Igual que pasaba de mano en mano el papel de seda que usaba Coral García Lora para bordar sábanas, la memoria del crimen del Aguaúcho pasó de Manuela a Carmen y de Carmen a Ana. Manuela se lo contó a sus hijas Carmen y Juana. Años más tarde, Carmen y Juana se lo contaron en voz baja a sus hijas. El miedo obligaba a hablar al oído. Pero había que evitar a toda costa que cayeran en el olvido los crímenes fascistas cometidos en Fuentes en el verano del 36. Ahora les toca contarlo a Ana Romero Campos y Loli Campos, primas entre ellas y sobrinas nietas de tres de las nueve Niñas del Aguaúcho: Coral, de 17 años, Josefa, de 18, y Dolores, de 25, hermanas de Manuela García Lora. A José Campos, marido de Manuela, lo mataron cuando, pocos días después, regresó de La Campana a Fuentes con la tranquilidad de no haber hecho nada que mereciera un reproche.
A Manuela le mataron a su marido y a las tres hermanas que tenía. No quedó sola del todo porque tenía a sus hijas Juana, Carmen y a su hijo Antonio. Desde entonces, los cuatro tuvieron que hablar en voz baja y, en la calle, agachar la cabeza y callar. Pero pusieron las mujeres especial empeño en que el recuerdo no muriera como habían muerto Coral, Josefa, Dolores y José. Lo mismo que las otras 112 víctimas de la locura sanguinaria fascista que se enseñoreó de Fuentes a raíz del golpe militar del general Franco y la posterior guerra que acabó con la legalidad democrática. El miedo y el silencio parecían no tener fin en aquel Fuentes de la dictadura. Miedo y silencio, además del empeño puesto por las autoridades en hacer creer a todo el mundo que las víctimas eran los verdugos, que aquellos 116 hombres y mujeres merecían la muerte como escarmiento.
¿Cuál habría sido la historia de Coral, Josefa y Dolores de no haber sido asesinadas en la flor de la vida? ¿Habrían tenido maridos, hijos, nietos? El papel de seda que conserva la familia contiene las iniciales CG, correspondientes a Coral García, y en pequeño, las iniciales JC. ¿Tenía novio Coral y estaba bordando su ajuar? ¿Era JC su futuro marido?. Sus sobrinas nietas se hacen ahora nuevas preguntas imposibles de responder. El papel, reproducido más arriba, ha ido pasando durante todos estos años de la abuela a las madres y de madres a las sobrinas nietas. Es un papel que estuvo en las manos de Coral y, por tanto, tiene el poder de transportar en el tiempo a los familiares de las víctimas y les permite recuperar su memoria. Lo mismo que los zarcillos de frambuesas, crucifijos, alfileres del pelo y botones hallados en la fosa de Cañada Rosal.
¿Cuál habría sido la historia de las 116 víctimas fontaniegas de la represión? Cuanta vida destrozada fueron las de Coral, Josefa y Dolores García Lora. Como las de Juana Aguilar, Isabel Becerril, Antonio Caballero, José Campos, María Jesús Caro... y así hasta sumar 116 asesinatos. Nadie podrá nunca responder a las preguntas que se hacen las primas Loli Campos y Ana Romero Campos a raíz del reciente hallazgo en Cañada Rosal de los restos que con casi total seguridad corresponden a las niñas del Aguaúcho. El hallazgo ha removido los sentimientos de rabia e indignación que, a fuerza del paso de los años, permanecían adormecidos y que ahora rebrotan con fuerza. Rabia, indignación y también alivio porque, por fin, acaba el dolor que las familias han sufrido por desconocer dónde habían sido enterradas las víctimas.
Rabia porque ya no están aquí los seres queridos que, con la restitución de la democracia, lucharon por dar con ellas y dignificar la memoria de las víctimas como merecían. Murió la abuela Manuela en 1982. Como si quisiera borrar para siempre su paso por este mundo, la abuela Manuela pidió llevarse con ella a la tumba todas las fotografías que tuvieran. También murieron Juana, Carmen y Antonio. Lograron dejar en Fuentes la herencia imborrable de la infamia fascista, pero no pudieron llevar consigo el alivio del reencuentro. Ahora, Ana y Loli darían mucho más porque ellas estuvieran aquí para ver el regreso de Coral, Josefa y Dolores que por tener delante a algunos de los asesinos. A los asesinos no saben qué les dirían si los tuvieran delante por un momento. Mejor no pensar en ello. Mejor pensar que nunca más ocurrirá algo parecido.
Rabia y alivio por este regreso triste a casa, casi 90 años postergado. Regreso cuya tristeza habrá que intentar aliviar mediante el homenaje y la búsqueda de un lugar en el cementerio acorde con el papel jugado por las víctimas en la historia de Fuentes. Ana Romero y Loli Campos creen que los restos hallados deben descansar juntos, como lo han hecho casi un siglo, pero ahora cerca de los suyos, en el cementerio de Fuentes y en un espacio prominente. Entre los restos encontrados en la fosa común de Cañada es probable que, además de las niñas del Aguaúcho, haya otras víctimas fontaniegas de la represión. Pocas dudas hay de que cuando llegue el momento del traslado a Fuentes habrá un acto de homenaje por parte de las familias, del ayuntamiento y de las asociaciones de la memoria histórica. Pero eso se sabrá una vez quede constancia oficial de la identidad los cuerpos encontrados.
Después del hallazgo de los restos en Cañada no habrá que preguntarse más ¿dónde están? Esa pregunta ha martilleado las cabezas de los familiares durante tres generaciones, casi un siglo. A Coral, Josefa, Dolores y José se los llevaron entre el 17 de agosto y el 3 de septiembre de 1936. Lo contaba Manuela y lo repetían sus hijas Carmen y Juana. El varón, Antonio, en cambio, se limitaba a decir "a mis tías se las llevaron en la guerra igual que a mi padre". Nadie logró sacarle una palabra más porque el miedo borra la memoria más que el paso del tiempo.
Tampoco podemos saber cómo habrían sido sus vidas y las de sus familias. Imposible saber cómo habrían sido tantas vidas truncadas por la sinrazón. No lograron alcanzar la plenitud como mujeres libres, ni siquiera el papel de esposas sumisas, madres abnegadas y abuelas enlutadas que les habría asignado el régimen franquista. Lo que sabemos es que la hermana de Coral, Josefa y Dolores, Manuela García Lora, esposa de José María Campos, no volvió a ser la misma. Que guardó luto el resto de su vida, que trabajó como nadie y que conservó como una reliquia el patrón de papel de seda que Coral, la menor de sus hermanas, usaba para bordar sábanas con flores. Que quiso borrar para siempre su paso por aquel Fuentes nacido del terror. Los fascistas cortaron brutalmente los claveles de aquella primavera del 36. Luego ocultaron su crimen bajo tierra, pero no han podido evitar que las flores rebrotaran en el último otoño y que vuelvan de nuevo a Fuentes para que aquella infamia nunca caiga en el olvido.