desde el barrio la Rana, desde los Corrales, las calles el Bolo, las Ratas, San Francisco y el Postigo. Allá iba Rosario la Malagueña alumbrándole el paso a la obra de arte que pasea las calles de Fuentes como pidiendo perdón -humilde- por dejarse llevar por una cuadrilla de costaleros, sus costaleros.
Rosario recorría las casillas y cortijos de Fuentes en busca de trabajo. Era capaz de segar trigo con la hoz, de sol a sol, en plena canícula, con el hambre que pasaban aquellas esclavas. Ella tenía en su casa un enorme retrato del Señor de la Humildad junto a otro del Betis manque pierda. Dos identidades hechas a perder y a levantarse -aves Fénix- de sus cenizas una y otra vez. Rosario rima con Calvario. Lo mismo que clase obrera rima con brega. Larga pasión, hondo dolor y vuelta a empezar. Como Rosario, Nicolasa Moreno, "andalucista de tierra adentro", currante de azada y algodón, venía de Lora a ver al señor de la Humildad".
Un buen día, Nicolasa y su marido, Ricardo Ramírez, hicieron caso del himno de Andalucía, pidieron tierra y libertad y se fueron a cultivar con notable éxito ambos dones. Cosechaban tierra y libertad. Religiosidad popular versus religiosidad beata. "La clase obrera va al paraíso" fue una película italiana rodada en 1971 por Elio Petri. El problema es que para la clase obrera los caminos que conducen al paraíso son intrincados e impredecibles, tanto como los pronósticos de las lluvias cuando llega la Semana Santa. Humildad y paciencia. Como que hay dios que la clase obrera va al paraíso, por más sudor y sangre que le cueste. Ahí le esperan el Cristo de la Humildad y el equipo del Betis.
El origen de todo lo anterior, de la Semana Santa, viene de que ha acabado la cuaresma, que transcurre durante los cuarenta días que siguen al miércoles de ceniza, y eso conlleva cada año el liturgia de convertir las calles de Fuentes en un museo al aire libre. Hete aquí que la liturgia vence a la religión y el arte de las imágenes va de aquí para allá al son de marchas y pasodobles, saetas y oles a la madre de dios, que ha venío a vernos como todos los años, adornada de guirnaldas y perfumada de azahares. Es la estación del año que desata los cinco sentidos y echa a la calle las tallas que los fontaniegos vieron nada más abrir los ojos al mundo. Reliquias guardadas celosamente todo el año en las iglesias y casas de hermandad para mostrarlas, orgullosos, cuando en los campos estalla la primavera.
La Semana Santa de Fuentes, como la lucha de clases, no ha logrado todavía erradicar las jerarquías, marcadas por el número de miembros que tiene cada hermandad: Jesús tiene 1000. La humildad 700. Veracruz, unos 500. El Santo Entierro alrededor de 400. Eso, además de otras nimiedades, tales como el bordado del manto, los candelabros, las joyas... Nadie que haya nacido en Fuentes necesita que le digan que la Humildad sale del convento de San Francisco, que habitan las hermanitas de la Cruz. Era aquella Virgen de los Dolores la preferida de Manolo Millán, el hombre que en la década de los años 70 ponía de su bolsillo el dinero que faltase -que siempre faltaba- para sacar la procesión a la calle. También era el primero vendiendo papeletas para la rifa del cochino durante la feria. Manolo Millán y José Veneno tenían la hermandad más ordenada de Fuentes.
Celoso de los detalles, Manolo Millán cuidaba personalmente de que fuesen impecables el palio, las bambalinas bordadas, en oro sobre terciopelo, el manto y saya, los respiraderos, los varales del palio, la peana, las doce palomas de plata que lucen en la parte superior de los varales, la candelería de alpaca, los candelabros de cola,
la corona y el puñal en plata dorada y repujada. Antonio "Sacarrueas", costalero de la Virgen de los Dolores exageraba lo mucho que costaba sacar el paso de la ermita. Otros costaleros de aquella época eran Gil Martínez, Sebastián el Alcalde, Javier el de Borrico, Sebastián el Penco y Pilares. Este Pilares, que tenía la costumbre de levantar los sudarios para que le entrara el aire, siempre iba al final del paso, a la derecha, y era relevado por su sobrino Méndez allá a la altura del bar el Ligero, en la Carrera, porque el pobre no podía más.
Eran enamorados de esta procesión Teresa "la de la calle San Francisco y su hijo, que todos los martes santos, bien abrigados, veían salir al Señor de la Humildad. También Miguel Atienza y Dolores Méndez. Para recogerla estaba siempre Francisco Moreno "Francis". En los años 70, el carpintero era Carmona, alto, con bigote, calvo y corpulento, que hacia lucir su tradicional monte de claveles rojos a modo de exorno floral, mientras el palio de nuestra señora de los dolores portaba lirios blancos, flexias, cymbidium y flor de cera. Por aquella época de los 70, se formó la banda de Garbancito para abaratar costes, pues era ruinoso pagar costaleros, músicos, proveedores, carpinteros, camareros de paso para la decoración...
Manolo Perrojato era el capataz de la Humildad y no apartaba la vista de su orfebrería: el juego de potencias y caña de plata con el punzón y corona de espinas, de sus candelabros que iluminaban al paso, cuatro candelabros de guardabrisas en madera tallada, igual que el paso, realizado por el tallista Manolito Marta y restaurado por el chosantre, en cuya intervención se le caló la canastilla. Es una obra anónima realizada en madera de cedro policromada, la mano apoyada en la sien. El sudario, de tisú bordado en oro. También ha sido hermano mayor Pepe Prats, que durante 30 años ha desarrollado un incansable esfuerzo y dedicación. Nunca la Humildad ha tenido ninguna crisis.
Tuvieron problemas de solvencia económica el Santo Entierro (20 años sin salir), la Soledad y Jesús (6 años sin salir). Veracruz tuvo conflictos con los costaleros, que querían cobrar media jornada. Los costaleros de Fuentes cobraban 650 pesetas por la "peoná" de portar el paso y miraban con envidia la Semana Santa de Marchena, que pagaba 2.000 pesetas por la misma tarea. Aquella sí era una Semana Santa de categoría, la más rica de todos los pueblo limítrofes. Allí mandaba un señorito llamado don Juan Torres.
Con la instauración de los costaleros voluntarios, 48 llevaba la Humildad, la hermandad respiró aliviada. Entre aquellos costaleros estaba el cantaor Clarín, al que de pronto veías salir de debajo del paso, entonar la voz un momento y decirle una saeta a la Virgen de los Dolores. Las 650 pesetas que cobraba como costalero no estaban reñidas con el cante, sino todo lo contrario. Otros saeteros eran Zacarías y Siria, aunque de éstos no consta que se metieran nunca debajo de los pasos. La Humildad tenía paradas "obligadas" para refrescar el gaznate en el bar de Julio Miranda de la calle Lora, en el Catalino de la calle Mayor, con saeta de Zacarías, Siria o Clarín incluida y en la fábrica de la luz, morada de Manuel Matruco. Dos lugares más de parada eran el casino artesano de la Carrera y el bar de José María el Parro. O sea, más que en una estación de penitencia, aquello parecía una romería de tabernas.