Hay personas que ostentan la capacidad de simbolizar la vida de un pueblo como Fuentes. O de medio pueblo, mejor dicho. Simbolizan el medio pueblo que tuvo que emigrar en los años sesenta y setenta. El Fuentes trasterrado. El Fuentes peregrino. Ése es el caso del Niño de la Primita, Manuel López Crespillo. El niño feliz de la Primita habría que llamarlo ahora porque Manuel, a sus 98 años, es la imagen viva de la felicidad. Junto a su hija Ascensión ha pasado más de un mes en la casa familiar de la calle Cruz Verde que nunca quiso vender. Como medio Fuentes, hace 52 años que subió al "catalán" en la estación de Córdoba. Este martes pasado ha subido al AVE en Santa Justa para regresar a su casa de Badalona. Volverá como siempre vuelven las grullas.
Muchas cosas han cambiado en el tiempo transcurrido desde 1971. Casi todo, menos la pasión de Manuel López Crespillo por Fuentes. La pasión y un ánimo incansable, dos rasgos que hacen de los fontaniegos trabajadores de primera clase por más que hayan sido obligados a pasar la vida viajando en vagones de tercera. Cuando Manolito aún vivía en Fuentes, al contrario que ahora, el pueblo estaba lleno de niños y niñas. Los había por todas partes. Tantos, que había que etiquetarlos a la manera de los árabes, añadiéndoles el nombre de la madre casi siempre. La Niña Morillo, la Niña Marchena, la Niña Rebeca, la Niña Concha, el Niño Ana, el Niño de la Justita... Y el Niño de la Primita, hijo único (una hermana murió muy joven) de Ana Crespillo "Primita" y de Pepe López.
El último de Filipinas, capaz de seguir erre que erre tomando ese tren que, igual que un cordón umbilical de hiero, lo une a Fuentes y a los años de su infancia y juventud. Será por aquello de que la infancia es la verdadera patria de uno. La infancia del Niño de la Primita fue "normal", es decir dura y trabajosa como la de cualquier niño de Fuentes en la posguerra. Excepto los ricos, claro. Había nacido en 1925, por lo que tenía 11 años aquel día que se asomó a la ventana de su casa de la calle Cruz Verde al oír voces.
Lo que vio fue el cañón de un arma que le apuntaba y a un falangista que le gritaba ¡cierra la ventana o te pego un tiro! Detrás del que gritaba había un grupo de falangistas quemándole los muebles a Manolito Valladares, el vecino de enfrente sospechoso de ser comunista. Recuerda el Niño de la Primita que el pobre Manolo para lo único que abría la boca era para decir "¡coño, ese gazpacho tiene que estar bueno!". O "¡coño, eso no lo he comido yo nunca!". Manolito Valladares leía mucho y eso era síntoma inequívoco de padecer comunismo, enfermedad mortal de necesidad en aquellos años. Un hijo de Manolito, Antonio, acabó de jardinero en el ayuntamiento de Badalona.
El primer viaje a Barcelona lo hizo en compañía de Furín (padre) y con Manolito que vendía gallinas. La segunda vez fue con la familia al completo, el matrimonio y cinco hijos. Atrás quedó la tahona, el rincón de las fiestas con Ruano y Calderón, entre otros muchos. Para emigrar, Manuel López Crespillo y Anita Labella, su mujer, habían tomado un dinero por la casa de la calle Cruz Verde, con el compromiso de devolverlo cuando la recuperaran a la vuelta. Al contrario de la mayoría de los emigrantes, que piensan estar fuera sólo unos años, ellos iban seguros de no volver a vivir en Fuentes, pero tampoco querían deshacerse de la casa familiar, donde habían nacido Pepe, el mayor, Ascensión, Cati, Luis y Salvador.
El Niño de la Primita ya tenía más de cuarenta años cuando emigró al frente de una expedición que parecía una caravana rumbo a la conquista del Oeste americano. Trece iban en la partida, aunque el hijo mayor (Pepe) ya estaba en Barcelona. Sólo que en vez de carreta tirada por caballos viajaban en vagón tirado por locomotora sobre un camino de hierro. Tampoco emigraban porque en Fuentes pasaran hambre. Tenían tierras suficientes (15 fanegas) en aquellos años para mantener a la prole, pero el futuro de los chiquillos y chiquillas se veía venir cubierto de nubarrones. Más que para poder comer, el Niño de la Primita dice que emigraron huyendo del único futuro que Fuentes ofrecía a la inmensa mayoría. Campo, campo y campo.
