La veneración a Nuestra Señora de Consolación –patrona de Utrera– cuya imagen llegó a tal ciudad en el arranque del siglo XVI, es posiblemente uno de los fenómenos religiosos más importantes producidos en la campiña sevillana a lo largo de la historia, convirtiéndose en una devoción que rebasó los límites comarcales para extenderse por otras zonas de Andalucía y fuera de ella, llegando a expandirse por la península e incluso por Latinoamérica.

Los devotos y peregrinos que concurrían a Utrera eran tantos que, a los pocos años, comenzó a organizarse una popularísima romería en torno a la imagen. La procesión de la Virgen congregaba a miles de personas que venían en peregrinación desde los lugares más dispares de la geografía peninsular –incluso desde Portugal–aglutinadas en numerosísimas cofradías filiales que acudían a la populosa procesión del 8 de septiembre y que llegaron a contabilizarse por decenas.

De este modo, la romería de la Virgen de Consolación se convirtió –durante finales del XVI y en los siglos  XVII y XVIII– no solo en el fenómeno de religiosidad popular más importante de la campiña y la demarcación territorial de buena parte de la hoy provincia de Sevilla, sino que alcanzó popularidad allende de sus límites más próximos, convirtiéndose en la principal devoción de la Baja Andalucía, y donde al menos desde 1618/19 peregrinaba la cofradía filial de Fuentes.

«[…] los hermanos de la Hermandad y Cofradía de Nuestra Señora de Consolación, que sita y está en la Capilla de Nuestro Padre Sn. Fran.co de esta Villa de Fuentes […]» tenían obligación, según se desprende del capítulo 5 de sus Reglas –aprobadas en 1658– «de ir todos los años el día ocho de septiembre con sus insignias como se ha acostumbrado a la villa de Utrera a asistir a la procesión que en la dicha Villa se hace a Nuestra Señora de Consolación en el convento de San Francisco de Paula y asistan a la dicha procesión y lleven las andas de Nuestra Señora del tránsito que les esté señalado».

La representación de la cofradía tenía que estar compuesta por al menos 20 hermanos designados por el hermano mayor y los alcaldes y éstos debían asistir vestidos con sus túnicas blancas «como se ha hecho hasta ahora» –indumentaria común para todos los cofrades de las filiales–. Aquellos que fueran citados «y no fueren, y no cumpliesen con su obligación, o no dieren impedimento que no sea justo» estaban obligados a pagar de pena una libra de cera blanca.

La peregrinación partía de Fuentes con la insignia de la cofradía en los primeros días del mes de septiembre para, en dos jornadas de camino, llegar hasta la explanada del monasterio de Consolación, extramuros de la ciudad de Utrera, donde se iba concentrando una multitud de fieles y peregrinos que pronto convirtieron tal romería en una manifestación de religiosidad popular pródigamente célebre.

Los peregrinos se cuantificaban en millares –excediendo de 20.000 personas relata el historiador utrerano Rodrigo Caro (1573-1647)– y era «tanto el concurso de gente que acude de toda Andalucía y Portugal, que testifican personas de mucho crédito, que ningún santuario de España lleva en esto ventaja como tampoco en los milagros; y algunos curiosos que han querido contar los coches y carros certifican que pasan de mil y quinientos los más años».

Al llegar a Utrera los peregrinos no se encontraban solo con semejantes, sino que el lugar se hallaba repleto de «mercaderes de todos tratos» que armaban sus tiendas de paños y lienzos en el lugar llamado el Real, próximo a la iglesia y cenobio de los mínimos, y entre ellos muchos puestos de «vivanderos, donde se guisan y venden cosas de comer», algo muy dado a una romería caracterizada por el ambiente festivo y amenizada por «músicas y alegrías con que resuena todo el campo».

Ya en la víspera del ocho de septiembre las cofradías filiales se presentaban ante la Virgen a su llegada y se iban concentrando en las inmediaciones exteriores del santuario, cuya madrugada del día ocho permanecía abierto durante toda la noche. A las 8 de la mañana daba comienzo el ritual de la procesión. Los frailes mínimos entronizaban a la Virgen de Consolación en sus andas «fuera del altar mayor, y bajada de las gradas, la traen los mismo religiosos por el cuerpo de la iglesia hasta la puerta, y de allí la entregan a los cofrades de la villa de Campillo, á quien por privilegio de antigüedad toca recibirla primero».

Para evitar porfías y desencuentros, cada cofradía portaba las andas de la Virgen en el tramo previamente establecido y señalizado al efecto con cruces clavadas en el suelo. Ello denota que ya en las primeras décadas de la romería los pleitos se habían sucedido, y los mínimos tomaron esa determinación al objeto de evitar diferencias en los cofrades de las distintas filiales.

De este modo, la cofradía fontaniega esperaba a la Virgen con su insignia o estandarte, rematada desde 1666 por una cruz de plata que la actual cofradía conserva y acertadamente remata una insignia mariana con el escudo primigenio de la corporación. En el canto de la cruz se puede leer la siguiente leyenda: «ES D NUESTRA SEÑORA D CONSOLACIÓN / HIÇOSE / SIENDO MAYORDOMO FRANCO MUNOS D AQUILAN / A D 1666» (Es de Nuestra Señora de Consolación. Hízose siendo mayordomo Francisco Muñoz de Aguilar. Año de 1666), apareciendo grabada en el centro una representación de la Virgen.  

