Recuerdo al gigante perro guardián de las cocheras de los autobuses, recuerdo sus fauces llenas de colmillos, sus ladridos y cómo bloqueaba el paso ocupando toda la acera de la avenida de Dílar cuando iba a la escuela. Recuerdo el miedo que sentía y el alivio cuando lo veía sujeto con una cuerda. Recuerdo los campos escarchados de La Vega de Granada en invierno, recuerdo la misa de once todos los domingos, los reglazos de don Antonio en la mano por no saberme la tabla del siete.

Recuerdo el primer beso que le di a aquella chica, mis manos temblorosas, su cuerpo palpitante, la redondez de sus hombros, la suavidad de su piel, la intensidad de sus ojos de aceituna, las pecas de sus mejillas. Entonces todas, eran las mujeres de mi vida. Recuerdo a aquella otra chica morena con sonrisa de gato de Chesivil y ojeras marcadas, que me escuchaba cantar canciones de Serrat. Recuerdo el olor femeninamente fresco de su cuello, la impaciencia y el nerviosismo de una vida recién estrenada, la novedad de lo que creíamos estar inventando en ese preciso instante. Qué adulto me sentía, teniendo el mundo entre mis brazos.

Recuerdo el día que tomé conciencia de ser andaluz, la sensación de libertad que me producía ejercer mi derecho al pataleo y el timbre rebelde de mi voz gritando ¡OTAN no, bases fuera! Recuerdo la portada de Diario de Granada con una foto mía a cuatro columnas, hecha con la CHINON CM-4s, mi primera cámara réflex. Lo mucho que aprendí en “Arcadia” y en “La Tertulia” en los locos años ochenta y a mi padre echándome la bronca por llegar tan tarde, que ya era temprano. ”Bares, qué lugares tan gratos para conversar”. Recuerdo ser prácticamente invencible en una época en la que el fracaso estaba prohibido y el éxito asegurado, cuando subía los escalones de dos en dos, cuando diez minutos eran hora y media.

Recuerdo mi primera casa de alquiler, desvencijada, con los techos muy altos, con los suelos muy hundidos. Mi novia con el pelo de alheña, el granadino frío siberiano y la sensación de ser mayor en edad, saber y gobierno (cuánto me río de eso ahora). Mi primer teléfono fijo y luego mi primer teléfono móvil. Recuerdo descubrir una ciudad de Sevilla que ya no existe, antes de convertirse en un parque temático. Recuerdo el complejo de inferioridad que teníamos, cuando todo el mundo afirmaba con seguridad “esto es tercermundista, sólo pasa en España”.

Recuerdo a los que creí que estarían siempre, pero hace años que no están. Tengo guardadas anécdotas y risas, discusiones y enfados, en la tarjeta de mi memoria. A todas, a todos los echo de menos, no sería yo de no haberlos conocido. Creía entonces en la amistad eterna, en el amor eterno y casi, casi, en la vida, o al menos en la juventud eterna.

Los tiempos muertos, las horas de espera en la puerta de los juzgados para saber si el presunto corrupto fulanito, o el asesino confeso menganito, salían de allí en libertad o camino de la cárcel. Las horas charlando con mis compañeros de oficio, siempre en calma tensa, preparados para salir corriendo y no perder la foto de la portadilla de política o de sociedad del día siguiente. Los gritos de los ociosos que esperaban para salir por la tele gritando “¡pena de muerte!”.

Miro por el retrovisor de mi vida y las imágenes se retuercen y deforman como con un “ojo de pez” el objetivo en el que todo cabe, con el que desaparecen las aristas, el que convierte lo circular en rectangular. Mis recuerdos habitan en un espejo convexo compilados en compartimentos estancos, capítulos de la novela por entregas de mi ser. Soy el protagonista, pero no el guionista. Soy un actor sin ningún método, representando una y mil veces mi función, con el patio de butacas vacío, pese a que la entrada es gratuita.

Todo lo vivido, lo soñado y lo imaginado, volará en forma de cenizas, se disipará con el viento de levante confundido entre las partículas de personas mucho mejores que yo, que debieran ser recordadas, pero no lo son. A veces me siento como Roy Batty, el replicante de “Blade Runner”, consciente de que “todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia”.

Lo único que tengo es la vida, la que sigue, la que vendrá, la que me queda. De momento sigue rulando, tratando de encontrar buenos vientos que me lleven a la gloria aunque sólo sea un minuto, el que me corresponde. Me busco en mis recuerdos entre risas y decepciones alegrándome de lo conseguido, triste por lo perdido, con la más estúpida de las nostalgias por lo que nunca pasó, pero podía haber pasado. La vida, la mía, la tuya, la de todos, vista de lejos en el espejo retrovisor, parece la biografía de otra persona.