Esta mañana, al salir al campo me encuentro con la luz fría y mágica de la pintura “Mañana de Navidad” de Caspar David Friedrich. Desde que descubrí esa pintura me siento atraída por ella, su misterio, su capacidad para tocar nuestras emociones me llega muy dentro. Cada invierno busco el día perfecto en el que esa luz aparece en la campiña. No es fácil que nuestro cálido Sol, especialmente en estos tiempos de cambio climático, nos brinde la atmósfera mágica de una mañana que anuncia la esperanza de un tiempo nuevo a pesar de nuestro mundo cruel.
Voy por la vereda. A lo lejos veo un caminante, anorak rojo, con un perro, camina con pasos lentos, contemplando el paisaje. Cerca de mí un caballo pace indiferente a cualquier presencia. Se oyen a lo lejos trinos y, casi imperceptiblemente, cacareos de gallinas. Doy gracias a todas y todos por ofrecerme ese momento ten bello, que me trasmite paz.
Al llegar a mi casa no pude dejar de buscar en internet la pintura de Friedrich y contemplar una vez más su misterio, su luz extraña, fría y balsámica que te hace soñar, unirte a esas mujeres que caminan de espalda sosegadas, tranquilas, tal vez en silencio, tal vez conversando sobre sus vidas, sus sueños, su futuro.
¿Son amigas, son desconocidas que se han encontrado en el camino uniéndose en el caminar? Seguramente se sienten seguras acompañándose. A lo lejos se adivina una construcción envuelta en la neblina, puede que allí encuentren el calor de un fuego amigo, ese fuego amigo que les falta a tantos inocentes estos días que se suponen de amor. Feliz 2024, en la medida de lo posible.