Con los calores que están haciendo parece ser que hablar de albercas, lagunas, arroyos, etc. refresca un poco. Mucho antes de las excursiones a la playa y de que existiera un polideportivo con piscina en Fuentes, un mediodía de agosto, después de almorzar, como yo no era partidario de la siesta, salí a ver si encontraba algún colega con el que compartir alguna aventurilla como ir a correr perdigones o a bañarnos en algún sitio. En la calle Cruz Verde me encontré con Antonio Valladares y Juanito el hijo de Ramitos el Zapatero. Les pregunté qué hacéis esta tarde y me dijeron vamos a bañarnos a la Longuilla. ¿Te vienes con nosotros? Me voy con vosotros, les contesté y echamos a andar hacia la Puerta el Monte.

La Longuilla está situada en una pequeña hondonada cerca del huerto de la Liria. A pesar que era verano, aún tenía mucha agua, tendría unos cien metros de largo y una profundidad de unos sesenta centímetros. Cuando llegamos a la laguna andaba por allí Juan el de la Liria, que nos preguntó ¿venís a bañaros? Contestamos que sí y nos dijo esperadme un momento que yo también voy. Fue al chozo y, al cabo de un momento, volvió llevando por toda indumentaria una especie de taparrabos. Dijo vamos al agua.

Nosotros no llevábamos ni bañador ni taparrabos, así que nos despelotamos y nos metimos en el agua, al principio con cierto recelo, pero luego viendo que no cubría, nos metimos de lleno en el agua y allí disfrutamos chapoteando como marranos. Nadar ninguno sabía gran cosa. El agua al principio estaba muy clara, pero en cuanto empezamos a remover el fondo enseguida se puso de color chocolate, pero eso no nos impidió disfrutar del baño. Cuando empezó a aflojar el calor nos vestimos y, después de un ratillo de conversación con Juan y José de la Conchita la Liria tiramos para Fuentes. Quedamos para repetir la experiencia algún que otro día.

Otro día de calor salí por la mañana y, al llegar a la esquina de la calle Nueva con la Carrera, me encontré con Paquito Gálvez y Javier Galindo, que me dijeron que iban a bañarse a la alberca del huerto de la Morena, que si quería ir con ellos. Por supuesto, me apunté a la expedición. El huerto de la Morena estaba situado por detrás del campo pelota así que echamos a andar. Cuando llegamos cerca de la casilla, los perros empezaron a ladrar.

A los ladridos de los perros salió la Morena, que los mandó callar y nos preguntó, chavales a dónde vais. Contestó Paquito Gálvez, que era conocido de la dueña de la huerta, Morena venimos a bañarnos en la alberca. La mujer contestó, bueno, ¿pero ya lo saben vuestros padres? Dijimos que sí y nos dio permiso para pasar a la alberca, que estaba llena hasta el borde. No había peligro de ahogarse pues no tenía más que medio metro de profundidad y el agua estaba fría como el demonio. Nos despelotamos y a chapotear se ha dicho. Cuando nos cansamos de retozar en el agua, nos vestimos, nos despedimos de la dueña del huerto y nos volvimos para Fuentes comentando lo bien que nos lo habíamos pasado y la intención de volver otro día. Los padres, por supuesto, no sabían nada de estas aventurillas.

En algunas albercas había que pagar por bañarse. Una de ellas era la que llamaban el baño Remedios, situada al final de la calle Mayor, y cobraba dos reales por bañarse. Allí nunca fui, pues aparte los dos reales que casi nunca tenía, la alberca no era muy grande y se amontonaba mucha gente. La piscina de la Alameda también hubo un tiempo que funcionó como lugar de baños, pero aquí Cristóbal Adame, el jardinero, cobraba tres pesetas y frecuentemente el agua estaba muy sucia.

Joseíto el Calero también hizo una alberca para regar el huerto que tenía donde guardaba los carros, tocando a la carretera de la Barrosa, y los domingos permitía bañarse, pero también cobraba tres pesetas. Allí fui alguna vez, pero se aglomeraban muchísimos chavales y apenas te podías mover. Lo mejor era bañarse en lagunas como la Longuilla o ir a los huertos donde te permitían bañarte sin pagar nada.

Uno de los huertos donde tenían más tolerancia por lo que a bañarse en la alberca se refiere era el huerto de la Josefina. Estaba situado entre la fábrica Novales y la huerta de Soto. La alberca estaba situada muy próxima al camino, no era muy grande ni muy profunda, pero como nunca nos juntábamos allí más de cinco o seis chavales se podía chapotear a gusto. Uno que acostumbraba a ir mucho por allí era Muñoz el Pericato. Hasta que dispusimos de bicicleta íbamos y veníamos a pata.

Otro lugar muy apropiado para el baño y en el que no había que pagar nada era el Alamillo. Cerca del camino había una poza de unos cuatro o cinco metros de larga y un metro y medio de profundidad, que permitía hasta tirarse de cabeza desde el borde del arroyo. Allí iban a pescar los domingos por la tarde Rodrigo el municipal y Santiago el de la Chocha, que tenía el carrillo amarillo en el Postigo y allí vendía, entre otras muchas cosas, hilo de pescar y anzuelos.

Un lugar de privilegio para bañarse era la Madre, pero allí no pude ir hasta que tuve doce años y una bicicleta para desplazarme. El sitio ideal para bañarse eran las charcas que se formaban cerca del puente viejo, pasado el Castillo, y la que llamaban la cuesta de la Madre. Se formaban charcas de más de cien metros de longitud y profundidades de entre uno y dos metros. Allí se podía nadar a gusto, pero era recomendable no bañarse solo. Yo siempre quedaba con un primo que tenía una casilla cerca del puente viejo y nos íbamos a bañar juntos.