Hay en Fuentes una variopinta generación de maestros y maestras de ida y vuelta. Nómadas. También los hay sedentarios. Las alas mandan en los primeros, aunque sin perder las raíces. A esa casta de nómadas pertenece Francisco García Lora, de la familia Rubio Plaza que, después de estar toda la vida andando mundo, siente la necesidad del retorno. Como las grullas. Como el mochuelo tira para su olivo, este hijo de la diáspora tira todos los meses una semana para su casa de la calle Caldereros, la misma en la que en 1952 lo trajo al mundo Gertrudis la Trapera, esposa de Bastián el Barbarito. Por lo tanto, nieto de Dolores la Trapera y de Francisco Matalauva.
Pregunta.- Te defines como un fontaniego con raíces y alas. Empecemos por las raíces.
Respuesta.- Mis raíces están en un universo llamado calle Caldereros en el que los niños crecíamos al cuidado de otros niños mayores y del vecindario. Era un mundo regido por el socorro mutuo y por la ayuda sin miramientos. En aquel universo, la expresión "gente" tenía el verdadero significado de la palabra romana "gens", que se refiere a una gran familia. En la calle Caldereros, como en casi todas las de Fuentes, la vecindad sentía verdadero orgullo de ayudar a quien lo precisaba, sin necesidad de que nadie tuviera que pedirlo. Por lo general, había mucha necesidad, pero el que un día tenía, compartía. Era un mundo sin apellidos en el que la Pepa la Pintá le daba leche de la cabra a la familia de El Ligero, cuya mujer vendía a escondidas las liebres que él cazaba furtivamente para ssobrevivir en mitad de la miseria. Doña Mercedes la "Mosquita" ayudaba a quien lo necesitaba. Bueno, los ricos sí tenían apellidos, aunque no ayudaban. En la calle Caldereros los únicos que había eran los Conde.
P.- La pobreza une mucho.
R.- Y la riqueza separa porque es egoísta. En aquellos años, mi abuelo ya decía que se estaba perdiendo la humanidad. El humanismo no se fija en las diferencias, sino en lo común. Darle a otros producía alegría. Mi casa fue de las primeras de la calle Caldereros que tuvo un televisor y se llenaba todas las noches de vecinos para ver a Manolo Escobar cantando.
P.- Con diez años te arrancaron de raíz.
R.- Vinieron a Fuentes los escolapios escogiendo a los mejores estudiantes del colegio, que aquel año fuimos el Niito, Paco Toledo y yo, para hacernos curas. Ninguno de ellos quiso irse a los escolapios de Santa Catalina, en Sevilla, a estudiar el bachillerato y después hacerse curas, pero mi padre decidió que yo sí. Lo pasé muy mal porque estaba hecho a jugar en la calle Caldereros y al rueo. Fue como entrar en una cárcel y por las noches soñaba con el campo y con la burra de mi abuelo. No me adaptaba y, a pesar de haber sido buen estudiante en Fuentes, en Sevilla tuve que repetir primero y tercero de bachillerato. Después me llevaron a los escolapios de Getafe, en Madrid, donde al encierro se unió el desprecio de los estudiantes de otras tierras, que a los andaluces nos decían que éramos fulleros, vagos y mentirosos. Sin raíces y malmirados.
P.- Entonces entraron en juego las alas, ¿no?
R.- Renuncié a ser cura, lo que supuso un enorme disgusto para mi madre, que ya me veía con sotana diciendo misa. El problema es que yo sabía que iba a ser un mal cura porque con esa edad ya empezaban a gustarme las muchachas. Cada vez que venía a Fuentes me enamoraba de una. A mi padre le dijeron que, con 17 años, yo tenía madera de piloto, de periodista y de maestro, así que decidió que yo sería maestro, para lo cual me mandó a Granada. Yo quería ser periodista, pero... Duré en Granada mes y medio porque aquel internado era peor que el de los escolapios de Getafe. En 1971 me vine a la escuela de Magisterio de Sevilla, pero inocente de mí, empecé a hablar de las injusticias que cometían los profesores hasta que uno me dijo "te trae a cuenta irte de aquí porque nunca conseguirás aprobar por mucho que estudies".
P.- Un Rubio Plaza destacó como dirigente comunista.
