Corrían años de hambre y de sed, el puerto de Cádiz se llenaba de hatillos y maletas de madera. Los muelles rebosaban besos, abrazos y lágrimas, las despedidas son más duras cuanto más improbable es el retorno. La nostalgia futura empezaba a forjarse allí mismo. “Aunque soy un emigrante, jamás en la vida yo podré olvidarte”. Algo parecido resonaba en las cabezas de las gentes humildes, venidas de pueblos humildes, en un país nada humilde que se desangraba de injusta pobreza. Cádiz se perdía en el horizonte.

Fueron a por plata al Río de la Plata y el país argento los quiso. No despreció ningún ladrillo, ningún cemento, hacía falta mucho material de construcción para edificar una tierra de promisión. Andaluces y gallegos, catalanes, vascos y asturianos, también italianos (muchos) y alemanes, franceses y judíos de todas partes. Los “gallegos” bajaban de los barcos con sueños, manos jóvenes, lomos para doblar y pañuelos para secarse el sudor. A partir de entonces el gran Sol de Mayo les iluminaría y los aires serían buenos. Los vicios de la vieja Europa se habían quedado fondeados en la bahía.

Con tal argamasa se forjó un gran país, la gente bien formada y bien leída caminaba por el mundo con talante displicente y el cuello levantado. Los argentinos miraban de reojo, por encima, a sus vecinos de Iberoamérica y de tú a tú a las naciones autoproclamadas occidentales. Buenos Aires era como Nueva York, pero su fundador había nacido en Guadix. Las costumbres de los Apeninos Calabreses y de Sierra Morena se mezclaron en el mismo puchero y el caldo ya no era español ni italiano, era otra cosa. La música empezó a sonar híbrida con el bandoneón alemán y la letra española con acento italiano. La melancolía de emigrantes que sabían que no volverían con la frente marchita a su primera tierra, era la musa que los inspiraba. Los boliches se llenaron de tango y de milonga.

¡Qué gran país hermano de sangre y etnia, de lengua, religión y excesos! Se parecen tanto a nosotros que casi tienen el mismo mal tino para elegir gobernantes. Con pañuelo como doña Rogelia, las abuelas de la plaza de Mayo le gritan al mundo el horror de los “patriotas”, uniformados dignos y rectos cristianos que asesinaron a sus hijos, que les robaron a sus nietos. “Con Malvinas o sin Malvinas, grito tu nombre por las esquinas”.

Aparecen una y otra vez los milagreros, iluminados, mesías y profetas consentidos por el “amigo” americano. Ahora el pueblo corre camino del abismo, enardecido cantando las alabanzas de un payaso, un gurú que vende quimeras, dispuesto a hablar con el espíritu del perro de José de San Martín y, si no es posible, con el del gato de Evita. Tan quemados están los ciudadanos que compran los rugidos de un Freddy Krueger armado con una motosierra. Es mucho más fácil talar que sembrar.

Siglo XX cambalache, decía Discepolo, lo que quizá no imaginó don Enrique es que el XXI podría ser aún peor. El pueblo se golpea la cabeza contra un calefón, tiene costumbre, tal vez por eso la Argentina ha parido tan grandes escritores como Borges, Sábato, Bioy Casares, Cortázar, Leila Guerriero o Alfonsina Storni. Cuando la ataxia se convierte en una forma de vida hay mucho que contar.

No hay manera de entender nada, ni siquiera ellos lo consiguen, tal vez por eso buscan la solución a todos los problemas tumbados en un diván, hablando sin parar. Mientras esperan una mano salvadora, “una mano de Dios” que les lleve a la gloria, oe, oe, oe… o siendo más humildes, la mano de Jorge Bergoglio. Todo es tan surrealista como las composiciones de Johann Sebastian Mastropiero interpretadas por Les Luthiers.

Siempre sufre la carne, pero no la de novillo, sino la de los habitantes de las “Villas Miseria”. Separados de otros argentinos por altos muros, se preguntan… “¿Que por qué son carne de yugo?”.  El peronismo, siempre está presente el peronismo, el incomprensible peronismo que vale para todo; es fascista y/o izquierdista según el caso, revolucionario e institucional, descamisado y descamisante. Da igual, a Argentina se la banca todo, puede con todo, se quedarán otra vez a oscuras y Ricardo Darín volverá a gritarle a la Luna, “¡Tírame un palo que no esté enjabonado!“. Los países no quiebran, no son empresas, pueden ser invadidos, pero no sufrir OPAS hostiles.

Quizá Argentina responda a una imagen deformada de España o quizá sea al revés. Me pregunto si vamos por el mismo camino, ahora que los embustes ya no lo parecen, ahora que aquí brotan ilusionistas como champiñones. Cada vez hay más esperpentos en los espejos deformes del Callejón del Gato, bufones sin luces sobre los que podría haber fantaseado Valle Inclán. Me apena Argentina, hija de mi misma madre. Confío en el talento, el trabajo y la capacidad de aguante de mujeres y hombres responsables.