Tal era la fama del Castillo de la Monclova en el siglo XVII que a once leguas del mismo, es decir, a más de 50 Km de distancia eran conocidos los cantares de juglares y trovadores que allí se citaban. Y todo ello teniendo en cuenta las dificultades en los canales para difusión de noticias en esa época, los escasos recursos para la comunicación o la insuficiencia de la red de caminos, aun situándose el conocido castillo en el camino real de Madrid.
Fray Juan Álvarez de Sepúlveda, conocido como el primer historiador de la Vega del Guadalquivir, en su libro “Historia sin historia campesina y geográfica de la Sagrada y pequeñita Imagen de Nuestra Señora de Aguas Santas cerca de la ciudad de Sevilla” que escribió en el convento franciscano de la misma advocación situado en Villaverde del Río, Sevilla, entre los años 1680 y 1682, narra en su Milagro Cuarenta y Tres, allá por el año 1673, lo siguiente:
“Una niña que haría tres años y no podía respirar se puso buena ungiéndole el pecho con aceite de la lámpara de Nuestra Señora encomendándola a su protección.
En veinte y siete de mayo de este año vino a esta santa casa Juan de Fonseca de nación portugués, de profesión barbero y cirujano, vecino de Marchena, casado con María de Benjumea, y bajo de juramento en presencia del padre guardián, de muchos religiosos y de otros compañeros que traía, declaró: que en principio de su devoción a nuestra santa imagen, fue llamarle una vez al castillo de la Monclova y oírle cantar a una mujer que allí estaba el suceso de la moza que se sumió en la fuente, quedándose la madre con los cabellos en la mano. Desde entonces vino a visitarla, y ha continuado la romería diez y ocho años, llevando siempre un poco de aceite de la lámpara de la Virgen.
Y llevándole el año pasado de 1666, halló luego que llegó a su casa una niña expósita de tres años que ha criado hiriendo en lo interior y con gran falta de respiración. Compadeciendo de ver lo que padecía, se hincó de rodillas y la ungió en el pecho con el aceite que llevaba y haciendo la señal de la cruz, la encomendó a Nuestra Señora de Aguas Santas. ¡Caso raro!: al instante estuvo buena la niña, y salió a la calle a jugar con otras de su edad. Su mujer admirada le dijo: “No perdáis esta devoción, ni dejéis de ir todos los años a esa santa casa”. Así lo firmó en el día que fue vísperas de la Santísima Trinidad, en presencia del padre guardián y discretos de este convento.- Fray Andrés Márquez, guardián.- Fray Juan Álvarez de Sepúlveda.- Fray Pedro de Rojas.- Fray Juan Ramos.- Juan de Fonseca.- Pedro de Palacios.- Sebastián de Perea.- Juan Pérez.- Vecinos de Marchena.
Observación.- De los sucesos sobrenaturales siempre queda fama, porque pasa su noticia a tierras muy remotas con brevedad. Los favorables el gozo los divulga, como se vio en la resurrección que hizo Cristo en la hija del príncipe de Jairo que mandaba a sus padres que callasen el milagro. Salió su fama a todas las ciudades y lugares de la provincia de Galilea. Los de castigo el temor los hace notorios. Y lo permite Dios así para nuestra doctrina y escarmiento.
Por todo el reinado de Sevilla corrió la fama de haberse hundido en esta fuente aquella infeliz moza que quiso salvar su virginidad perdida con la de aquélla que fue hermosa como la luna y escogida como el sol. En la antiquísima fortaleza de la Monclova que dista de este convento once leguas y es camino real de Madrid, se oía en cantares el trágico castigo de tan mala hija y la ventura de su dichosa madre. Llamo antiquísima a la fortaleza porque en el itinerario del emperador Antonino de Sevilla a Mérida se halla numerada”.