Ni siquiera podían entrever un futuro de estudios para los hijos. Y en eso Anita la Barbera era obsesiva: sus hijos tenían que estudiar a toda costa. Puede que la exigencia más repetida de Ana Labella a sus hijos fuese "niña, estudia". Al final, tres de sus cinco hijos han sido o son funcionarios de Justicia de la Generalitat de Catalunya: Ascensión, Luis y Salvador. Pepe, el mayor, murió hace pocos años. Excepto Salvador, que estudió Filología, todos se quedaron a las puertas de la universidad.
De toda la familia, sólo quedaron atrás dos cuñados del Niño de la Primita: Luis el Barbero y Pepe el del Banesto, hermanos de Anita la Barbera. La tía Manolita acabó en París, con Antonio Calderón, huyendo por motivos político. Ninguno ha vuelto a vivir en Fuentes. Manuel López Crespillo enganchó enseguida su primer trabajo de albañil, aunque aquello no iba con él. Al poco entró en la fábrica de pinturas Sherwin-Williams, de Badalona, que después pasó a llamarse Procolor. Hombre de fidelidades inquebrantables, en Procolor siguió hasta jubilarse hace más de treinta años. Hombre de fidelidades y de una salud de hierro. Lo explica diciendo que durante años trabajó en el departamento que preparaba la pintura más tóxica, la destinada a los bajos de los coches.
El Niño de la Primita forma parte de una generación de resistentes (además de incansables y fieles), como sólo pudieron serlo los capaces de sobrevivir a los peores años de la posguerra. Emigró al norte porque todos emigraban. Él tenía tierras y trabajo de segundo tractorista con los "Doce apóstoles", pero qué futuro podía darle a sus hijos. El campo y las bestias atravesando la casa hasta el corral. O el tractor con el barro hasta la barriga. En aquellos años, el Niño de la Primita era uno de los pocos tractoristas que había en Fuentes. El otro era Garrancho, que trabajaba con dos Lanz, para el grupo compuesto por Malapatas, Mateo, Furín y Juanito de la Ana, además del propio Garrancho. A los "Doce apóstoles" pertenecían, entre otros, Tomasito, Cámara, José Márquez, Vendaval y Crespillo. Manuel sustituía Sebastián Gamero "Sardina" al volante del John Deere de los "Doce apóstoles".
En Fuentes no había ningún futuro halagüeño. El día que tenía el equipaje listo para partir se le acercó un señorito ofreciéndole trabajo para uno de sus hijos en el banco. ¡A buenas horas, mangas verdes! La suerte estaba echada y no fue mala. Ningún arrepentimiento porque todos los hijos estudiaron cuanto quisieron. Él aprendió otro trabajo y siguió con su afición de toda la vida, la música. De joven, en la banda de Fuentes tocaba el clarinete, aunque le da también a la guitarra, al laúd, la bandurria y el piano. Era entonces director de la banda municipal uno al que llamaban "Don cuatro mil", en referencia al salario que le pusieron cuando llegó de Madrid como instrumentista del bombardino.
El director de la banda municipal cobraba 4.000 pesetas, pero los músicos veían algún dinerillo sólo cuando actuaban en los pueblos de la redonda. Frecuentaban los de Córdoba, donde los vecinos pudientes colaboraban con la fiesta alojando o dando de comer a los músicos forasteros. Entonces se producía una especie de subasta para llevarse a casa algún músico. Ellos, por su parte, competían por ver qué casa daba mejor de comer o dormir y, aunque nadie lo confesaba, por irse con la familia que tenía las mocitas más guapas. Los feriantes estaban ojo avizor el día que la banda marchaba del pueblo porque siempre hacían de las suyas. Cosas de la juventud.
De juventud eran las serenatas frente a las ventanas de las novias que cumplían años. En la calle San Sebastián, por ejemplo, con ese Niño de la Primita a la armónica tocando "clavelitos", con Garbancito cobrando al día siguiente la ronda. Había entonces la costumbre de que los novios contrataran músicos para regalar los oídos de sus amadas con dulces coplas. El novio ponía la botella de aguardiente y alguna propinilla que no pasaba de diez duros. Lo mejor era que a la mañana siguiente la novia convidara a los músicos a su cumpleaños. Lo peor era que había que pasar la vergüenza de pedir el pago de la ronda nocturna y para eso el mejor dotado de todos era Garbancito.
Otros tiempos, otros afanes. Los afanes ahora son los once nietos y siete biznietos que suma la familia de los Primita de Badalona. La familia y este afán inagotable de estar en Fuentes que lo trae una o dos veces al año. Al menos una o dos veces al año. En esto, el Niño de la Primita no se diferencia de la mayoría de los emigrantes. A Fuentes todos los años porque, como dice el dicho "a tu tierra, grulla, aunque sea con una sola pata".