Los niños no saben odiar, no son machistas, ni racistas, ni clasistas, ni homófobos. No hay intransigencia en la infancia. La intolerancia se adquiere poco a poco a partir de la percepción de la realidad que les rodea. Pero la realidad ya no es real, está trastocada, es un cuento chino, es virtual. Hemos construido, o al menos saludado con un sonoro aplauso, un estado de cosas en que el ser humano ya no lo es, ya no somos personas, ahora somos usuarios, clientes, consumidores, receptores acríticos prestos a tragarnos lo que nos venden, sobre todo si es gratis.

¿Gratis?

Estamos tan ocupados en competir para poder consumir, que hemos olvidado la esencia de lo que fuimos, de lo que somos. Hemos automatizado la gran responsabilidad que significa vivir, en muchos casos reduciendo la existencia a operaciones fisiológicas, comer, dormir, beber, envejecer… Nada debo objetar, que cada cual haga lo que le plazca, mientras no salpique… El problema es que sí, salpican, tiene sus consecuencias en los más jóvenes.

No pidieron los hijos venir al mundo, fue más bien un capricho, un ansia de reproducirse, de dar cariño, de fabricar un ser humano, tal vez jugando a ser dioses en miniatura. Pero no basta con alimentarlos y mandarlos a la escuela, que tiene que hacer el trabajo que no hacemos nosotros. No son mascotas ni se pueden desconectar cuando molestan.

¡Niño no des la paliza, que no me entero de cómo va el partido!

No pasa nada, piensan muchos padres acomodados en su butaca. El mercado tiene la solución, calmemos a la bestia con un móvil, son las nuevas tecnologías, es el futuro. Les regalan un dardo tranquilizador ante la energía infantil, por comodidad, por no saber decirles que no, porque es lo que hace todo el mundo. Les hemos entregado una ventana sin pestillo por la se cuela todo, lo bueno, lo malo y lo terrorífico. Muchos padres han renunciado a educar a sus hijos, a llevarles la contraria. “Que se encarguen de esto en la escuela, que sean ellos los polis malos”. Así van creciendo.

¿Cómo se puede llegar a la juventud sin haber oído nunca un NO?

Los hijos crecen sin levantar la cabeza, sin aprender cuestiones básicas, sin respetar a los demás, ni la tolerancia, la honradez, la humildad, la amistad… Los educa la publicidad y sus ídolos son niñatos youtuber que berrean desde su púlpito apoyados en la ignorancia. Son los predicadores del éxito a cualquier precio, de lo fácil y ahora, de la apariencia física ¿pagar impuestos? “Yo lo quiero todo, lo merezco sólo con desearlo”. Los adolescentes son Aladinos sin lámpara, pero no lo saben, la virtualidad se ha adueñado de su imaginario.

Algunos políticos, los de siempre, dicen que la escuela adoctrina, que lo mejor es que ciertos temas no se enseñen, “ojos que no ven…”. Por eso nuestros jóvenes y adolescentes creen que Franco fue un presidente del gobierno. No se han enterado de las conquistas de los derechos sociales, civiles y laborales. Lo que costó instaurar la democracia, esa que no nos regaló nadie.

En este estado de egocentrismo, imitando lo que ven, sin referentes mínimamente aceptables, muchos de los chavales, consideran que el mundo es suyo. Suya es la calle, suyas son las chicas creadas para su disfrute, eso lo han aprendido también de las letras de la música que escuchan, en las que la mujer es un objeto que existe sólo para satisfacer al hombre, incluso hay chicas que piensan así.

¿Saben si existe otra música?

La sexualidad llega a sus vidas de manera rotunda, la pornografía se cuela por la ventana y les coge sin herramientas para defenderse. Hay que destacar como sea, no se puede ser un pringao ante la tribu. si no se puede, hay que aparentarlo. Hay que ser el más macho, el que más todo, hay que batir los récords individuales y en grupo, ser un malote e inmediatamente presumir de ello en las redes.

Ante todo esto, la ultraderecha busca seguidores entre los influenciables e ineducados jóvenes. Justifican todo proporcionando un marco mental en el que tienen cabida su egoísmo, su intolerancia, su odio a lo ignorado, su negación de la ciencia, su falta de respeto. Es curioso que siempre están hablando de valores.

¿Valores?

Nos alarmamos por la violencia gratuita con la que se manejan ¿De verdad nos sorprenden las violaciones en grupo? ¿Es normal el acoso de compañeros/as por tener la más mínima diferencia? ¿Nos llama la atención su obsesión por compartirlo en las redes? ¿Quiénes son los culpables? Podemos mirarnos en un espejo.

“Las niñas ya no quieren ser princesas y a los niños les da por perseguir”, cantaba con voz, no tan ronca como la que luce ahora, Joaquín Sabina.