Tras la cruenta guerra de Gaza, aún no acabada, en la que Israel para combatir a la organización palestina Hamás, Movimiento de Resistencia Islámica, por los atentados realizados el 7 de octubre de 2023, se ha producido la invasión del Libano por parte de Israel. La escalada de violencia entre Hezbolá, grupo armado libanés, y el ejército israelí no es nueva, pero en pocas ocasiones la tensión ha alcanzado un punto tan preocupante como en la actualidad. Intentaremos analizar las causas de estos enfrentamientos para poder comprender lo que está sucediendo y qué relación tienen con Gaza.
En principio analizaremos la compleja vecindad de estos dos países Israel y Líbano. Este último país apenas cuenta con una extensión de 10.000 kilómetros cuadrados con una población de apenas seis millones de habitantes. Tradicionalmente, en el país convivían pacíficamente varias comunidades religiosas, tanto cristianas como musulmanas, suníes y chiíes. Con la formación del estado de Israel en 1948 se produjo la Nakba, consistente en la expulsión y el consiguiente éxodo de miles de palestinos, que buscaron refugio en los países limítrofe.
El Líbano acogió en campos de refugiados a más de cien mil personas, que huyeron del territorio palestino ocupado por el naciente estado israelita. La comunidad musulmana, con un fuerte crecimiento demográfico, fue cada vez más numerosa, rompiendo el equilibrio entre las comunidades religiosas existentes y originando enfrentamientos entre ellas como la guerra civil que entre el 1975 y 1990 enfrentó a musulmanes y cristianos con más de 130.000 víctimas.
Poco antes de esta guerra, en 1970, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) fue expulsada de Jordania tras sus enfrentamientos con el ejército de Jordania en la guerra civil denominada de “Septiembre Negro” y siendo instalada en Líbano. Este hecho no fue muy bien recibido por Israel, que entre 1970 y 2006 invadió el Líbano en tres ocasiones. La última, como consecuencia del ataque que recibió de Hezbolá en el que secuestraron a dos soldados y mataron a otros ocho. Israel, en respuesta, invadió el sur del Líbano y fruto de sus acciones bélicas fueron 1.100 libaneses muertos y 43 israelíes. Tanto un ejército como el otro practicaron ataques indiscriminados y desproporcionados, destruyendo infraestructuras civiles.
Hezbolá, como formación política y grupo armado libanés, ejerce un papel importantísimo en las contiendas contra Israel y aprovecha la más mínima ocasión para intervenir contra el enemigo del sur, ya que desde su fundación tiene como objetivo principal la destrucción del estado israelí. Por ello, cualquier mínimo acontecimiento que ponga en peligro la paz le es suficiente motivo para intervenir directamente en el conflicto.
Así, desde que en octubre de 2023 se produjeron los ataques de Hamás en el sur de Israel y la respuesta de éste en Gaza, Hezbolá e Israel han sacado a la luz sus viejas hostilidades, limitadas en su mayor parte al sur del Líbano. Primero, entre el 10 y el 16 de octubre del pasado año, el ejército israelí lanzó proyectiles de artillería que contenían fósforo blanco, arma incendiaria que puso en grave peligro la vida de la población civil y muchas personas tuvieron que ser hospitalizadas con graves quemaduras e incluso ardieron sus casas y sus coches.
En repuesta, desde Líbano se atacó al municipio druso Majdal Shams, situado en los Altos del Golán y de administración israelí. Un proyectil explosivo impactó directamente en un campo de fútbol local, matando a doce adolescentes y niños, todos ellos de edades comprendidas entre los 10 y los 20 años y decenas resultaron heridos de diversa consideración. Ninguna de las víctimas mortales era ciudadano israelí, ya que los drusos se consideran ciudadanos sirios. Israel culpó a Hezbolá, organización que negó su responsabilidad y como respuesta, el ejército bombardeó el sur de Beirut.
Otro suceso que marcó las pésimas relaciones de ambos pueblos y puso de manifiesto sus hostilidades fue el estallido de miles de buscas en todo el Líbano que causaron la muerte de 12 personas e hirieron al menos a 2.323 personas. Al siguiente día las explosiones se produjeron en decenas de walkie-talkies, que dieron como resultado 25 personas muertas y unas 600 heridas. Los análisis de las cámaras de seguridad confirmaron que las explosiones de ambos dispositivos habían tenido lugar en calles residenciales y zonas civiles muy concurridas, tiendas de comestibles y otras, así como en domicilios particulares.
Testigos presenciales de estas detonaciones contaron que los ataques provocaron el caos y temor entre la gente. Todas las personas con las que habló Amnistía Internacional tenían una explicación diferente de los sucesos: una mujer de la ciudad meridional del sur dijo que había visto a gente corriendo y que la sangre corría por la calle; un camarero afirmó que un hombre había pedido un café y luego se había disparado a sí mismo en su coche; una tercera aseguró que había explotado la batería de un coche; otra diferente declaró que algo había explotado en las manos de un hombre. Unos minutos después, un hombre dijo que estaban explotando buscas y, por último, otro testigo confirmó a Amnistía Internacional que los buscas habían pitado antes de detonar, lo que hizo que la gente se los llevara a la cara para mirar la pantalla. Un mecánico de sur contó que el busca de un amigo empezó a pitar, lo tomó en las manos y decía error. Al darse la vuelta, seguían estando juntos, cuando de pronto explotó el busca. El amigo perdió la mano y los dos ojos.
