Era un día primaveral. Una mañana esplendorosa con un sol radiante hacía que la gente llenase las calles de Fuentes. Los hombres que tenían tajo habían acudido a ellos desde muy de mañana, como era habitual. Las mujeres, después de las faenas de la casa, recorrían sus calles, cesta en mano. Otras, con el canasto colgado del brazo, buscan las diferentes tiendas y puestos donde poder comprar los escasos víveres que necesitarían para hacer el frugal almuerzo del mediodía. Un poco más abundante sería la cena ya que en ella estaría también el marido y padre de la casa. Por tanto, toda la familia. Los niños y las niñas escolarizados estarían en las escuelas. Los niños en el Pósito, las niñas en el hospital de San Sebastián. Los restantes jugaban en la calle. Ningún peligro se cernía sobre ellos. Reinaban la tranquilidad, la paz y el sosiego.
Pasado el mediodía, unos nubarrones negros fueron desplazando al sol y el azul intenso del cielo se fue eclipsando hasta desaparecer. Los negros nubarrones envolvieron el pueblo. El cielo comenzó a iluminarse por numerosas culebrinas. Tras los rayos se armó un estruendoso ruido. Truenos enormes cortaban la respiración de las gentes. Las calles aparecían desiertas porque nadie se atrevía a salir. Los jornaleros y hombres del campo regresaron apresuradamente a sus casas en busca de un refugio seguro.
Era la tarde del día 20 de marzo de 1924 cuando aquel fuerte vendaval azotaba los árboles, casas y chozos. Todo se bamboleaba, las mujeres no daban abasto a calmar al hijo o la hija que desesperadamente lloraba presas del miedo. Todo fue terrorífico, espantoso. De pronto, las puertas del cielo se abrieron y un enorme aguacero comenzó a caer con violencia sobre las casas del pueblo y sus aledaños. Ahora le llaman Dana ¿Cómo le llamarían entonces? ¿Cuántos litros cayeron? No sabemos puesto que las estadísticas no existían entonces. Caía agua o había sequía pero nada más.
Aquel día las calles se convirtieron en verdaderos ríos. La calle Nueva (Sevilla) antiguo cauce del arroyo Peñasco, bajaba de casa en casa, conduciendo el agua de la Puerta del Monte, de la Carrera y el Postigo. A la calle Écija le ocurría lo mismo y las calles aledañas, Rosa, San José, Compañía y Calvario le aportaban las aguas recogidas como si fuesen afluentes, lo mismo que la calle Mayor. Todas las calles se convirtieron en enormes rías y la mayoría condujeron sus aguas al arroyo de la Madre. Este arroyo, única red fluvial del pueblo, fue incapaz de conducir las aguas caídas torrencialmente en su cuenca en poco tiempo, por su estrecho cauce y se desbordó inundando las tierras.
Cerca del cauce del arroyo, en el sitio del pago de La Madre, el convecino Juan Caro Fernández poseía un chozo, donde vivía junto con su mujer y sus cuatro hijos. La cantidad de agua que descargó la tormenta le impidió salir del chozo y resguardarse en algún sitio de mayor seguridad. El agua descontrolada comenzó a anegar el chozo. Las aguas corrían con una fuerza y velocidad enormes. Menos mal que alguien vio la angustiosa situación de Juan y su familia y dio aviso a la Guardia Civil. Los cinco guardias que prestaban servicio en Fuentes no lo dudaron un minuto y, aunque sin contar con los medios necesarios y en mitad del temporal, salieron al campo para salvar a la familia Caro Fernández de morir ahogados.
Nada más retirarse las aguas empezó en Fuentes un movimiento popular para promover el reconocimiento del acto heroico de aquellos guardias. Hubo una recogida masiva de firmas y diversas instancias entraron en el ayuntamiento: del Círculo de Unión Liberal, de la comunidad de labradores, de la sociedad Álvarez Quintero, del hermano mayor de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y del cura párroco en nombre de todo el clero. Cuatro pliegos llenos de firmas de vecinos. Todos pedían lo mismo: que se le concediera la Cruz de Beneficencia al sargento José Expósito Gordillo y a los guardias Manuel Padrón Fernández, Antonio Salazar Jiménez y Manuel Oviedo Pacios.
El cabildo acordó el 26 de marzo tomar en consideración y hacer suyos los escritos e instancias presentadas por sociedades locales y vecinos y hacer constar en acta la satisfacción con que había visto el municipio y el honrado pueblo a quien representaba la obra realizada en la salvación de las mencionadas personas y gestionar y pedir la concesión de la Cruz de Beneficencia.
El alcalde, Jaime Conde Herce, calificó de "acto heroico" la salvación de la familia Caro Fernández "digno no sólo de los mayores encomios y alabanzas, sino también de las más altas y preciadas recompensas, tanto más cuanto que el dicho sargento, sin cuidarse de su quebrantada salud, por lo que estaba rebajado de servicio, y guardias que le secundaron, con inminente peligro e inmediato riesgo de exponer sus vidas llevaron felizmente a cabo la salvación de los referidos inundados". Juan Caro explicó que no le quedaba "otra protección y auxilio que la milagrosa intervención del cielo", intervención que Dios realizó sin duda por medio de los denodados esfuerzos de los guardias civiles de Fuentes.