El 25 de noviembre, de 1960, las hermanas Mirabal, Patria, Minerva y María Teresa, regresaban de visitar a sus maridos encarcelados por ser opositores del sanguinario dictador de República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo, recibido por Franco en 1952 con honores. Ellas eran activistas y opositoras al régimen de Trujillo. En mitad de la carretera el automóvil fue interceptado por agentes de la policía secreta de Trujillo. Los cuerpos de las tres hermanas fueron encontrados junto al del conductor, Rufino de la Cruz, al fondo del barranco al fueron arrojados, después de ser brutalmente asesinadas.
"Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte". Con esta frase, la activista dominicana Minerva Mirabal respondía a principios de la década de los 60 a quienes le advertían de lo que parecía un secreto a voces: el régimen del presidente Rafael Leónidas Trujillo iba a matarla. Hoy deberíamos ser miles de brazos unidos contra la violencia de género. No perdamos el tiempo en discusiones interesadas a poderes patriarcales sobre si una ley tiene fallos (qué rápidamente se han revisado, según dónde) o si también existen victimas masculinas o denuncias falsas.
No por ser unas muertes anunciadas fueron menos impactantes. El pueblo dominicano llegó al hartazgo de la cruel dictadura de Trujillo. Fue el principio del fin del dictador. En la novela ”La fiesta del chivo” de Vargas Llosa (¡ay! cómo cambian los tiempos y la ideas, pero eso es otro tema) se narra el asesinato del dictador y los hechos posteriores al mismo.
Cansa ya recordar que solo el 0,01 de las denuncias por violencia de género son falsas. Pero no solo es la violencia visible, la más llamativa y que nos hace solidarizarnos a todas es la violencia simbólica, esa que está presente en la publicidad; hay que estar guapa, delgada, ser una supermadre, llevar tacones, saber hacer el mejor café o el mejor postre, es la que nos dice que la realidad siempre ha sido así, sin cuestionar nada, como si la realidad no fuera algo cambiante, algo que construimos entre todas y todos. Es una violencia que no “vemos”. Por lo tanto, todas y todos la aceptamos. En cierta manera somos cómplices.
Cuánto hay por hacer, por cambiar, por luchar para que el mundo que viene no se vuelva oscuro y feo como los gritos de esos energúmenos machirulos del equipo de rugbi del universidad Complutense ¡Vaya cursito lleva la Complutense! No, son algunos alumnos guardianes del espíritu machista y rancio que peligrosamente vuelve al amparo de tiempos grises. Pero siempre hay grupos de ciudadanas y ciudadanos dispuestos a no dejarlo pasar.
Decía Víctor Hugo que “no hay nada más poderoso que una idea a la que la ha llegado su tiempo”. Ha llegado el tiempo de la verdadera igualdad, de no admitir ninguna clase de violencia física, simbólica ni psicológica. No hay vuelta atrás y el que no quiera verlo va en contra de la historia.