Al regreso de la peregrinación a Utrera, la cofradía fontaniega celebraba sus cultos de reglas en Fuentes, tal como detalla en el capítulo 4 de éstas: «el día octavo de la Natividad de Nuestra Señora, siendo día de fiesta, y sino el Domingo próximo a ella se haga es esta Villa en la Capilla y Hermita de Nuestro Padre S.n Francisco donde tenemos fundada y cita esta esta Cofradía, y está Nuestra Señora de Consolación, –ello corrobora la existencia de imagen al menos desde la década de 1650– fiesta solemne con Vísperas, Procesión, Misa y Sermón, con el mayor aparato que se pudiere y pareciese a los dichos hermanos Mayor y Alcaldes; y aquel día los hermanos que pudieren y tuvieren espíritu y disposición confiesen y comulguen para honra y gloria de Nuestro Señor y de su bendita Madre, y para que sea servido de perdonar sus pecados y darles gracia y espíritu para que le sirvan en todo».

Para el gobierno de la cofradía, cada primero de mayo se hacía cabildo general en la capilla para nombrar al hermano mayor, mayordomo, escribano, alcaldes y muñidor, los cuales tenían la obligación de citar a los hermanos para las fiestas y los entierros y hacer cumplir las obligaciones de la hermandad. Éstas, como se denota del estudio de las mencionadas reglas de 1658, eran principalmente la peregrinación anual y el culto, el sostenimiento económico de la misma, la asistencia al entierro de sus cofrades y la aplicación de las misas pertinentes por su alma al fallecimiento de éstos, así como de la confraternidad y debida decencia de sus cofrades, que debían ser «gente virtuosa y de buena vida fama y costumbres, y no pendencieros, no tengan otro vicio de jurar ni amancebados […]».

El ingente flujo de peregrinos a Consolación de Utrera, a efecto de un presto crecimiento del fenómeno devocional, así como el tráfico de personas de camino o vuelta de los embarcaderos gaditanos, en conexión con las rutas hacia América, ocasionó que en Consolación se suscitase un importante enclave comercial, máxime en los días de la romería, lo que dio origen con el devenir del tiempo a la actual Feria de Utrera, que en disparidad con otras de su índole no tiene origen ganadero, sino exclusivamente asociada al fenómeno devocional de Nuestra Señora de Consolación y el importante negocio colonial de la carrera de Indias que se suscitó a raíz del descubrimiento de América.

Un hecho similar, aunque de menor escala, se dio en Fuentes, ya que paralelamente a los cultos religiosos organizados por la Hermandad en torno a las fiestas de la Virgen en septiembre, surgieron una serie de actos lúdicos-festivos –promovidos por la cofradía– y comerciales que dieron lugar a la denominada históricamente Fiesta de la Ermita –germen de la actual Feria de la localidad– y que desde su origen se sigue celebrando en el mismo emplazamiento, en torno a la ermita de San Francisco, tomando el nombre del lugar. Es muy probable que los propios cofrades fontaniegos, a su regreso de la peregrinación a Utrera y en semejanza de cuanto experimentaban en torno al monasterio de Consolación durante la romería de la Virgen, importaran el formato.

La obligación de la cofradía fontaniega de peregrinar a Utrera y participar en la procesión de la Virgen –como mandaban sus reglas– debió de incumplirse en más de una ocasión, lo que llevó al provisor y vicario general del arzobispado hispalense Juan de Monroy, el 27 de agosto de 1717, a mandar «en virtud de santa obediencia y bajo pena de excomunión que asistieran, con sus insignias y vestidos de blanco, a la mencionada salida procesional de la Virgen de Consolación de Utrera, llevando las andas de la Virgen el tránsito que les está señalado».

La masiva acumulación de personas provocaba que durante la romería se produjeran numerosos altercados en la misma, lo que desembocó en 1771 en la prohibición de celebración de romería por mandato del Consejo de Castilla –reinando Carlos III–, que suspendió la romería impidiendo que la Virgen se moviera de su altar, y que terminó reduciendo considerablemente el fenómeno de Consolación.

El comportamiento de sus hermanos y cofrades es uno de los aspectos que las reglas fundacionales de la filial de Fuentes valoraban de considerable relevancia. Así se refleja en el capítulo 1, expresando que éstos debían ser «gente virtuosa y de buena vida fama y costumbres»; en el 6, bajo el título «De como los hermanos se han de portar en los actos públicos de esta Cofradía», «procedan y estén con la modestia y devoción que se requiere en tales actos, no haciendo acción por donde el pueblo ni los demás hermanos se escandalicen»; en el 7, dedicado íntegramente a «cómo se han de hacer amistades entre los hermanos que tuvieran alguna diferencia»; y por último en el 8, en que explícitamente alude a que aquellos miembros «revoltosos y escandalosos» serían expulsados de la cofradía si llegaran a reincidir en su mal comportamiento.

Aunque extintas las hermandades filiales debido a los acontecimientos antes relatados, determinadas corporaciones se mantuvieron activas; y en el caso de la corporación fontaniega no solo subsistiendo, sino que la misma se consolidó notablemente a lo largo de la centuria dieciochesca. Ello se debió a que, a pesar de ser una cofradía con un origen letífico, ya en la primera mitad del siglo XVIII se tiene constancia de su doble condición de culto a una imagen mariana de gloria y una cristífera penitencial, pues así se desprende del primer Libro de Cabildos. En la primera acta que aparece en el libro, fechada en 6 de abril de 1732, consta el acuerdo para que «salga la Cofradía el Miércoles Santo como se tiene costumbre» con el Señor de la Humildad en estación de penitencia.

Hasta mediados de la centuria decimonónica no sería restituida de nuevo la Hermandad utrerana de la Virgen, pero la devoción a Consolación ya no llegaría a alcanzar la dimensión geográfica de siglos pasados, a pesar de que no cesaron los intentos. En los últimos años la Hermandad de la Humildad de Fuentes de Andalucía ha recuperado acertadamente la peregrinación a Utrera en la madrugada del 8 de septiembre, postrándose –como antaño– a las plantas de la Santísima Virgen de Consolación con sus insignias.