Al día siguiente detonaron numerosos dispositivos electrónicos en todo el país, suburbios de Beirut y otras ciudades del sur del Líbano y en el valle de Bekaa, que al ser mayores que los walkie-talkies tuvieron efectos más desastrosos, causando incendios en apartamentos, oficinas y comercios. Dos de estas explosiones tuvieron lugar mientras centenares de hombres, mujeres, niños y niñas y personas mayores asistían al funeral de cuatro personas, entre ellas un niño y un profesional de la salud que habían muerto a consecuencia de la detonación de buscas de la víspera.
Se produjeron escenas de pavor, como muestra las declaraciones de una joven: “Dejé mi teléfono en casa, no he abierto un ordenador portátil, me volví paranoica. No quiero tocar nada que me conecte con Internet. Tampoco quiero que pase junto a mí una motocicleta, no quiero gente cerca de mí. Porque si tienen un dispositivo, me voy con ello”. Estos ataques se han producido manipulando los dispositivos que son herramientas habituales en la vida cotidiana. Los agentes israelíes al manipular los buscas o walkies-talkies, desconocían la identidad de las personas que poseían esos dispositivos, quienes los iban a usar y quienes estarían cerca de ellos en el momento de la explosión. Estas consideraciones nos hacen pensar que los ataques fueron indiscriminados y por lo tanto ilegítimos y como tales pueden y deben ser investigados y considerados como crímenes de guerra.
Israel, siguiendo el ejemplo de sus acciones en Gaza, comienza a bombardear el Líbano el 23 de septiembre último, en una operación que los dirigentes israelitas han denominado Operación Flechas del Norte. En tan sólo un día murieron 558 personas, 414 hombres, 94 mujeres y 50 niños y niñas, además unas 1.800 personas sufrieron heridas de diversa consideración. La contestación de Hezbolá no se hizo esperar y ha intensificado sus ataques lanzando cohetes al Norte de Israel, donde al menos 15 personas han sido heridas por la metralla y los escombros, mientras trataban de buscar refugio.
El sistema de protección aéreo israelita ha funcionado de nuevo. El Domo de Hierro o escudo antimisiles protege Tel Aviv y otras ciudades en el país. Además de interceptar cohetes, cuenta con un sistema de radar que detectar a dónde se dirigen los proyectiles, con el objetivo de alertar a la población para que puedan buscar refugio en los lugares destinados para ello. La guerra se va intensificando y los protagonistas de ella se van haciendo más numerosos. Así el otro día, el 1 de octubre, Irán lanzó este martes un ataque con decenas de misiles contra Israel, sin apenas heridos graves. En esa noche se escucharon explosiones en Jerusalén y Tel Aviv, calculándose entre 180 y 200 los proyectiles lanzados.
Las consecuencias de la guerra de oriente medio, además de las muertes, en Gaza -cerca de 50.000 personas, de las que 11.000 han sido niños y niñas y cerca de 600 en Líbano- se han producido grandes desplazamientos de la población. Los gazatíes iban de un lado a otro del país según les indicaban las autoridades israelíes para evitar los efectos de los bombardeos. ¿Qué evitaban? En Líbano 500.000 personas han tenido que ser evacuadas. A esto hay que añadir la destrucción de los edificios, ciudades enteras destruidas, centros educativos y hospitales desaparecidos. ¿Quién pagará esto? ¿Quiénes sufrirán estos desastres?
Los dirigentes políticos siguen viviendo con seguridad, ajenos a tanta pesadumbre y miseria. Los organismos internacionales siguen ajenos a tanta masacre. Los ciudadanos de a píe nos preguntamos día tras día para qué sirve la ONU, creada tras la segunda Guerra Mundial para evitar en el futuro guerras en el mundo. Desde su creación han existido más 100 conflictos armados en el mundo y todo porque, aunque a los países poderosos, los llamados del primer mundo, los desarrollados, se les llene la boca de reclamar y de potenciar campañas para la paz, en realidad buscan que su industria armamentista crezca y les den abundantes dividendos. En definitiva, lo que impera es el dinero. Pertenecemos a una sociedad eminentemente capitalista y en sus principios ideológicos nos han ido introduciendo, nos hemos ido haciendo seguidores y socios de sus doctrinas.
La ONU tiene dentro de sus principios mantener la paz y seguridad internacionales, fomentar las relaciones de amistad entre las naciones y cooperar en la solución de problemas internacionales y en el desarrollo del respeto a los derechos humanos. En el seno de las Naciones Unidas aparece un organismo permanente, el Consejo de Seguridad, compuesto por 15 países miembros, pero entre ellos 5 tienen poder de veto, con lo cual, cuando un país incumple los principios diseñados en la Carta de las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad tiene el poder de sancionarlo. Pero, aparecen los intereses de los países más poderosos, que tienen la potestad de vetar las disposiciones. Con lo cual, la sanción queda en mera anécdota.
La situación la hemos visto en las guerras recientes de Ucrania y de Gaza. Cualquier resolución condenando la invasión de la primera la vetaba Rusia, que es el invasor. En el caso de Gaza y el Líbano, Israel cuenta con apoyo incondicional de EEUU, que veta las resoluciones. Por lo tanto, el organismo de velar por la paz tiene un papel mojado e inservible. Imperan los intereses de las grandes potencias frente a los países de menor influencia y peso mundial. En definitiva, estamos asistiendo a una farsa permanente mientras pisotean los derechos humanos de las gentes más vulnerables. La guerra, los misiles, los proyectiles traen destrucción y odio. La paz se busca con la amistad, con el respeto y el amor.