R.- Mi tío José Plaza fue uno de los refundadores del PCE durante la dictadura. Hay que tener en cuenta que los nacionales habían matado a mi abuelo Felícito García y a su hermano Juan. A mi abuela Teresa la dejaron viuda con cinco hijos y políticamente señalá. Sin embargo, ella se dio cuenta enseguida que por el camino del odio no iba a ninguna parte, así que perdonó, olvidó y siguió su vida. Durante todos los años de su vida en la calle Convento fue consideraba una buenísima persona, querida por todo el mundo.
P.- Vuelta a volar.
R.- A trabajar a Mallorca, donde ahorré 17.000 pesetas con las que terminar Magisterio en Madrid. Pero no lo hice, sino que me di a la vida bohemia de los literatos y los periodistas de aquellos años. Hasta que me llegó la hora de hacer la mili, en San Fernando (Cádiz). Allí me di cuenta de que los estudios que tenía eran un privilegio. De los 170 soldados de mi batallón, más de 20 eran analfabetos profundos y sólo media docena teníamos el bachillerato superior. Gracias a esa diferencia logré que me destinaran al ministerio de Marina en Madrid. Entonces fue cuando me politicé e ingresé en Bandera Roja, un partido comunista clandestino en el que trabajé de periodista durante varios años. Fui número dos de la lista electoral al ayuntamiento de Madrid.
P.- Y vuelta al Magisterio.
R.- Lo bueno de todo aquello fue que aproveché para terminar Magisterio y entré a trabajar de maestro en la escuela de las monjas ursulinas de Palomeras, el barrio de chabolas de Vallecas. Era un asentamiento de 20.000 chabolas en medio de un barrizal interminable. Cada cuatro chabolas compartían un retrete y un grifo de agua. Eran los años ochenta y aquel barrio era el más revolucionario de Madrid, con alumnos ávidos de conocimientos, muy agradecidos y con padres que querían cambiar el mundo. Para los niños, yo no era ni Don Francisco ni el maestro Francisco, sino Francisquillo. Casi todos los hombres eran albañiles y las mujeres empleadas de servicio en Madrid. Entonces entró la heroína y lo carcomió todo. He visto cosas difíciles de contar. Casi todos los jóvenes se fueron muriendo, cuando no los fueron matando. Organicé equipos de baloncesto, grupos de teatro y llevé de excursión a los museos de Madrid a niños que nunca habían salido de las chabolas de Palomeras. O sea, que me vi ejerciendo casi las mismas funciones que los curas en los barrios pobres después de haber renunciado a serlo.
P.- Algo quijotesco, ¿no?
R.- Mis compañeros de la juventud han sido buenos maestros de Fuentes, con vidas relajadas: Luque, Narciso, Crespillo, Siria, Martín... Yo he tenido una vida más aventurera, azarosa, pero no me arrepiento. He bajado muy abajo y he subido muy alto, pero con recompensas emotivas enormes y, sobre todo, con una libertad que no tenía precio. He pagado por esa libertad porque la libertad no te la regala nadie.
P.- De Mallorca a Madrid y de Madrid otra vez a Mallorca.
R.- Me asignaron plaza de maestro en el colegio de la Salle en Inca, en Mallorca, y allí me quedé 25 años, hasta la jubilación, con un breve paréntesis de voluntariado en un poblado amazónico en Perú, donde vi más miseria y sufrimiento que en ningún lugar del mundo. En medio de todo eso, me casé en la parroquia de Fuentes con Mari Cruz, riojana y madre de mis tres hijos, dos de los cuales Alejandro y Francisco, siguen viviendo en Mallorca y el más chico, Tarsis, casado con una japonesa, vive en Fuentes. Le puse Tarsis en homenaje al bisnieto de Noé que, según la Biblia, fue el que colonizó Andalucía. Me divorcié y en 2003 conocí a una norteamericana, con la que he viajado varias veces a Estados Unidos, donde conozco bastante bien doce estados.
P.- Ahora, las raíces empiezan a tomar el relevo a la alas.
R.- Me gusta pasar aquí al menos una semana al mes. Vengo de Madrid en Blablacar porque me divierte conocer a la gente con la que viajo. Aquí, experimento plantando árboles (pistachos, albaricoques, higueras, granados...) en el cacho de tierra que heredé de mis padres en los Palentrines, al lado de la almazara de Barea, y cosecho sobre todo fracasos. Pero disfruto porque en esencia soy lo que siempre quise ser, un maestro inquieto que viaja y sigue aprendiendo cada día.